Por Carlos Rilova Jericó
Plutarco, en el siglo I después de Cristo, dio fama a ese género histórico que llamamos “biografía” y que tanto parece gustar -todavía hoy – a un público que, a veces, ni se acerca a libros de Historia más general. La duda razonable desde esa época, la de Plutarco, es si, gracias a ese estudio de la vida de alguien, estamos consiguiendo realmente abrirnos camino hacia la época en la que vivió, si esa vida fue significativa…
Este martes, mañana mismo, a las 11 de la mañana, el que esto escribe tendrá que poner a prueba esa duda razonable de nuevo, pues presenta al público una nueva biografía en el Museo Marítimo Vasco de San Sebastián.
Esa obra biográfica, la segunda de una serie iniciada en 2020 por la Diputación guipuzcoana, está dedicada a Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga. He de confesar que de todas las que he escrito hasta ahora, la de este marino, ingeniero naval, almirante… es una de las que más me han interesado. Por no decir eso tan manido de “fascinado”.
La razón es sencilla: si de alguien merecía la pena hablar, recuperarlo de las sombras del olvido, creo que ese era Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga, Nacido a mediados del siglo XVII, hasta hace no mucho una biografía así estaba condenada a la irrelevancia, pues era la de alguien que había vivido en la época de Carlos II de Habsburgo. El rey idiota, el rey hechizado, el de la España en “decadencia”…
Por suerte, poco a poco (a ritmo de una década por década más o menos), los estudios sobre el siglo XVII español van mejorando mucho (aunque también, como no podía ser menos en la España actual, estén afectados por ese lastre de ciertos amateurs y entusiastas pasados de vueltas que hace nada han descubierto que van a salvar a España pintando de rosa la Leyenda Negra).
Esa relativa mejora hace que hoy sea un poco menos difícil escribir, y presentar, con calma -y en su justa medida histórica- la biografía de alguien como Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga que empieza, como digo, a mediados del siglo XVII.
El almirante Gaztañeta fue un interesante producto de la Europa de esa centuria que, durante mucho tiempo, se ha considerado ajena a la España de tintes negros con los que sistemáticamente se ha descrito la época de Carlos II.
Por raro que parezca, Antonio de Gaztañeta fue lo que refleja, exactamente, el retrato que hacia 1718 le pintó Landsberghs y que ahora puede verse en su casa-palacio de Arrietakua, en su villa natal.
Es decir: el de un caballero luciendo peluca in-folio y, como militar que era, vistiendo armadura de piezas y bengala de mando. Y al fondo de la imagen barcos en astilleros y un globo terrestre sobre cuya superficie navegó ampliamente.
Los barcos y el globo terráqueo recordaban que Gaztañeta fue lo que hoy consideraríamos un científico que, por medio de las Matemáticas, midió ese mundo como navegante y así lo plasmó en tratados como el “Norte de la navegación” y que era, también, un ingeniero naval de primer orden. Como igualmente lo dejó claro en tratados como el “Arte de fabricar reales”. Algo de lo que se carecía en países supuestamente más avanzados y pujantes que la España de Carlos II. Como la república holandesa.
El cuadro, de hacia 1718, en efecto, refleja de un solo golpe de vista lo que realmente representa la biografía de Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga, la visión tan distinta que nos da de esa época, de ese reinado de Carlos II que fue más influyente de lo que se cree sobre los acontecimientos históricos de esa Europa que, como decía el historiador oxoniense John Stoye, se estaba desplegando por el Mundo en esos momentos, imprimiéndole su carácter y significado actual.
Gaztañeta era, en fin, un novator. Es decir: un hombre conocedor de aquella Europa de Leibniz, de Newton y de Luis XIV. Y en ella se movió con comodidad, adquiriendo libros holandeses, instrumentos innovadores como los microscopios y esas costumbres que toda Europa quería comprar a Versalles por mucho que toda ella (con la España de Carlos II como líder) odiase de todo corazón -y combatiese- al Rey Sol y sus ambiciones.
Además de todo esto, que ya justificaría una nueva biografía del almirante (en realidad sólo la segunda en formato de libro en trescientos años) para quienes gustan de medir la valía de un personaje por sus méritos bélicos, se puede desatacar también que Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga fue protagonista de algunos hechos de esa índole.
Por ejemplo en la Batalla de Cabo Passaro, el 11 de agosto de 1718. Allí estaba al mando de una escuadra española, a bordo del Real San Felipe, navío de 74 cañones.
¿Qué hacía en tales circunstancias el almirante Gaztañeta? Pues sencillamente obedecer a la corona española ahora en manos de la rama española de los Borbón con la que él (como tantos otros) había cerrado filas en 1700, siguiendo las órdenes del último testamento de Carlos II… “el hechizado”.
El designio de Felipe V, alentado por su tenaz consorte Isabel de Farnesio, era recuperar las posesiones italianas a las que esa corona había renunciado desde 1714 para poner fin a la Guerra de Sucesión. Con ese fin habían mandado allí esa formidable flota con ingentes cantidades de Caballería, Infantería y Artillería para recuperar, manu militari, esos territorios. Empezando por las Dos Sicilias.
Una postura que, naturalmente, no gustó a Gran Bretaña, garante de los tratados de 1714. Y ni siquiera a la Francia borbónica. Por esa razón, la flota española en la que ostentaba mando el almirante Gaztañeta fue atacada por los británicos sin previo aviso.
El combate fue formidable. De esos que tanto gustan en novelas como las de Patrick O´Brian. Sólo el Real San Felipe de Gaztañeta tuvo que batirse durante horas contra varios navíos británicos. Primero únicamente dos de 70 cañones. Si bien la respuesta del almirante guipuzcoano, a base de sucesivas andanadas, requirió que su nave insignia tuviese que ser atacada finalmente hasta por siete navíos británicos en total. Incluido entre ellos el del contraalmirante de esa flota británica -Delaval- que mandaba un considerable “man-of-war” de 80 cañones.
Aun bajo una aplastante potencia de fuego británica que sumaba más de 400 piezas de Artillería, el Real San Felipe resistió todos esos ataques y los repelió. Incluso hundió un brulote que los británicos enviaron para romper esa tenaz resistencia y Gaztañeta respondió con una nueva andanada a sus intimaciones a rendir con honor su pabellón…
Sólo la muerte de la mayor parte de la tripulación y oficiales y la herida que recibirá Gaztañeta, impidieron que el combate continuase y el Real San Felipe escapase de esa emboscada.
Lo enconado del combate también hizo que el almirante británico Byng diese por muerto a Gaztañeta, pero nada más lejos de la realidad: apenas diez años después, en 1727, Antonio de Gaztañeta seguía vivo y, en medio de otra guerra contra los británicos, se tomó una cumplida revancha. Pero esta vez con otra de sus mejores armas: la Ciencia.
Gracias a las Matemáticas aplicadas al gobierno de un barco que él había estudiado y sistematizado en el “Norte de la navegación”, Gaztañeta burló hasta a tres almirantes británicos enviados en su persecución para evitar que fondos del Tesoro americano llegasen a España y cortar así la financiación a las armas españolas en el frente europeo que, ya desde 1718, desde el mismo día de Cabo Passaro, se habían convertido en algo más que un problema para los intereses estratégicos británicos.
Todo esto y más es lo que justifica -creo que con largueza- el que se haya escrito esa nueva biografía del almirante Gaztañeta que mañana se presentará a un público que, a partir de esa hora, podrá juzgar por sí mismo si había motivos para escribirla, para recordar la Batalla de Cabo Passaro y a alguno de los que allí lucharon…