Por Carlos Rilova Jericó
Hace ya algunas semanas que quería dedicar un correo de la Historia a un libro recomendable. Aun más: ineludible una vez que se ha pasado de las primeras hojas de ese volumen publicado este 2024 por la editorial barcelonesa Acantilado y escrito por un catedrático de Música de la Universidad de La Rioja, Miguel Ángel Marín.
El título del libro, “El “Réquiem” de Mozart. Una historia cultural”, parece dar ya alguna pista sobre el contenido. Sin embargo, una vez abiertas sus páginas, se va de sorpresa en sorpresa. Para los historiadores, para los músicos y, yo diría, que para un público más general que no esta ligado a ninguno de esos dos campos de los que parte esta obra del profesor Marín.
Desde luego no quedarán defraudados quienes se acerquen a ese libro esperando aclarar algunas ideas sobre la famosa película de Milos Forman que, en la práctica, es la que mantiene vivo el recuerdo de Mozart más allá de los ámbitos especializados.
En efecto, “El “Réquiem” de Mozart. Una historia cultural” aborda, desde su “Introducción”, la cuestión de lo que millones de personas vieron a partir de 1984 en la gran pantalla -o en otras más pequeñas- a través de la película “Amadeus”. Justo ahí empieza el libro del profesor Marín a separar la realidad histórica de esa imagen mítica de un Mozart moribundo que dicta a su gran enemigo, Antonio Salieri, su misa de réquiem como acto final de un siniestro plan, enfermizo en su propia maldad.
Como era de imaginar -hasta “Los Simpson” lo predijeron, como se dice ahora- no hay nada de verdad histórica en esa historia atrabiliaria de la que Milos Forman se hacía eco en “Amadeus”.
Así la obra de Miguel Ángel Marín nos dice que se sabe, perfectamente, quién encargó la misa de réquiem a Mozart pocos meses antes de que el genio muriera. Fue un noble austriaco, el conde Walsegg, para honrar la memoria de su joven esposa muerta a los 20 años.
Es decir, el bueno de Antonio Salieri que Milos Forman hizo tan memorable, no aparece en este asunto por ningún lado. Es más, el profesor Marin nos da detalles sobre la cuestión del “misterioso” encargo como que se ofreció a Mozart la nada desdeñable cantidad de 60 ducados, dividida en dos partes: 30 ducados como adelanto y otros 30 cuando se entregase la partitura acabada.
Sólo ahí coincide, en parte, la realidad histórica con ficciones como la de Milos Forman. Esa cantidad pagada por el conde a través de un personaje, éste sí, hasta cierto punto “misterioso” -probablemente el abogado vienés de Walsegg, nos dice Marín- era apenas poco más de la mitad de lo que se pagaba a Mozart por, por ejemplo, una ópera. Si el genio aceptó el encargo fue por una delicada situación económica que no estaba lejos de lo que se reflejaba en la película “Amadeus”. Así las cosas el “Réquiem” surgirá porque no estaba el genial músico para hacer ascos a ningún encargo y porque, nos dice el profesor Marín, no le venía nada mal a Wolfgang Amadeus Mozart ser el autor de una prestigiosa misa de réquiem de cara a ocupar el puesto de maestro de capilla en la catedral vienesa de San Esteban, cuyo titular se sabía moriría pronto a causa de una enfermedad terminal.
Con esos elementos, nos dice una vez más el profesor Marín, sumados a la propia muerte de Mozart (en lo que parece un caso de justicia poética) la sensibilidad romántica que se iba a apoderar de Europa a partir de 1800, tejió toda la mitología que Milos Forman inmortalizó en el Cine.
Una sensibilidad romántica ayudada, por cierto, por medios mucho más pragmáticos. Como bien recuerda también “El “Réquiem” de Mozart”. Una historia cultural”. Pragmatismo que provenía, sobre todo, de la viuda de Mozart, Constanze. La muerte de su marido, apenas pasada la línea de sombra de los treinta años, la dejaba en una situación económica delicada en la que devolver -por incumplimiento- los 30 ducados al conde Walsegg, era algo verdaderamente contraproducente. Tanto como ver esfumarse los otros 30 por no haber entregado la partitura finalizada.
Así Constanze (que se casaría en segundas nupcias y no queda ni mucho menos tan patéticamente abandonada como se ve en los compases finales de “Amadeus”) movería todos los hilos necesarios para que la partitura fuera acabada por músicos próximos a su difunto marido -como Süssmayr- y asimismo para que el “Réquiem” adquiriera un carácter casi mítico que se reflejasen en la venta de copias y más copias de esa obra póstuma de W. A. Mozart…
Pero, además de todo esto, “El “Réquiem de Mozart”. Una historia cultural” del profesor Marín cuenta muchas más cosas interesantes sobre el caso. Por ejemplo cómo a comienzos del siglo XIX los ingleses no podrán disfrutar del “Réquiem” en su pureza prístina hasta que en 1819 se celebre en la embajada española la misa de funeral por la muerte de la reina Isabel María de Braganza, segunda esposa de Fernando VII.
Todo ello a causa de que en la Gran Bretaña de la época se recela de cualquier cosa que tenga la más leve relación con el Catolicismo romano. Hasta el punto de prohibir la interpretación en público de determinadas piezas musicales que proceden de esa Europa “papista”. Como ocurre con la obra de Mozart, que sólo podía oírse, sin subterfugios ni arreglos, en suelo extranjero. Es decir: en el de las embajadas de países católicos con representación en Londres.
Un interesante detalle que explica -incluso a los historiadores que nos hemos centrado en la época de las guerras napoleónicas- bastantes cosas sobre los desencuentros entre generales británicos como Lord Wellington -presente, por cierto, en esa misa de 1819- y sus aliados españoles, vistos desde la pomposa y arrogante actitud de ese cordón sanitario musical anglicano.
Un problema que no se había dado, lógicamente, en España donde tras la primera publicación, en 1800, de la partitura del “Réquiem”, éste se había interpretado ya de manera incluso oficial, precisamente durante esas guerras napoleónicas. Por ejemplo el 8 de agosto de 1808, en Málaga, en honor de los caídos en Bailén… Detalle este que también nos cuenta el profesor Marín en “El “Réquiem” de Mozart. Una historia cultural”.
Así ese libro, a medio camino entre el mejor ensayo científico y el género detectivesco (o “indiciario” propuesto por el gran Carlo Ginzburg), es, quizás, una de las cosas más interesantes que se puede leer en estos días. Por ese carácter revelador sobre muchas ideas que sobrevuelan nuestro imaginario histórico (a veces todavía tan equivocado, tan atrasado de noticias verdaderas), por su amenidad y por la libertad con que se puede leer “El “Réquiem” de Mozart. Una historia cultural” como nos explica su propio autor. Con varios niveles de lectura que quedan librados en su orden al gusto de cada cual.
Desde los capítulos que ayudan a entender mejor la composición musical -compleja, genial- del “Réquiem”, hasta los destinados a quienes, quizás, sólo quieren ampliar sus conocimientos sobre la Historia de un siglo, el XVIII, que mantiene cautiva nuestra imaginación. Incluidos en esa fascinación los mitos, persistentes, sobre uno de los compositores fundamentales de esa época y, también, de la Historia de la Música: Wolfgang Amadeus Mozart…