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Carlos Rilova

El correo de la historia

Turismofobia, Historiafobia, ¿Panfobia? Historia de una peligrosa deriva

Por Carlos Rilova Jericó

No sé a ciencia cierta cuándo empezó eso de lo que hoy he decidido hablar hoy en este nuevo correo de la Historia. Quizás fue hace tiempo o quizás tan sólo hace cuatro años, cuando a ciertos movimientos presuntamente espontáneos les dio por empezar a retirar estatuas, cargarlas de pintadas insultantes o incluso derribarlas si era posible.

Hablé de ello en junio de 2020 cuando esa indocumentada tendencia política obligó a retirar, píamente, la estatua del general Picton de la vista pública en Cardiff porque se había descubierto que, allá en los románticos principios del siglo XIX, había protagonizado hechos relacionados con el esclavismo. Ya aclaré entonces que esta nueva forma de barbarismo hacía daño, sobre todo, a quienes vociferaban ante monumentos como ese antes que acudir a una biblioteca, o un museo, a pulir un poco más sus intelectos y actuar como persona civilizadas y no como gólems que repiten consignas.

Sólo por recordar un detalle esencial decía en ese correo de la Historia de hace cuatro años que, Picton, aparte de haber dado la vida, en Waterloo en 1815, por acabar con Napoleón, que restauró el régimen esclavista en las Antillas, era amante de Rosetta Smith. Una mulata (y subrayo lo de “mulata” para que quede claro qué persona, y de qué raza, se dedicaba a la venta de esclavos), que fue la que realmente lo involucró en esas actividades que el tembloroso Ayuntamiento de Cardiff dio por buenas para aceptar la censura de unas turbas con más ideología que cultura.

De esa actitud ha derivado una suerte de integrismo político que, como todos los integrismos primero actúa y luego vuelve a actuar porque, resulta evidente, pensar piensa más bien poco. No mucho más allá de repetir consignas y reunir rebaños de adeptos para repetir esas consignas y así, con el miedo que da la masa amorfa, parecer que sostiene una causa justa. Lo sea o no lo sea.

Todo esto ha llevado a una serie de fobias. Una de las más curiosas es la que llaman “Turismofobia”. Curiosamente muchos medios que hace diez años aplaudían alborozados lo bien que estaban saliendo los planes de fomento del Turismo -una de las principales industrias españolas- ahora, por la razón que sea, son también los primeros en hacer portada de esa Turismofobia, de las supuestamente espontáneas manifestaciones que se lanzan a la calle en plazas turísticas de primer orden -como las Baleares o las Canarias- para exigir no se sabe bien qué. Si el fin de la industria turística, un Turismo que llaman “sostenible” o mostrar su misantropía en general, su odio y temor a todo, una Panfobia que, al final, se vuelve contra todo y que parece no ir a cejar hasta conseguir que el género humano sea borrado de la faz de la Tierra.

Es posible que quien lea esto se pregunte qué le importa a un historiador esa Turismofobia que deriva en Panfobia. La respuesta es sencilla. En primer lugar los historiadores somos humanistas en el sentido renacentista del término. Es decir: nuestro trabajo consiste en analizar los hechos en el pasado de los seres humanos. Todo lo que estos hacen, nos interesa y teniendo en cuenta que los humanos, al parecer, somos la única especie autoconsciente en un vasto universo que podría estar muy vacío, los historiadores -o al menos a algunos de nosotros- pensamos que cada cosa, mejor, peor o regular que los seres humanos hayan hecho, desde la Prehistoria, tiene la misma importancia que cualquier objeto raro y, por tanto, precioso.

En segundo lugar la nihilista Turismofobia ahora “de moda” tiene necesariamente que importar al historiador porque muchos de nosotros, de un modo u otro, nos hemos dedicado o nos dedicamos a esa industria turística. Incluso algunas de nuestras clases prácticas se confunden a veces con visitas de ese tipo. Y es muy molesto sentir miradas de soslayo, de recelo, incluso de odio apenas disimulado, de muchos autóctonos de ciudades como San Sebastián, a los que, es patente, determinados grupos de opinión con intereses que no tengo demasiado claros todavía, han enseñado a aborrecer todo lo que sea Turismo. O lo parezca.

Un cuadro sencillamente lamentable. Porque, independientemente de que nuestras ciudades -como es el caso de San Sebastián- tengan un Turismo demasiado masificado -fomentado por esas autoridades que ahora parecen acobardarse ante lo que ellas mismas crearon- resulta que ese odio, esa manía, esa fobia contra el Turismo en general, sin matices, es también Historiafobia. Pues se empieza odiando a los que vienen a visitar un monumento y de ahí apenas hay un paso a odiar al mismo monumento con una mente cada vez más primitiva que ya ha mostrado sus frutos. Por ejemplo a manos de los mal llamados “estudiantes”. Esos talibanes que parecen haber estudiado bastante poco. Salvo cómo destruir obras de Arte que no les gustan. Como los Budas de Bamiyán.

Cuando veo esas campañas propagandísticas contra el Turismo -tan indiscriminadas como las que lo fomentaban hace no tantos años- obviamente no puedo evitar pensar en todo esto. Y con la perspectiva que nos da la práctica de la Historia -como ciencia- a los historiadores, tampoco puedo evitar alarmarme por esa perdida de grados de civilización amparada en la supuesta buena causa de salir a las calles a vociferar contra el Turismo. Sea este culto o inculto, de masas o de calidad.

Los resultados pronto aparecen a la vista, el miércoles pasado observé, con vergüenza, que un historiador británico, Dan Hill, echaba pestes contra la ciudad de San Sebastián, precisamente porque uno de los lugares de ella menos masificados y menos “turisteados”, el llamado Cementerio de los Ingleses, estaba lleno de pintadas muy zafias hechas sobre lápidas con más de cien años de antigüedad y que, por cierto, cuentan una buena parte de la Historia de esa ciudad y también de naciones que han forjado la Historia mundial. Ese pasado del que procedemos y que algunos deberían apreciar más en lugar de convertirse en una especie de lémures que se limitan a repetir consignas sumarias -alguien a quién odiar, por favor, para llenar vidas voluntariamente vacías- emitidas por las modernas “telepantallas”.

No sé qué hará el Ayuntamiento de esa ciudad, San Sebastián, mi ciudad natal y donde he pasado una buena parte de mi vida, para, primero, borrar esas pintadas y luego evitar en adelante semejante vandalismo cultural. Pues se empieza tolerando esos insultos al pasado, a la Historia, propia y general, y pronto se tiene a los bárbaros tirando abajo el Foro de Roma, asaltando museos y bibliotecas y reduciendo todo a escombros. Como lo hemos visto hacer en Afganistán.

Quienes odian hoy el Turismo son gente muy peligrosa -más que cualquier turista- pues actúan ahora bajo unas máscaras que, a mí, como historiador, se me antojan cargadas de una hipocresía muy adornada, que como tal suele ser de la peor especie. No puedo entonces evitar acordarme de un artículo aparecido entre el verano y el otoño de 1936 en el diario “Arriba”, el periódico de los falangistas, donde uno de esos camisas azules denostaba a la recién conquistada San Sebastián como una ciudad decadente, podrida, sin valores, sólo interesada en hacer dinero con el Turismo…

Como se ve, a nada que se tomé una cierta perspectiva histórica se descubre que esa acéfala Turismofobia actual es un extremo político que, lo crean o no los autopercibidos héroes sin capa que van por ahí con un spray supuestamente justiciero, se toca con otros extremos con los que los supuestos progresistas ecoresilientes del odio al turismo actual jamás creerían haber podido coincidir. Sorpresa que, dada la incultura tan básica que exhiben esas gentes, tampoco es muy de extrañar. Pero sí de lamentar. Porque, con su vandalismo, perdemos todos algo que jamás debería perderse, que es vivir en una sociedad verdaderamente libre, culta, civilizada…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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