Por Carlos Rilova Jericó
Ayer domingo los ojos de casi toda España estaban vueltos hacia Madrid, hacia el Teatro Real donde se ha celebrado, una vez más (incluida su polémica ya tradicional), el sorteo de la Lotería Nacional. Seguramente muchas de esas miradas no sabrán que ese es, también, el punto de partida de una interesante guía (casi diría que única) que la editorial Reino de Cordelia ha publicado con impagables ilustraciones de José María Gallego -veterano ilustrador y caricaturista ya parte de la Historia reciente de España- y el conocimiento y buenas letras de Alfonso Mateo-Sagasta.
Se trata de una nueva colaboración entre esa editorial y esos autores que ya se ha repetido varias veces con notables resultados. Algunos de ellos mencionados en otros correos de la Historia. Como el del 2 de enero de 2023.
Vuelven así aquí Gallego y Mateo-Sagasta sobre ese universo de Miguel de Cervantes que tan bien conocen y lo hacen con una guía que permitirá a sus felices poseedores -sin necesidad de sorteo alguno- enriquecerse, al menos culturalmente, repasando las calles de Madrid bajo una mirada menos apresurada y menos aherrojada por el Turismo rápido y poco detallista.
El recorrido de “Un Paseo por el Madrid de Cervantes” empieza, precisamente, junto al Palacio Real y la plaza de Ópera donde se levanta ese Teatro -también Real- que tantas miradas ha atraído hacia él ayer. Desde ahí, en 66 páginas acompañadas por un pequeño mapa desplegable al final de este pequeño gran libro, se va trazando un itinerario que pasa por el eje de la Villa y Corte y donde Alfonso Mateo-Sagasta nos explica -revestido de su toga de historiador- el papel jugado por esas calles por las que los forasteros y los vecinos de Madrid cruzan, por lo general, con prisas. Y, por tanto, sin fijarse en muchos detalles que hacen de esa ciudad un sitio a visitar con tanta veneración como la que usan los turistas que se dejan caer por Stratford-upon-Avon, en el corazón de la Inglaterra de ese William Shakespeare que, cuatrocientos años después, aún se evade entre las sombras del jardín de la Historia.
En ese itinerario de “Un Paseo por el Madrid de Cervantes” está, por ejemplo la Torre de los Luján que comúnmente suele llamarse “de los Lujanes”. Un edificio, como dice esta guía, levantado en el siglo XV y que fue prisión, al menos momentánea, de Francisco I, rey de Francia, tras caer prisionero en la Batalla de Pavía.
Esa magnífica torre aún se puede ver, como se veía en los tiempos de Miguel de Cervantes, pero hay otros muchos hitos en ese itinerario que (como ya nos advierte Alfonso Mateo-Sagasta) han desaparecido o se han transformado, pero no por eso dejan de ser lugares menos importantes en ese paseo por el Madrid cervantino. Ese es el caso de un buen trecho del punto de partida de la ruta, pues donde ahora está el Palacio Real, se erigía el llamado Alcázar de los Austrias ante el que tantas veces pasó Cervantes. Un edificio que dejó de existir, para ser reemplazado por el actual palacio, tras un incendio en el año 1734, que barrió aquel lugar -corazón de un imperio donde no se pone el sol- en el que estaban sus oficinas, su Casa del Tesoro (bien descrita por la guía) y, asunto no menos interesante, esas losas de Palacio en las que estaba uno de los mentideros principales de Madrid, junto con las gradas de la iglesia de San Felipe de las que “Un Paseo por el Madrid de Cervantes” da también buena cuenta. Ambos lugares una muy interesante parte de la Historia de ese Madrid cervantino dueño de vastos reinos y territorios.
En el itinerario de la guía de Alfonso Mateo-Sagasta hay, por supuesto, muchos más lugares como el Alcázar hoy desaparecido. Así el número 7 de la lista indica el punto en el que aún se puede ver en el suelo la silueta de la iglesia de San Juan. Construida en el siglo XIII, y que desde 1660 alojó los restos de Velázquez y, según la tesis más extendida, sigue alojándolos bajo esa Plaza de Ramales desde que -entre 1810 y 1811- José I Bonaparte, muy ansioso de traer cultura e Ilustración a España -según la teoría, que no la práctica, de su hermano- arrasó dicha iglesia para abrir una de aquellas plazas que le ganó -esta vez con Justicia- su otro mote de rey Plazuelas.
Cerca de tan importante lugar está el número 8 de la lista. Ese es el punto en el que se alzó en su momento la casa de Francisco de Robles, librero del rey, patriarca de una dinastía de ese noble oficio que, como nos recuerda Alfonso Mateo-Sagasta, publicará no pocas obras de Miguel de Cervantes. Entre ellas, en 1605, la más famosa de todas: “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”…
Desde ahí ese recorrido se prolonga por la Calle Mayor, curioso lugar lleno -en la época del insigne soldado de Lepanto- de carruajes de la élite de aquella España tan poderosa que se dejaban ver para ver, compraban desde esos lujosos vehículos a las numerosas tiendas allí instaladas y causaban así atascos de tráfico casi tan monumentales como los que regala hoy la famosa M-30 en ocasiones.
Siguiendo número a número ese itinerario cervantino se llega hasta la Plaza Mayor (números 23, 24 y 25), parecida pero a la vez diferente a la que vio Cervantes, como bien explica -una vez más- Alfonso Mateo-Sagasta.
De ahí seguimos avanzando por un paseo con muchas sabrosas anécdotas. Por ejemplo por el lugar dónde estaba la iglesia de la Victoria (el número 31 de la lista), muy solicitada por damas y galanes pues sus confesores solían ser indulgentes con los deslices y debilidades carnales…
Seguimos desde ahí entre otras iglesias destacadas en la vida de Cervantes y casas de mala nota dedicadas a menesteres menos piadosos. Como mancebías o garitos de juego. Y así llegamos hasta el que llaman Barrio de las Letras, donde también esperan otras sabrosas anécdotas en este “Un Paseo por el Madrid de Cervantes”. Así ocurre en el número 39 de la lista donde está el lugar en el que Francisco de Quevedo ejecutará una de sus más queridas venganzas contra Luis de Góngora. Antiguo inquilino de esa casa de la que Quevedo no parará hasta expulsarlo. Momento que ese genial caballero, según dicen, aprovecha para entregarse a un exorcismo digno de las pinturas negras de Goya, quemando versos de Garcilaso para purificar el inmueble de la presencia nefasta de aquel Góngora tan odiado por él.
No termina ahí el paseo que sigue con otros jalones maravillosos de aquel Madrid cervantino. Como el número 40 de la lista, donde está la casa en la que se alojó, por cortesía de su dueño -Lope de Vega- el capitán Alonso de Contreras, autor de unas interesante memorias de guerra. Así nos iremos acercando al final del itinerario, pero no sin antes pasar por los dominios del poderoso duque de Lerma. Decano de los negocios turbios inmobiliarios -en la vena habitual en las capitales de aquellos poderosos estados barrocos- y que, por no conocer límites a su ambición, acabó defenestrado y escudado tras un hábito de cardenal que le evitó males mayores. Como a su equivalente francés, el duque (y también cardenal) de Richelieu. Tan sólo un poco más hábil que él y no menos ávido a la hora de atesorar bienes terrenales derivados de su influencia en la Corte.
Acaba, más o menos, ahí ese “Un Paseo por el Madrid de Cervantes” tan recomendable para no caer en la incauta trampa de hacer Turismo en Madrid, pero sin saber la importancia de lo que se está viendo que, como demuestran esas casi setenta páginas y mapa, aún es mucho de lo que vieron los mismos ojos que escribieron aquella novela universal que, por abreviar, llamamos “El Quijote”.