Por Carlos Rilova Jericó
A lo largo de muchos años como historiador he quedado convencido (sin remedio por ahora) de que el historiador español más afortunado es siempre el hispanista anglosajón.
Esta misma semana he visto un nuevo ejemplo de esa verdad -de momento incontestable- en una entrevista de “La Vanguardia” a Charles C. Mann -norteamericano, de Nueva Inglaterra, que se presenta como “escritor y periodista”- sobre su nuevo libro acerca de la empresa española en América que, por su título -“1493”- parece ser una continuación de otro anterior titulado “1491”.
Una obra esa ya con cierto tiempo a sus espaldas, publicada en español en 2022, y donde el autor se adentraba en lo que era América justo un año antes de la llegada de los europeos -fundamentalmente españoles- guiados por Cristóbal Colón hasta allí en pos de una ruta, sin turcos de por medio, en el camino.
En “1491” Mann abundaba, con esa capacidad de síntesis de la exitosa divulgación histórica anglosajona, en lo que se ha definido como “Historia ecológica”.
“1491” revisaba así la Historia de América incidiendo, especialmente, en cómo antes de la llegada de los europeos los nativos americanos ya estaban transformando el Medio en el que vivían.
“1493”, parecer ser, retoma ese hilo justo donde acaba “1491”, señalando cómo la llegada de esos europeos transformará el panorama medioambiental, ecológico, del planeta a causa de los intercambios de cultivos entre América y Europa. Pero el libro, según se deduce de la entrevista, va más lejos. Mann habla así de la llegada de virus y bacterias del Viejo Mundo que diezman una gran cantidad de población no europea. O de cómo la fiebre amarilla incrementó el tráfico de esclavos africanos hacia América debido a que estos gozaban de cierta inmunidad adquirida. También afirma que el comercio español con Asia desde América llevó a la ruina a la dinastía Ming por -entre otros factores- los cambios en los cultivos que se operaron a causa de la avidez china por la plata americana.
Los planteamientos de Charles C. Mann en “1493” parecen así innovadores, frescos. Sin embargo, tras la lectura de la entrevista, el historiador no puede desechar la impresión de que lo que lee no tiene nada de nuevo. Volvemos en “1493”, en efecto, a que se juzgue (aunque sea de modo sutil) la violencia española ejercida contra los nativos americanos en un tono que no se usa para sus equivalentes anglosajones que tienen perfectamente normalizado, como hecho histórico, sin visceralidad alguna, que en los siglos XVI, XVII… un descubrimiento como el americano traía irremediablemente aparejados choques traumáticos, incluso violentos y sangrientos. Tema éste que ya comentaba más extensamente en el correo de la Historia de 7 de octubre de 2024.
No es ésta la primera respuesta a ese sesgo del libro de Mann. La asociación “Héroes de Cavite” -con la que ya he colaborado algunas veces- envió a otro diario -”El Mundo”- una réplica a los postulados de “1493” este 17 de abril, donde resaltaba los olvidos y errores de ese libro al comparar el modelo de expansión española en América con otros modelos de expansión europeos.
Los argumentos eran ahí los habituales en estas discusiones. Mann había olvidado hechos como la cuestión de los virreinatos, la atomización nociva (para la América hispana) de los mismos con las guerras de independencia criollas… pero, de todos ellos, el que más me interesa desarrollar aquí y ahora es la cuestión de la ruta comercial española Asia-América-Europa que la réplica de Héroes de Cavite destacaba como una de las más importantes y longevas que han operado en el mundo -antes de la industrialización- y que Mann olvidaba o tergiversaba.
En efecto, ahondando en esta cuestión, sólo en ella, se capta rápidamente el decepcionante aroma a vieja leyenda que sale de “1493”. Para Charles C. Mann el español de la empresa en América y Asía-Pacífico, desarrollada del siglo XVI al XIX, parece seguir siendo -eternamente- ese manido tópico del bravucón cubierto de morrión emplumado, coraza y arcabuz, congelado, para siempre, en el año 1550 aproximadamente.
¿Cuál es la causa de tan grosero enfoque? Aparte de las faltas ajenas habría que señalar las limitaciones -interesadas o no- del mundo editorial español o hispano. En efecto, los libros de Historia publicados en el ámbito de habla española tienen -hoy por hoy- unas tiradas y una difusión tan limitadas, tan locales, que es muy difícil que lleguen a un espacio público en el que dejen en evidencia a autores como Charles C. Mann y libros como “1493” y lo apolillada, anticuada (y por tanto falsa) que, en el fondo, resulta su narrativa sobre la América española.
Pongo como ejemplo de esto dos biografías publicadas por el que estas líneas escribe entre el año 2022 y el año 2025, justo cuando aparecen “1491” y “1493”. Una de esas biografías estaba dedicada al almirante Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga y la otra al navegante getariarra -como Juan Sebastián Elcano- Manuel de Agote y Bonechea.
Ambos personajes, históricos, por lo que se sabe de ellos ahora, son dos ejemplos que desmontan ese manido discurso anglosajón sobre la intervención española en América y Asia-Pacífico. Incluso en su aspecto físico. Al menos en el caso de Antonio de Gaztañeta disponemos de un retrato, de comienzos del siglo XVIII, en el que vemos aparecer en esa tela -encargada a un maestro nórdico- a un caballero de las más puras trazas europeas -francesas, anglosajonas…- de esa época. Se trata de un hombre lejos del imaginario bravucón sanguinario con morrión del siglo XVI y diabólica perilla y bigotes enhiestos ensartando indios indefensos. El almirante, desde ese óleo hoy conservado en su casa-museo de Arrietacoa, nos mira, al contrario, revestido de la armadura de piezas que asociamos, por ejemplo, con Luis XIV, con bengala de mando y una hermosa peluca “In-folio” a la última moda de Versalles. Lo habitual, también, en retratos de personajes anglosajones de esas fechas como los almirantes ingleses -Wager, Hopson…- a los que Gaztañeta burla en el año 1727 en un memorable duelo naval en el Atlántico.
Episodio ese, por supuesto, enteramente desconocido por divulgadores como Charles C. Mann que, sin embargo, desmonta una vez más su superficial y banal imagen de la empresa española en América y Asia. Y es que Antonio de Gaztañeta, aparte de marino de Guerra, era un extraordinario matemático y aplicó esos conocimientos -propios de un “novator” de la Europa de la revolución científica- a la navegación. De ello da fe su tratado “Norte de la Navegación” publicado en 1692. Fue gracias a eso, a la Ciencia, a la Matemática aplicada a la navegación, como el almirante Gaztañeta logró esa hazaña náutica y no a una sangrienta carnicería aliñada con monjes fanáticos quemando a prisioneros herejes tras abordar barcos ingleses. Tema habitual en las grotescas narrativas -literarias pero a veces también científicas- anglosajonas.
Tal vez pueden añadir a esto los críticos que dicha pericia científica de Gaztañeta, propia de la Europa ilustrada más que de foscos conquistadores de morrión y perilla diabólica, se usó, en realidad, para que los españoles saqueasen -de nuevo- América y llevar el producto de su robo y extorsión a su negra y oscurantista España. Siento desilusionar una vez más a tan patentado relato anglosajón.
Gaztañeta en 1727 usó su pericia matemática para romper el bloqueo británico sobre Portobelo, una de las mayores ferias americanas donde, aparte del tesoro americano, se comerciaba -subrayo lo de “comerciaba”, de Comercio- con mercancía producida en Europa, América y Asia para facilitar la distribución de esos bienes -desde pinturas hasta cultivos- en una escala de alcance mundial. Gracias todo eso al tornaviaje entre Asia y América, hecho posible por las Matemáticas, una vez más, de otro navegante guipuzcoano, español: Andrés de Urdaneta…
De Manuel de Agote y Bonechea y sus ilustrados viajes en la China del último tercio del siglo XVIII, sólo puedo decir lo mismo o similar. Testigo será por ejemplo de cómo los británicos empezaban a introducir opio en el moribundo imperio chino para que su comercio allí les resultase rentable, pues carecían de la preciada plata española… Sólo un detalle éste, entre muchos otros, que rebaja afirmaciones como las de Charles C. Mann sobre -por ejemplo- la caída de la dinastía Ming, al nivel de meras ingeniosidades bastante superficiales.
Algo que debería avisar a todos los lectores de vulgatas históricas como “1491” o “1493”, de que, efectivamente, se les está ofreciendo sobre todo no tanto Historia nueva como viejas leyendas repintadas. O en otras palabras: que si dichos lectores quieren conocer realmente lo que fue la Historia de las Américas, o de Asia-Pacífico, es mejor que inviertan su tiempo en leer otros libros. Pese a ser estos, por desgracia y de momento, mucho más minoritarios y menos publicitados en grandes tribunas de Prensa internacional.