Por Carlos Rilova Jericó
Parece ser que en estos días del año 2025 estamos en un momento verdaderamente histórico. Crucial incluso. Basta con pasar el dedo sobre la pantalla de uno de esos maravillosos teléfonos móviles conectados a Internet 24 horas al día, siete días a la semana, para comprobar que de cada diez noticias al menos cuatro están dedicadas a declaraciones más o menos alarmistas, más o menos rimbombantes, sobre lo que la llamada “Inteligencia Artificial” va a hacer o dejar de hacer.
Hagamos un pequeño repaso. Para empezar el ineludible billonario Bill Gates se explayaba acerca del tema hace poco en un “late show” de gran audiencia en Estados Unidos y el periódico “El Español” lo comentaba este mismo 9 de julio con un titular escalofriante: “Bill Gates dicta sentencia sobre el futuro de la humanidad´”. La sentencia en concreto se resumía en que el gurú tecnológico afirmaba que con la IA los seres humanos no serán necesarios para “la mayoría de cosas”.
En ese mismo periódico, “El Español”, aparecen otras noticias que, sin embargo, muestran una cara bien distinta del asunto. Así el mismo 9 de julio de 2025, Raúl Ordóñez, que se presenta como “divulgador científico”, decía que la Inteligencia Artificial conocida como ChatGPT se inventa datos con total convicción. Una forma piadosa de decir que, sencillamente, la tan traída y llevada Inteligencia Artificial miente descaradamente, con lo cual recurrir a ella para reunir información parece de todo menos una buena idea… Amén de que sus capacidades para sustituir a casi todos los humanos -según aseguraba el profético Bill Gates- parecen más bien dudosas.
Sobre la falta de sinceridad de la Inteligencia Artificial alertan otros periódicos. Así por ejemplo una publicación con el críptico nombre de “Genbeta”, aseguraba un día antes, el 8 de julio de 2025, que varios expertos alertaban de que las Inteligencias Artificiales mentían, en efecto, descaradamente o incluso señalaban que conspiraban contra sus propios usuarios humanos.
Como remate de este asunto si nos remontamos al 29 de junio “La Vanguardia” publicaba un artículo de Álvaro Arbonés -especialista en estos temas- donde se aseguraba que Demis Hassabis, el jefe de Google DeepMind, estaba a punto de resolver el problema de la Inteligencia no ya artificial -de la que está encargado en ese buscador- sino humana (¡?) .
De ahí lo poco que se sacaba en claro respecto a la Inteligencia Artificial es que Hassabis, niño prodigio del año 1976, había desarrollado con muy poco éxito videojuegos y con bastante éxito -al menos económico- un programa llamado DeepMind que vendió por una bonita cantidad de millones en libras esterlinas y que interesó a todos los magnates y gurús electrónicos. Los alcances de esa maquinaria -según el mismo artículo- son bastante limitados pero por ejemplo podrían -atención: “podrían”, no “pueden”– descubrir la estructura en tres dimensiones de una proteína a partir de la secuencia unidimensional de un aminoácido… Extraño logro que suena más bien a que Hassabis, niño prodigio o no, estaría vendiendo en este negocio de la inteligencia mecánica poca sustancia. Lo más concluyente de las declaraciones de Hassabis finalmente era una verdad bastante obvia: que a futuro la Inteligencia Artificial puede ser tan beneficiosa como peligrosa, que la máquina autoconsciente, incontrolable ya según el llamado principio de singularidad, puede hacer tanto bien como mal a la Humanidad que la ha creado a su imagen y semejanza. Algo para lo que sería deseable que Hassabis tuviera una solución y no sólo palabras...
Todo esto, desde el punto de vista de una ciencia tan denostada como la Historia en este mundo tan tecnológico, suena, en efecto, a hueco y a peligroso no ya a escala futura sino de manera inmediata. Y no por las razones -bastante vacuas- que, a la vista está, exhiben muchos de los que opinan sobre el asunto. Historiadores incluidos, como el denostado -por muy buenas razones- Yuval Noah Harari, que parecen interesados en vender como inevitable lo que de momento -como vamos a comprobar en un pequeño ejercicio de trabajo histórico- tan sólo parece humo de colores o ganas de vender un nuevo producto bastante dudoso.
Hablaré pues ahora de mi experiencia con la IA a la que, por cierto, evito consultar. Como les ocurre a la mayoría de usuarios de esa útil herramienta -sin autoconsciencia- que llamábamos “Informática” pese que, según nos contaba una vez más Álvaro Arbonés en “La Vanguardia” del 8 de julio, Bill Gates parece ser nos quiere obligar a utilizarla por decreto. Copiando nada menos que del manual de estilo de un dictador tan sanguinario y totalitario como Stalin.
En efecto, a menos que el KGB redivivo en Microsoft busque la manera de obligarnos a usar la Inteligencia Artificial, el que estas lineas escribe -como muchos otros millones de humanos- la evitará, y la evita, a conciencia. Sin embargo la IA en Google interviene a veces sin que se le pregunte nada. Es lo que me pasó cuando traté de averiguar qué se había escrito sobre cierto marino británico del año 1838 -llamado James Joll- para contrastar la información que yo tenía sobre él y que iba destinada a un artículo para la sección “Historias de Gipuzkoa” de este mismo periódico que fue publicado el 24 de junio.
La respuesta no pedida y ofrecida por la Inteligencia Artificial de Google era más o menos ésta: que el único James Joll que existía era un historiador británico nacido en 1918 como James Bysse Joll…
Bien, constatado esto surge la pregunta: si se supone que la Inteligencia artificial espiga todos los datos posibles de la red, que aprende de los humanos, que absorbe sus fuentes de conocimiento, ¿cómo es que la de Google era incapaz de haber deducido los datos sobre el James Joll miembro de la Royal Navy de las bases de datos del Archivo de Protocolos guipuzcoano que están digitalizadas desde hace tiempo y nos revelan que existió otro James Joll antes de 1918?
En efecto, ese archivo tiene digitalizado y clasificado en sus índices disponibles en línea un poder notarial del año 1838 que fue redactado por un escribano donostiarra por orden de James Joll. Un marino británico enviado a España a apoyar a la monarquía liberal de Isabel II frente a los carlistas. De ese documento este modesto historiador humano que firma estas lineas, sacó un pequeño fragmento de esa Historia general de Gran Bretaña y España y de la particular de James Joll, marino enrolado en la Royal Navy, padre de un comerciante inglés llamado igual que él -James Joll- al que autorizaba para que reclamase la pensión que Su Majestad Británica le estaba debiendo por los servicios prestados en San Sebastián defendiéndola desde 1836 frente al asedio de los carlistas.
He ahí pues el dato: la Inteligencia Artificial, entre la primavera y el verano de 2025, fue incapaz de realizar el trabajo de un historiador humano. Y es más: poco parece haber aprendido desde el 24 de junio al respecto.
En efecto. La Inteligencia Artificial de Google, cuando escribo estas lineas, ya ha modificado su posición. Ahora cuando se pregunta a ese buscador por “James Joll Royal Navy” no nos canta la palinodia de que el único James Joll fue un historiador británico nacido en 1918 y que no estuvo enrolado en la Royal Navy. Directamente Google nos remite al artículo publicado en “Historias de Gipuzkoa” sobre aquel otro James Joll que prestó servicio en San Sebastián entre 1836 y 1838 y reclamaba su pensión a la Británica Majestad. Sin embargo Grok, la Inteligencia Artificial de Elon Musk (que recientemente hizo profesión de fe nazi y racista) sigue respondiendo a esa búsqueda con las mismas palabras del Google anterior al 24 de junio: James Joll no estuvo en la Royal Navy, fue un historiador británico nacido en 1918 que en la Segunda Guerra Mundial fue enrolado en uno de los servicios de Inteligencia (de momento humana) al servicio de los aliados. A esto se aferra, en inglés además, esa Inteligencia Artificial propiedad del controvertido Elon Musk: “James Joll, born James Bysse Joll (21 June 1918 – 12 July 1994), was a British historian and university lecturer, not primarily a Royal Navy figure…”.
Estos son los hechos pues. Es evidente que, a fecha de hoy, más allá de lo que dicen las empresas empeñadas en vender las virtudes de la Inteligencia Artificial, ésta es incapaz de aprender correctamente del trabajo humano y de desempeñarlo cuando se requieren, como en la labor de un historiador, capacidades de memoria relacional y una práctica durante muchos años que lleva a desarrollar unas habilidades de las que esa Inteligencia Artificial carece a fecha de hoy o no puede desarrollar como vemos por el caso de los datos sobre el James Joll de 1838.
Probablemente los que suelen hacer la broma de que los estudiantes que valen estudian carreras de “Ciencias” y los que no van a las de “Letras”, se reirán y argumentarán -puerilmente como es costumbre en ellos- diciendo que la IA demuestra así ser muy inteligente porque desprecia un trabajo tan inútil -en su indocumentada opinión- como el de los historiadores. Sin embargo si este pequeño ejemplo que he reconstruido aquí nos muestra lo limitada que puede ser la Inteligencia Artificial, calculen los sabios que se burlan de las carreras “de letras” el coeficiente de variación, el error de algoritmo que se podría producir, por ejemplo, en el diseño de una nueva medicina, en el de un cohete interplanetario, en el de control y administración de fuentes de energía o abastecimiento de agua o electricidad por una herramienta, la IA, incapaz de recabar información correctamente en un campo tan sencillo, tan propio de gente poco inteligente -como afirman esos fans de los titulados en “Ciencias”- como la Historia…
Después de considerar esto respondan a esta pregunta de elemental prudencia: así las cosas ¿por un negocio que oscila entre lo que realmente es y lo que se quiere que sea se va a poner el destino de esa rareza cósmica que es la raza humana en manos de una Inteligencia Artificial mentirosa y hasta incapaz de hacer el supuestamente simple trabajo de los historiadores, siempre tan denostado, mirado como una bagatela cargante, innecesaria, superflua en un brillante futuro a lo Flash Gordon que, en realidad, visto así, derivaría mas bien a uno más del estilo de Philip K. Dick?