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Carlos Rilova

El correo de la historia

De vikingos y de casacas blancas. ¿Primera polémica para el 250 aniversario del 4 de julio de 1776?

Por Carlos Rilova Jericó

Si algo tiene el actual presidente de Estados Unidos Donald Trump, es su capacidad para generar polémica. Es, además, un personaje cordialmente odiado (con una extraña unanimidad) en la mayoría de medios, donde por sistema se tratan sus declaraciones y acciones (sean las que sean) según la fórmula del filósofo vasco Miguel de Unamuno de “No sé de qué se trata, pero me opongo”. Pero ese extraño superpoder de Donald Trump de conseguir que se dispare contra lo que haga o diga sin siquiera examinar si realmente se lo ha buscado (como con su reciente video), no es privativo de esos medios de comunicación. El público en general también suele reaccionar por esa vía.

Así ha sido en este mes de octubre. Tras ser alabado por su carta sobre la gesta de Colón en 1492, realmente amable hacia España (pese a los desencuentros constantes con el actual gobierno español), Trump ha decepcionado a algunos de los que aplaudieron ese gesto cuando se descubrió que también había exaltado el llamado “Día de Leif Erikson”, juzgando, otra vez, sumariamente al controvertido presidente estadounidense, transfiriéndole una culpa que no es exactamente suya.

Y es que esa celebración no es parte de ningún plan malévolo de Donald Trump, pues ahí él se ha limitado a endosar una tradición festiva muy arraigada. Desde 1874 nada menos, cuando la cada vez más pujante comunidad escandinava emigrada a Estados Unidos quiso hacerse valer, con un libro de Rasmus B. Anderson, como primeros descubridores del país en la Edad Media. Cinco siglos antes que Colón, merced a varias expediciones vikingas iniciadas por Erik el Rojo y continuadas por su hijo Leif Erikson.

Ese mensaje fue calando debido a la tenaz insistencia de esa comunidad y a su ascendiente socioeconómico. Así, en las primeras décadas del siglo XX, comenzaron a darse gestos del Gobierno federal estadounidense que establecieron ese “Día de Leif Erikson” como una festividad oficial. Hace cien años, por ejemplo, el presidente Calvin Coolidge declaró en la Feria Estatal de Minnesota (curioso epicentro de esa vikingomanía tan alejada geográficamente de la costa atlántica) que el primer descubridor de América había sido Leif Erikson. Posteriormente en 1929 Wisconsin declaró ese día como fiesta estatal. En 1931 Minnesota siguió su ejemplo y en 1935 el Gobierno Federal reconoció esa festividad de acuerdo a la resolución 26 presentada por un congresista de Wisconsin que finalmente sancionó el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt.

Por tanto lo que ha hecho este 9 de octubre Donald Trump, es seguir esa línea de acción presidencial, confirmada en 1964, donde sin negar la importancia del 12 de octubre y la gesta de Colón, se ha alabado -con salomónica sabiduría por parte de la Casa Blanca- la mucho más dudosa hazaña de Leif Erikson, hijo de Erik el Rojo.

Sin embargo ahí surge la cuestión de si habría justo derecho o no a protestar por esto desde España y el mundo hispano (el principal perjudicado por ese curioso reparto de méritos) y caso de que la respuesta fuera afirmativa cómo y dónde habría que elevar esa queja.

A esa cuestión yo sólo puedo -y quiero- dar una respuesta técnica, la propia de un historiador. Así las cosas me parece que España y el mundo hispano preocupado por estas cuestiones, deberían dar, en primer lugar, un giro copernicano a la mala gestión de esta clase de asuntos.

Para empezar, sin ir demasiado lejos (por ejemplo del salón de casa donde tenemos la Televisión), habría que constatar qué piensan de estos asuntos los estadounidenses actuales. Lo podemos comprobar muy fácilmente: ahora mismo el canal Neox de la TDT emite todas las tardes -de lunes a viernes- una avalancha de episodios de la serie norteamericana “Fantasmas”. Se trata de una comedia de situación en la que una joven pareja actual de Nueva York hereda una vieja mansión en el Valle del Hudson que quieren convertir en un hotel rural “con encanto”. Es así como descubren que la mansión está llena de fantasmas que la heredera del casoplón, Samantha, puede ver después de sufrir un accidente que la deja clínicamente muerta durante tres minutos.

Gracias a eso Samantha puede conocer a Hetty Woodstone, su antepasada, muerta -por suicidio- en 1895 y prototipo de hierática e hipócrita dama victoriana, casada con un “robber baron” de la “Gilded Age”. La Era Dorada de grandes magnates como el desaprensivo con el que Hetty se ve obligada a casarse o los Vanderbilt que ella menciona alguna que otra vez. Dando así, episodio a episodio, todo un paseo al publico no especializado por esa época en la que los Estados Unidos se forjan como la nación rica y poderosa que va a aplastar a viejos imperios como el español tan sólo tres años después de que Hetty se suicide.

¿Qué más personajes fantasmales habitan esa mansión y educan así al público en una determinada visión de la Historia? Pues tenemos a Alberta una cantante de Jazz de la época de la Ley Seca, de raza negra y con sobrepeso (o bien obesa, en lenguaje no censurado). Aparte de ella pululan por ahí un broker judío neoyorkino de los años 90, Trevor Lefkowitz, Flor, una hippie que muere por el ataque de un oso al que intenta abrazar completamente drogada en 1968, Sasappis un nativo americano de la nación Lenni-Lenape que vivió en el siglo XVI, Pete Martino, italoamericano jefe de Girl Scouts muerto en un cómico accidente en 1985 mientras enseñaba a las chicas a tirar con arco y los que quizás son más importantes para el asunto que nos ocupa: Thorfinn, nombre nada casual de un carismático guerrero vikingo muerto, obviamente, en el marco de las expediciones de Erik el Rojo, de su hijo Leif Erikson y de otros como Thorfinn Karlsefni… y el capitán Isaac Higgintoot (personaje no heteronormativo según la corrección política actual), muerto de disentería durante la Guerra de Independencia en 1775…

Así pues vemos que una serie estadounidense actual (es decir, vista en muchos países incluidos los de habla hispana) da ahora mismo por hecho que la Vinlandia a la que aluden la “Saga de los groenlandeses” y la “Saga de Erik el Rojo” tenía que ser los actuales Estados Unidos. Y, ya de paso, que en la Guerra de Independencia de ese país sólo han sido llamados a comparecer para el gran público los yankees -como Isaac Higgintoot- y los británicos.

¿Que ha sido, pues, de los casacas blancas españoles que serán los primeros en ayudar al Congreso y al Ejército Continental desde los puestos avanzados en el Misisipi a los que acuden emisarios yankees a pedir ayuda apenas iniciada la revolución?

Pues sencillamente no existen en esa influyente ficción que es “Fantasmas”. Y por una buena razón: porque en el negocio mediático estadounidense (el más poderoso del mundo sin duda alguna) lo “hispano” sólo suele recoger migajas mediáticas. La misma serie “Fantasmas” nos lo cuenta. Así Flor, la hippie muerta en 1968, está interpretada por Sheila Carrasco. Una actriz de origen hispano que sólo ejerce vagamente de tal en “Fantasmas” dado que el nombre real de su personaje es Susan Montero. Lo mismo ocurre con el indio Sasappis: quien lo interpreta es Román Zaragoza, nacido en Nueva York, pero de ascendencia mexicana por parte de padre.

De ese modo tan sencillo espero que quede claro a qué deberían enfrentarse quienes quieren -y queremos- poner las cosas en claro con respecto a la Historia común de españoles y norteamericanos en el marco de ese 250 aniversario que se avecina. Si nada se hace respecto a lo que se podría reclamar a Hollywood, o a productoras como CBS, de nada valdrán protestas en redes sociales, ni los cuadros de Ferrer-Dalmau sobre Bernardo de Gálvez, ni los libros de Historia sobre ese personaje capital en la Guerra de Independencia yankee ni otros de escasísima circulación. Como los de Julio César Santoyo sobre la embajada de Arthur Lee a España en busca de más ayuda para la Causa. O los de Natividad Rueda y Maria Jesús y Begoña Cava Mesa sobre la empresa de Bilbao “Gardoqui e Hijos” que se dedicará a llevar ingentes cantidades de material bélico a esos Estados Unidos que, hoy, gracias a eso, pueden celebrar su 250 aniversario.

Si todo sigue igual a ese respecto en el mundo mediático anglosajón, nadie, o casi nadie, sabrá en 2026 nada de eso o de que miles de casacas blancas españoles lucharon por esa causa. Tanto o más que los franceses que siempre aparecen en películas sobre el tema como “El patriota”.

¿Se sabrá aprovechar este bicentenario y medio de los Estados Unidos para aclarar cosas como esas? ¿O para airear el fraude de la piedra “vikinga” de Minnesota origen de la discusión actual o cuidadas ediciones españolas de las sagas escandinavas, como la de Siruela, que ponen en duda que la Vinlandia de Erik el Rojo, o de Thorfinn, fuera exactamente Nueva York?

Veremos qué nos dice el tiempo sobre el temple de los actuales españoles e hispanos a la hora de defender una Historia mejor contada de la que no nos veamos injustamente excluidos, manipulados, rebajados o ninguneados.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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