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Carlos Rilova

El correo de la historia

Algo de Historia sobre la novela favorita de Napoleón: “Pablo y Virginia”

Por Carlos Rilova Jericó

Sobre Napoleón, tras su muerte en 1821, se han escrito más de 200.000 títulos diferentes, abordando al personaje histórico y su época desde las perspectivas más variadas. Sin embargo una de las menos conocidas es la de qué le gustaba leer a Napoleón cuando no estaba en un campo de batalla. O en su gabinete, rehaciendo el mapa de Europa.

La respuesta es bastante sencilla: Napoleón tenía una novela favorita titulada “Pablo y Virginia”. Un hecho sorprendente en tanto en cuanto esa obra era lo más alejado de la imagen de aquel hombre vestido con un redingote gris y siempre, o casi siempre, con su uniforme de coronel de granaderos o de Cazadores de la Guardia Imperial que tantas veces se ha visto reflejado en tantos miles de páginas o en las pantallas de Televisión y Cine.

Así es, “Pablo y Virginia” es una novela romántica en el más puro significado de esa palabra. Es más: es una novela sentimental, casi lacrimógena, que relata las desgraciadas aventuras de una pareja de jóvenes amantes, Pablo y Virginia, en un marco exótico: la Isla de Francia. Hoy es la Isla Mauricio, pero en esa época era una posesión francesa en el Océano Índico, ante la costa Este de África, en latitudes más bien tropicales por tanto.

De la novela, quizás, hablaremos en otra ocasión, porque merece la pena saber qué es lo que pudo llevar a Napoleón, militar fogueado, a considerar como su novela favorita una tan tersa, tan tenue, tan, en fin, dulce, por no decir dulzona.

Pero antes de dar ese paso me parece casi hasta necesario hablar del autor de tan curiosa obra, “Pablo y Virginia”, porque su vida real fue, como ocurre en muchas ocasiones, más novelesca que su propia novela.

La copia de “Pablo y Virginia” con la que cuenta mi biblioteca es bastante simple. Una edición barata, de bolsillo, publicada en 1993 por Booking International que, pese a ese nombre tan anglosajón, tenía su sede en París y lanzó una colección de Clásicos franceses en la que, evidentemente, estaba “Pablo y Virginia”.

Pese a ser tan frugal esta edición de la novela favorita de Napoleón, se incluyó en ella una pequeña biografía de Bernardin de Saint-Pierre, el autor de esa obra que tanto gustaba al emperador de los franceses y, todavía mejor, un “Preámbulo” donde el autor que tanto impresionó a Bonaparte se despachaba a gusto sobre sus curiosas peripecias.

En ese espeso texto Bernardin de Saint-Pierre contaba, en efecto, los problemas que le había proporcionado esta novela que él quería, a todo trance, convertir en bestseller. Cosa que a duras penas consiguió.

Esa copia de “Pablo y Virginia” que en su día cayó en mis manos, reproducía, por tanto, la edición en cuarto impresa por P. Didot en el año 1806. Un libro que en ese formato alcanza hoy una elevada cifra que habría impresionado al atribulado Bernardin de Saint-Pierre, acuciado por problemas económicos casi siempre.

Así es. Como relata él mismo en ese “Preámbulo”, volvía a editar el libro, que lanzaba vendiéndolo por suscripción, para que se convirtiera en parte de la herencia que pensaba dejar a sus hijos (llamados como los protagonistas de “Pablo y Virginia”) por los que clamaba amargamente en esas decenas de páginas que precedían al texto de esa novela con la que, según parece, Napoleón debió pasar grandes ratos de entretenimiento. Quién sabe si derramando alguna que otra lágrima por la aciaga suerte de los dos inocentes amantes cortados por el patrón de la filosofía de Jean-Jacques Rousseau, gran amigo de Bernardin de Saint-Pierre…

Entre esas rocambolescas desdichas que relataba aquel escritor se daba la circunstancia, por ejemplo, de haber sido víctima de un desaprensivo editor de Lyon que quería aprovecharse del éxito -así lo considera él- de “Pablo y Virginia” y que allá por el año 1804 desplumó a conciencia a Bernardin de Saint-Pierre para desaparecer del mapa sin volver a dar señales de vida. Por más que el escritor que impresionó a Napoleón hizo lo imposible para dar con el estafador.

A desdichas tales se sumaron, dice el “Preámbulo”, las que acarreó la revolución donde Bernardin de Saint-Pierre también sufrió serias pérdidas con los vaivenes políticos que ocasionó aquel cataclismo histórico.

Además de todo esto, y más, el “Preámbulo” reflejaba una mente realmente compleja, la de Bernardin de Saint-Pierre, que era capaz de pasar de discutir en un diálogo con un amigo suyo (que reproduce palabra por palabra) sobre la profesión de periodista que él no tenía en mucha estima, a elucubrar sobre el papel de las mujeres como agente civilizador de la Humanidad (poniéndolas a la altura de Confucio, de Solón, de Platón, de Licurgo…) o acerca de la que él llama su Teoría de las mareas en la que enmendaba la plana, en una larga nota, nada menos que a Isaac Newton.

Bernardin de Saint-Pierre, en principio, no pasaba de ser ingeniero y botánico pero en ese largo y alambicado “Preámbulo” se atrevía también, entre tantos temas tan variados, a hablar sobre las teorías astronómicas de William Herschel (otro personaje admirado por Napoleón que se entrevistará con él en el año 1801) y que habría demostrado que el Sol era no tanto una estrella sino un planeta habitable rodeado por una doble atmósfera. Una perfectamente adecuada para contener seres vivos y otra, más allá de ésta, de carácter ígneo que sería la que emitía luz y calor hacia todo el sistema solar empezando por el planeta Tierra…

Tan espeso “Preámbulo” contenía, aparte de todo esto, noticias tan interesantes como que finalmente los problemas de Bernardin de Saint-Pierre habían quedado solucionados en aquel año de 1806 por la generosa intervención de otro personaje del Olimpo napoleónico.

Nada menos que José Bonaparte. Futuro rey, primero de Nápoles y finalmente de España y sus Indias…

Así Bernardin de Saint-Pierre, con exaltados transportes de gratitud y alegría, contaba que el hermano del emperador que tanto admiraba esa novela llamada “Pablo y Virginia”, había decidido concederle una generosa pensión que superaba, con mucho, todo lo que podría obtenerse de esa reedición de aquel libro que había fascinado al emperador de los franceses.

El trato era realmente generoso tal y como Bernardin de Saint-Pierre lo reproduce en ese “Preámbulo”. José Bonaparte le ofrecía una pensión de 10.000 escudos libremente, sin obligarle a nada que comprometiera su libertad como autor.

Tan desprendida oferta por parte del hermano del emperador, era saludada por Bernardin de Saint-Pierre calificando al futuro malquerido rey de España como príncipe digno de un trono. Si es que hubiera un trono digno de él…

Una frase que en sí valía por todo el “Preámbulo” y que dibujaba la curiosa relación de Bernardin de Saint-Pierre (aquel baqueteado hombre de letras, ingeniero, botánico…) con la familia Bonaparte que lo mismo podía admirar obras sentimentales, tiernas, como “Pablo y Virginia”, que desencadenar sobre Europa tempestades de acero y metralla durante años, arrasar países enteros, como España, calculando, con la mayor frialdad, cómo cambiar los destinos del Mundo. Un afán del que sólo renegarían ante una derrota ya inevitable. Momento en el que Napoleón, quizás acordándose de sus emotivas lecturas de “Pablo y Virginia”, fantaseó con un exilio más bien modesto en Inglaterra apartado del mundanal ruido y bajo la protección, como él mismo dijo, de las leyes de ese país.

Un arrepentimiento sin duda tardío, cuando Europa era un inmenso campo de batalla aún humeante, lleno de hechos de armas tan gloriosos como sangrientos. Algunos, como la Batalla de Sangüesa del 11 de enero de 1812, casi olvidados y de los que hablará el que estas líneas escribe mañana mismo en Navarra, en el concejo de Egües. Otros más conocidos y de los que trataremos en otra ocasión. Pronto.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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