Dos o tres buenas razones históricas para celebrar el Día de San Patricio. Algo de Historia de los regimientos Hibernia, Irlanda y Ultonia. (1766, 1776, 2016...) | El correo de la historia >

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Carlos Rilova

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Dos o tres buenas razones históricas para celebrar el Día de San Patricio. Algo de Historia de los regimientos Hibernia, Irlanda y Ultonia. (1766, 1776, 2016…)

Por Carlos Rilova Jericó

No podía tardar mucho en llegar. Todo lo que se celebra en Estados Unidos se acaba celebrando por estas latitudes. Primero fue convertir la Noche de Difuntos en Noche de Halloween. Y ahora es el Día de San Patricio, celebrado por todo lo alto en ciudades norteamericanas como Chicago o Nueva York. Donde más impacto causó la emigración irlandesa desde mediados del siglo XIX, coincidiendo con la ruina de las cosechas de patata en Irlanda, que era lo que mantenía vivos a sus habitantes católicos, sojuzgados por sus primos escoceses y, sobre todo, por los ingleses.

Un día de estos seguro que acabaremos celebrando el Día de Acción de Gracias, con sus nativos americanos, su pavo y sus puritanos con trabuco. Todo lo que sale en las películas de Hollywood no tarda en hacer acto de presencia por aquí con una extraordinaria fuerza que es rápidamente aprovechada. Sobre todo si, como dicen los curtidos en esos temas, “mueve el mercado”. Es decir, aumenta las ventas de lo que sea: disfraces, sombreros verdes, barbas pelirrojas de pega, cerveza, etc…

No tengo duda de que a mucha gente esto de adoptar fiestas ajenas les parecerá una verdadera papanatería. A mí, personalmente, lo de “Halloween” me resulta bastante impostado. Más aún cuando tenemos a un Gustavo Adolfo Bécquer infrautilizado para estas cosas. Ya lo he comentado en otros correos de la Historia.

Sin embargo, con el Día de San Patricio no me pasa lo mismo. Si hay alguna fiesta estadounidense que deberíamos hacer nuestra, esa es el Día de San Patricio. ¿Por qué?, pues la respuesta, buscada en el baúl de los recuerdos de la Historia, como siempre hacemos por aquí, no puede ser más sencilla: porque las primeras grandes emigraciones de irlandeses fuera de su atosigada isla empezaron en el siglo XVI, justo cuando comienza la invasión de Irlanda por los ingleses primero y, después, por los escoceses unidos a estos, y se dirigieron a España y Francia principalmente y no a América del Norte, para los irlandeses, en aquel entonces, territorio enemigo. Tanto como su isla esmeralda, invadida de arriba a abajo por británicos con muy malas intenciones.

En efecto, las entonces monarquías de sus muy católicas majestades -la de España más que la francesa- eran refugio seguro para unos irlandeses a los que no esperaba nada bueno en su tierra natal.

Al católico rey de España la situación de Irlanda siempre le interesó mucho, tanto como la suerte de sus habitantes originarios. Y es que en algo estaba de acuerdo Su Majestad Católica con los colonos ingleses atrincherados en las empalizadas del Ulster y alrededores (el famoso “Pale”, su primer y todavía hoy último reducto dentro de Irlanda): quien dominase Irlanda dominaría Inglaterra. Esa simple premisa estratégica explica mucho de lo que le pasó a Irlanda, que, además, se aferró al Catolicismo, acaso porque quienes la invadían eran, mayoritariamente, herejes protestantes.

Una circunstancia y otra provocaron rebeliones irlandesas y desembarcos españoles para apoyarlos. Alguno de ellos, como el de 1602, muy bien estudiado en libros como “La batalla de Kinsale”, protagonizado por Juan del Águila, fogueado oficial del Tercio Viejo de Sicilia.

Y desde  entonces hasta el siglo XIX más y más veces. En unas ocasiones a favor de los irlandeses, en otras no tanto. Como ocurrió en 1689, cuando el “rey Billy”, Guillermo de Orange, el llamado “héroe protestante”, invadió Irlanda para poner de nuevo sobre ella la ley británica y echar de allí a Luis XIV, que había reemplazado a España en la labor de apoyar las rebeliones irlandesas. Nueva situación geoestratégica que llevó a los españoles a apostar fuerte por Guillermo y su gobierno, al que financiaron y dirigieron por medio del embajador en Londres, dejando hacer al “rey Billy” que, con sus hazañas militares del verano de 1690, encanallaba, para un par de siglos, la cuestión irlandesa. Como lo atestiguan todavía hoy los grandes murales del Ulster, que han agredido la vista de ambos bandos en conflicto -católicos y protestantes- desde las paredes de muchos edificios de las ciudades de ese fragmento de Irlanda aún en manos británicas.

Una maniobra, ese abandono de 1689, que los irlandeses no reprocharon a España, siguiendo fielmente a su lado, siglos y siglos. Especialmente en el XVIII, ofreciéndole lo mejor de sus guerreros para formar varios brillantes regimientos, entre ellos el Irlanda, el Hibernia y el Ultonia.

En ellos, y en otros como los Dragones de Edimburgo -un regimiento de Caballería-, se recibía con los brazos abiertos a los jóvenes de familias irlandesas de mayor o menor alcurnia -su alta y baja nobleza- que sabían perfectamente que no tenían nada que hacer en una Irlanda invadida en la que se les negaba toda posibilidad de promoción social por su Catolicismo y por la “mala suerte” de estar ocupando unas tierras que los británicos querían para ellos…

En unidades militares como esas prestaron toda clase de servicios. Unos nos pueden parecer hoy más simpáticos que otros. Así, el regimiento Hibernia fue encargado en 1766 de reprimir en territorio guipuzcoano la rebelión conocida como “Machinada” en el País Vasco y “Motín de Esquilache” en el resto de España. Su coronel en aquellas fechas, el caballero Vicente Kindelán, dará una larga lista de soldados descendientes suyos al Ejército español, que llegan hasta la época de la sublevación franquista en 1936. En esas fechas su descendiente directo cerró filas con los rebeldes. Sin embargo, curiosamente, al Kindelán de 1766 se le debió insistir mucho por parte de la “gentry” guipuzcoana -los “andiquis y jaunchos” de los que hablaba el padre Larramendi, contemporáneo de los hechos- para que sacase a sus soldados del Castillo de San Sebastián y restaurase el orden público de una sociedad -la europea del siglo XVIII- donde el concepto “policía antidisturbios” aún no existía…

Otros servicios del Hibernia -y los otros regimientos irlandeses- seguramente nos parecerán hoy más aceptables: en 1780 el Hibernia será destinado por la corona española a combatir en los actuales Estados Unidos, donde, una vez más, los jóvenes irlandeses expulsados de la verde Erin, tendrán ocasión de ajustar cuentas con los casacas rojas británicos que, paradojas de la moda militar del momento, vestían un uniforme casi idéntico al que el rey de España daba a estos bienvenidos refuerzos irlandeses que engrosaban algunos de sus mejores regimientos.

Si del Siglo de las Luces nos vamos al que empieza bajo la égida de Napoleón, descubriremos que el regimiento Ultonia se batirá durante el sitio de Gerona, defendiendo a ultranza esa ciudad catalana, donde las águilas imperiales napoleónicas se estrellan contra un Ejército español que la soberbia intelectual de Napoleón ni siquiera había llegado a imaginar.

En 1815, como ya sabrán los que hayan leído “El Waterloo de los Pirineos”, el Hibernia será, una vez más, destinado a la frontera vasca. Ahora como parte del Ejército de Observación que va a levantar el acta -definitiva- de la total destrucción de ese primer imperio francés a la sombra de varios miles de bayonetas españolas entre las que brillan, también, las de estos irlandeses, venidos a hacer carrera en el Ejército de Su Majestad Católica…

Podríamos seguir así durante muchas páginas, pero creo que, al menos por hoy, bastará con esto para constatar que, en efecto, por una vez, hemos hecho muy bien en adoptar una fiesta como la de San Patricio. Eso sí, a ver si puede ser que el año que viene, en las mismas fechas, las jarras de cerveza irlandesa se levanten ese día para brindar por esos miles de irlandeses que lucharon (por lo general) en favor de los ancestros de quienes se las beben alegremente ahora.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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