Por Carlos Rilova Jericó
Sigue esta semana el correo de la Historia sin moverse de lugar, el Bidasoa, pero sí de época y de asunto. Hoy mismo, este lunes 1 de agosto de 2022, se repetirá, una vez más, una curiosa ceremonia en un río, el Bidasoa, que hizo durante mucho tiempo de manzana de la discordia entre las coronas de Francia y de España.
Alguien quizás piense que donde dice “manzana de la discordia” debería yo haber puesto “frontera”. En realidad no. Bien está como está. Al menos desde el punto de vista de la Historia. La que hay detrás de esa curiosa ceremonia, que tendrá lugar hoy mismo sobre una estrecha lengua de tierra que llamamos “Isla de los Faisanes”.
Bien está decir que ese río, y la isla que en él se levanta, fueron manzana de la discordia porque la frontera en la que se convirtieron es una cosa relativamente reciente. Y de ahí viene, precisamente, lo que va a escenificarse hoy en la Isla de los Faisanes que, según me decía uno de los impenitentes lectores de este correo de la Historia -Miguel Ángel Domínguez, responsable de la Sala Histórica del acuartelamiento de Loyola- parece ser va a contar incluso con la presencia de, nada menos, que la BBC cuya atención habría sido atraída por tan curiosa cuestión histórica para llenar sus espacios informativos.
En pocas palabras lo que va a suceder, o estará sucediendo casi en el mismo momento en el que este correo de la Historia sea publicado, es que el actual comandante naval de Guipúzcoa, Javier Mateos, va a entregar la posesión y dominio de esa isla a su equivalente francés.
El acto contará, como es habitual, con la presencia de autoridades militares y civiles. Por parte española, aparte de la Marina representada por su ya aludido comandante naval, estará presente una dotación del regimiento Tercio Viejo de Sicilia n.º 67 que tiene su base precisamente en el también citado acuartelamiento de Loyola.
Con esa solemnidad se hará el traspaso de soberanía a manos francesas desde las manos españolas que han detentado ese poder desde comienzos de este año 2022.
En resumen, una vez más un pequeño, casi microscópico, territorio europeo, cambiará de soberanía y nacionalidad durante seis meses para, dentro de otros seis meses, pasar a cambiar nuevamente de soberanía y nacionalidad.
Detrás de todo esto hay, por supuesto, una porción de Historia, bastante complicada, pero no por eso menos entretenida.
Tuve ya ocasión de explicarla este mismo año, a instancias precisamente del ya mencionado comandante naval y de la empresa Zeregin, en el Parador Nacional de Fuenterrabía, en una conferencia que trataba de eso precisamente, de explicar de que insondable profundidad de la Historia, salía esa curiosa ceremonia de repartir entre Francia y España, cada seis meses, la soberanía de esa isla que pasa una mitad del año siendo francesa y la otra siendo española.
Algo sin duda capaz de desconcertar a la mismísima BBC. Trataré de explicarlo otra vez, como lo hice en su momento en el parador hondarribiarra, pero ahora por escrito.
Somos muchos, o bastantes al menos, los que nos hemos acercado a la Historia de esa plaza fuerte y su río. Podría citar entre otros muchos a Serapio Múgica, Luis de Uranzu, Florentino Portu… y una lista bastante larga de historiadores, e historiadoras, que, ya en el siglo XX, hemos salido de las facultades universitarias para seguir reedificando esa parte del pasado con mejores herramientas. Como es el caso de Ana Galdós Monfort, Kote Guevara o el que estas líneas escribe por no alargar demasiado el párrafo.
También ha habido historiadores que se han acercado al tema desde la Literatura, entre ellos se puede citar a Alfonso Mateo-Sagasta, que culminaba su trilogía de novela negra ambientada en la época de Cervantes, precisamente en aquel río tan disputado.
Todos los citados, sabían, o sabemos, más o menos, lo que hay detrás de esa costumbre de dividir la isla cada seis meses: algo totalmente habitual en Europa desde la caída del Imperio Romano. Es decir, guerra entre estados-nación.
Algo de lo que tanto España como Francia han sido perfectos ejemplos. En efecto, todos los manuales de Historia Moderna señalan que esos dos países han sido decantados ejemplos de estados-nación modernos. Unas poderosas maquinarias guerreras cuyo objetivo era sobrevivir y engrandecerse a toda costa. Y por un fin muy comprensible: el perdedor en esas disputas territoriales que eclosionan con fuerza a partir del siglo XIV, acababa convertido en despojo a repartir y despedazar por el vencedor.
Ese podría haber sido el destino de Francia en el siglo XVI. La corte española puso mucho empeño en ello. Son casi incontables las veces que desde Italia o la actual Bélgica, Lyon o París fueron amenazadas por tropas españolas.
Francia no se quedó atrás en la labor. Respondió con verdadera contundencia. Aprovechó cualquier resquicio dejado por las debilidades de su archienemigo. Así es como la Cataluña al Norte de los Pirineos fue engullida por Francia cuando la rebelión catalana, en la cuarta década del siglo XVII, fue atizada sin escrúpulo por la corte francesa dirigida por el implacable cardenal Richelieu.
En el siguiente reinado, en el que Francia sale aparentemente fortalecida de una guerra que ha durado hasta 1659 y cuya paz se sella precisamente en la Isla de los Faisanes, el objetivo seguirá siendo el mismo. Así en 1697 las tropas de Luis XIV tomarán brevemente Barcelona.
Un gran consuelo, si bien breve, como digo, por no haber conseguido otro tanto en aquel río Bidasoa y en la isla donde se entregó a ese mismo Rey Sol a su malquerida esposa española: María Teresa de Austria.
Así es, porque, el río, en aquellas fechas y hasta 1856, no era la frontera, mitad por mitad, entre ambos reinos. Algo que el orgullo de Luis XIV apenas podía sufrir y que dio lugar a numerosos enfrentamientos hasta que, agotado, en Ryswick, el Rey Sol decidió cambiar los cañones navales de su flamante flota hostigando la ribera Sur del Bidasoa (y la enconada resistencia que se le mostraba desde allí) por la rama de olivo diplomática que le entregase los vastos -y ricos- dominios españoles para poder sostener a una Francia que, tras medio siglo de guerra con toda Europa, se tambaleaba.
Desde ese momento en el año 1700, la cuestión del río, y su isla, quedó como dormida. De un modo u otro, desde entonces, o bien España y Francia fueron aliadas y, como se supone dijo Luis XIV, ya no había Pirineos -ni río Bidasoa- o bien, como ocurrió de 1808 a 1813, Francia anexionó a España y tampoco tenía mucho sentido ya la cuestión del reparto del Bidasoa y su Isla de los Faisanes.
Así llegó la cuestión hasta mediados del siglo XIX en el que España y Francia ocuparon papeles más amistosos en el tablero diplomático (y guerrero) de Europa y de esa buena armonía nació el acuerdo del que surgió esa ceremonia de división matemática entre ambos países, de seis meses en seis meses, que hoy mismo, una vez más, tiene lugar…
Habrá quien diga que el hecho en sí, una vez explicado, es toda una lección histórica sobre la cantidad necesaria de tiempo, pólvora y sangre derramada que se necesita para que, finalmente, la diplomacia imponga su buen sentido. Probablemente quien eso piense esté completamente acertado y es algo en lo que deberíamos pensar cada vez que pasemos ante la Isla de los Faisanes. Esté en esos momentos bajo una bandera u otra…