Por Carlos Rilova Jericó
Siempre trato de evitar que el correo de la Historia sea muy redundante con los temas que elijo para llenar estas páginas. Así, puesto que la semana pasada hablaba de Franz Anton Mesmer, un médico que vivió en la época de las guerras napoleónicas, hoy hubiera tratado de evitar aquí, otra vez, algo relacionado con esas mismas fechas.
Pero las ocasiones históricas son como todas las ocasiones: no hay que dejarlas pasar y el estreno de la gran producción de Ridley Scott sobre el emperador Bonaparte, prevista para este viernes 24 de noviembre de 2023, ha hecho bastante inevitable volver en sólo siete días sobre aquellos años.
Es más, seguramente no habrá mejor ocasión que este lunes 20 de noviembre de 2023 para hablar de esa película. O mejor: de la polémica con la que va a nacer y que involucra directamente al gremio de historiadores.
Esa polémica empezó hace ya dos semanas. Para el 6 de noviembre medios de habla inglesa como “The New Yorker”, “The Independent”, “Fox News”… se hacían eco de que Ridley Scott, el consagrado director de “Blade Runner”, había hecho un “capitán Haddock” a algunos historiadores que habían visto extractos de su “Napoleón” y, sin más, le señalaron que su magna obra no era fiel a los hechos históricos que rodearon esa vida que el mismo Napoleón consideraba que había sido una verdadera novela. Cuando los británicos y resto de coaligados en su contra, lo pusieron a reflexionar en la isla de Santa Elena sobre lo ocurrido entre 1804 y 1815.
Uno de los culpantes en este asunto ha sido Dan Snow, un muy popular y bien relacionado divulgador histórico licenciado en Oxford y, además, de rancio abolengo británico. Tras ver un “trailer” de la película subió un video a TikTok (ese albero de tantas tonterías que hacen pequeño cualquier ridículo vital padecido, alguna vez, por quienes nos mantenemos lejos de él) y allí señaló, por ejemplo, que no es cierto -como dicen los carteles promocionales de Ridley Scott- que Napoleón viniera de la nada. Una precisión oportuna, no como la afirmación que, a raíz de esto, hizo Snow sobre que, de hecho, el padre de Napoleón fuera “un aristócrata”.
Si bien es cierto que Napoleón no era un miserable de los que Victor Hugo tan bien retrató, no lo es que Carlo Buonaparte fuera, exactamente, un aristócrata. Aquí Snow debería haber tenido en cuenta algo que debe de conocer bien, viniendo del medio social del que viene y como licenciado en Historia. Es decir: la diferencia entre un aristócrata y la simple nobleza provinciana dedicada, además, a un oficio que habría hecho sentir náuseas a cualquier verdadero aristócrata del siglo XVIII: el de abogado…
Para un historiador anglosajón, como es el caso de Snow, hubiera sido más certero señalar que el padre de Napoleón pertenecía a la “gentry”. Es decir, esa imprecisa categoría social exportada (como concepto) al resto de Europa donde se mezclaba pequeña nobleza y alta burguesía con cierta tendencia a mezclarse y aliarse por medio del matrimonio y que, por cierto, en el caso de Francia, era cordialmente despreciada por la vieja aristocracia (la llamada “de espada”) a la que repugnaba esa otra nobleza “de toga” que compraba tierras y títulos y hasta se dedicaba a profesiones tan burguesas (y por tanto tan poco aristocráticas) como la de abogado.
Respecto a lo que dice Snow sobre los disparos de Napoleón a las pirámides durante la batalla del mismo nombre, hay que reconocer, sin embargo, que no anda tan equivocado. Aunque también se le podría responder lo mismo que él indica sobre la largura del pelo de María Antonieta cuando fue ejecutada: que Napoleón no estuvo allí… Del mismo modo ningún historiador o historiadora de hoy día hemos sido testigos presenciales de esa batalla y, por tanto, tampoco podríamos decir, con exactitud, si algún disparo de un cañón de 12 libras alcanzó esos monumentos en medio de algo tan confuso como una batalla (como decía, además, Wellington, el gran rival de Napoleón).
Todo esto ganó a Dan Snow, en efecto, la invectiva de Ridley Scott: “get a life”. Lo que literalmente se puede traducir como “búscate la vida”, pero cuyo sentido sería en realidad “vete a paseo”. Por no decir algo más crudo…
Personalmente el historiador que escribe estas líneas poco más puede decir al respecto. Salvo que lo poco que ha visto en los “trailers” de “Napoleón” le ha recordado al mejor Ridley Scott director de películas históricas. Es decir: al de “Los duelistas” (una maravilla de 1977 basada en el relato de Joseph Conrad y ambientada también en época napoleónica) y no al de “Robin Hood”.
Obviamente cuando vea “Napoleón” tal vez cambie de opinión. O tal vez no. Ya hablaremos de eso en otro correo de la Historia. Lo que sí podría afirmar ahora mismo es que el veterano Ridley Scott se ha metido en un tema histórico que es un verdadero desafío. Siguiendo los pasos de directores que ya son parte de la Historia del Cine. Como Abel Gance, que, nada menos que en dos ocasiones, se ocupó de la vida de Napoleón. En 1927 en versión muda (con versión hablada en 1935) y en 1960 en “Austerlitz”.
Y de ahí ha venido este embrollo que habría que explicar con más detalle. Porque quizás muchos de los críticos de Scott, peor y mejor informados, ignoran, o pasan por alto, que la vida de Napoleón, además de muy documentada, ha creado todo un canon que, en general, Scott parece haberse limitado a repetir. Como Abel Gance primero, como Sacha Guitry después… Ese canon salta de los documentos a los libros y de allí a la primera película de Abel Gance del año 1927, que Guitry reproduce y extiende aún más en su “Napoleón” de 1955. Ambos directores, y otros como Christian-Jaque en su “Madame Sans-Gêne”, en realidad, lo único que hicieron fue repetir ese canon que ya se venía repitiendo sobre la vida del emperador desde que, en 1840, su figura es rehabilitada y aceptada por la mayoría de los franceses como patrimonio nacional.
Un relato que empezaba con su nacimiento en Córcega, su destino manifiesto ya insinuado durante sus estudios en Brienne, su paso (como de soslayo) por la época revolucionaria (asistiendo a la caída de los Borbones, con indiferencia y hasta con desprecio), de ahí a su éxito como general revolucionario en Tolón (luchando contra británicos y españoles), durante la reacción termidoriana en París y en Italia, su expedición a Egipto, el, aparentemente, inevitable golpe de Brumario, el Consulado, el Imperio, sus grandes victorias en batallas como Austerlitz, Wagram, Eylau… y así hasta el apoteósico final en Waterloo y su exilio y muerte en Santa Elena…
En definitiva, si Scott se ha ceñido a ese canon, las críticas sobran, incluso si, como señalaba también Dan Snow, Scott ha convertido a Napoleón en general de Caballería cargando contra las líneas enemigas.
Tal vez no ocurrió tal y como lo refleja la película, pero según esa vida canónica de Napoleón tal vez sí ocurrió como lo refleja el grabado de época que ilustra este nuevo correo de la Historia, donde se le retrató en medio de una de sus grandes derrotas, la de Leipzig, cargando a caballo espada en mano y a lomos de un caballo blanco.
Algo que, quizás, el estimado colega Dan Snow no conocía y que demuestra, una vez más, que las críticas, como los “soufflés”, pueden acabar estallando en la cara de quien las vierte. Y más si el motivo para opinar se hace en torno a un personaje tan oceánico, tan vasto, tan lleno de Historia, mito y propaganda como Napoleón que, de hecho, nos rebasa a todos. A Abel Gance, a Ridley Scott, a Dan Snow y, entre otros muchos, por supuesto a quien estas líneas ha escrito…