Por Carlos Rilova Jericó
Hace un par de semanas hablaba en esta misma página, por segunda vez, de Dan Snow. Un popular historiador británico, oxoniense, que es bien conocido por su programa de divulgación histórica “The History Guy”, algo que podríamos traducir como “El tipo de la Historia”. Mencionaba yo a Snow por la cuestión de sus críticas a la película sobre Napoleón que lanzó al mercado Ridley Scott apenas hace un mes.
No era yo -en ese otro correo de la Historia- muy comprensivo con las críticas de Dan Snow que (como muchas otras lanzadas contra esa película desde ese sector) me parecían bastante exageradas y demasiado centradas en minucias y en escenas con una carga metafórica deliberadamente ahistórica. Algo que, lógicamente, se debería permitir en una obra de Arte. Del Séptimo en este caso.
En cualquier caso y para que se aprecie que, por mi parte, no había inquina personal contra Snow, esta semana reconozco -sin problema- que él, Dan Snow, “The History Guy”, también aporta, a veces, cosas muy interesantes para la Historia. Por ejemplo en su red social de Twitter (hoy “X”).
Así ocurre con el recuerdo que Snow dedicó el martes pasado a un personaje histórico realmente curioso: el capitán George Fishley.
De él nos ofrecía Dan Snow un daguerrotipo en el que se veía a Fishley en los últimos momentos de una larga vida que había empezado en 1760 y terminaba en un mundo totalmente nuevo, en el año 1850, en el que ya poco recordaba a los tiempos de su niñez y juventud.
Para el público de habla española Fishley es prácticamente un completo desconocido, pero a un golpe de tecla se descubre, pronto, que en la esfera angloparlante es alguien bastante bien identificado ya desde hace algunos años.
Así se conoce su genealogía a través de la página web “Find a grave”, donde se pueden encontrar antiguas tumbas de, entre otros, veteranos soldados estadounidenses. O bien hay sucintas biografías suyas -que Snow resumía esta semana pasada- para recordar que George Fishley había muerto con 90 años siendo, se suponía, el último superviviente de los soldados patriotas que lucharon en la Guerra de Independencia norteamericana, entre 1776 y 1783.
Ahí está lo históricamente llamativo de la vida de ese hombre que, en el daguerrotipo de hacia 1850, nos mira vistiendo, otra vez, el gran sombrero de tres picos -ya totalmente pasado de moda- que en su juventud era la prenda de cabeza más común en toda Europa y sus colonias americanas. Incluyendo el Ejército revolucionario estadounidense.
George Fishley fue, en efecto, uno de los muchos jóvenes que, sin salir aún de lo que ahora llamamos “adolescencia”, se enrolaron como voluntarios en las filas del Ejército Continental de línea con el que las trece colonias británicas de Norteamérica trataban de independizarse, luchando ya abiertamente contra el rey Jorge III en los campos de batalla.
En aquel entonces George Fishley contaba sólo 17 años, cuando se une a esas filas. Sin embargo será uno de los más fieles seguidores de su tocayo George Washington.
Estará, pues, justo en el lado contrario de un tipo muy común en ese Ejército Continental y sus tropas de milicia auxiliar.
Así Fishley seguirá al general Washington pese a todos los reveses que ese Ejército, levantado a toda prisa y sin apenas medios (salvo la disimulada ayuda española desde 1776 hasta el año 1779) deberá afrontar ante las bien preparadas tropas del rey Jorge.
Así también George Fishley soportará las penalidades del llamado “invierno en Valley Forge”. Un episodio esencial en la épica estadounidense asociada a su Guerra de Independencia. Allí estará, en efecto, el joven Fishley desafiando el frío mortífero, las enfermedades que barren las filas de ese Ejército a punto de desintegrarse y negándose a secundar las deserciones de otros hombres que dan por cumplida su misión y regresan a sus granjas, a preparar la cosecha del año siguiente.
Igualmente tomará parte en las represalias llevadas a cabo por la Expedición Sullivan, que en 1779 devastará hasta cuarenta poblaciones de la Liga Iroquesa alineada con los británicos…
Su lealtad se verá recompensada con la victoria final y su ascenso, hasta el rango de capitán, en las filas de las nuevas Fuerzas Armadas de la recién creada república americana.
Así verá en 1783, convertido ya en un joven de 23 años, la rendición de las orgullosas banderas británicas y la consagración de ese nuevo país -por el que él había luchado desde que era un muchacho imberbe- gracias al tratado sellado en Versalles por el que Gran Bretaña debía firmar la paz con sus antiguas colonias y reconocerlas como constituidas en una nueva nación bajo la protección de la poderosa alianza de España y Francia, garantes de ese mismo tratado.
De ese modo va transcurriendo una larga vida en la que George Fishley se enroló, en 1781, en corsario (lo cual le costaría acabar capturado durante un tiempo por los lealistas canadienses en Halifax) y, tras la completa victoria de 1783, en una especie de símbolo de la revolución americana, frecuentemente invitado a tomar parte en ceremonias relacionadas con la todavía breve Historia de Estados Unidos.
Por ejemplo en 1826, con motivo de las exequias dobles de dos de los primeros presidentes de la nación, Jefferson y Adams. Una celebración en la que, sin embargo, George Fishley se negó a participar. porque se le dijo que en ella también estaría cierta persona que él conocía bien. Alguien que, en sus propias palabras, era en realidad un “maldito hessiano”. Es decir: un mercenario alemán al servicio del rey Jorge que -también en palabras de Fishley- había cobrado seis peniques al día por combatir contra patriotas como él…
Esta curiosa vida de George Fishley, ese decantado revolucionario norteamericano, volvió a ser conocida gracias a que su llamativo daguerrotipo fue encontrado por Peter Narbonne -vicepresidente de la Sociedad Histórica de Portsmouth, en Nueva Hampshire- cuando localizaba allí piezas para una futura exposición en ese centro. Así reaparecieron también indicaciones biográficas sobre el capitán George Fishley y su larga lista de andanzas de las que he ido hablando hoy en este correo de la Historia, que ha tratado de reconstruir el rostro (y la también larga vida) de un hombre que luchó decididamente por la creación de la que hoy es una de las mayores potencias mundiales y que, en 1777, cuando él se unió a su endeble Ejército, tendía manos suplicantes hacia la vieja Europa. Hacia España primero, hacia Francia después.
Este fue, pues, George Fishley. Un viejo aliado del rey de España que vivió para ver, y hasta para ser protagonista, de acontecimientos tan extraordinarios como la revolución americana, la francesa, las guerras napoleónicas y el momento en el que barcos de vela como los que él había mandado como corsario se convertían en extraños artefactos impulsados por máquinas de vapor…