Por Carlos Rilova Jericó
Los acontecimientos de este pasado jueves 8 de mayo de 2025 que han llevado a la elección de un nuevo Papa para la Iglesia católica, me han llamado la atención. Como historiador, más que como creyente, agnóstico o ateo.
Me ha parecido, en efecto, asombrosa, la atención mundial que se ha dedicado al hecho. Así he visto como tanto en países católicos como protestantes -no me consta nada sobre lo ocurrido en países musulmanes- se ha seguido la elección del nuevo Papa de Roma con un interés obsesivo en los programas más o menos informativos.
Pero curiosamente en los sesudos análisis que han orbitado en torno a esta cuestión, no he visto que saliera a relucir la cuestión del último Papa y las profecías escatológicas, apocalípticas… que sí saltaron a la palestra -al menos en redes sociales- cuando se anunció la muerte de Francisco. En ese momento hubo las habituales agarradas en esos medios en torno a lo que había dicho Nostradamus. Por ejemplo (afirmaban algunos entusiastas) que, al fin, muerto el Papa, dejaba claro el doctor Nostradamus, en alguna de sus cuartetas o centurias renacentistas, que el Apocalipsis relatado por San Juan en Patmos ya estaba aquí y llegaba el -desde hace siglos- tan esperado fin de los tiempos.
Salió también a relucir en esos agrios debates el nombre de San Malaquías, arzobispo irlandés del siglo XII, que, se supone, profetizó con mucha más claridad que habría un último Papa, llamado Pedro el Romano, que, en realidad, sería el Anticristo o uno de sus agentes más calificados y tras él vendría el Juicio Final, la destrucción de Roma… en fin el Apocalipsis, el fin de los tiempos.
Así pues la convencional elección del cardenal Prevost este jueves pasado como Papa León XIV, realizada con toda la normalidad política y litúrgica que cabría esperar, ha resultado, vista desde esa perspectiva, bastante sorprendente -o debería haber resultado bastante sorprendente- mirada bajo esa luz de la supuesta virtud profética de San Malaquías de Armagh.
La ecuación histórica que se plantea a partir de ahí parece obvia: o León XIV es realmente el albacea que liquida la Iglesia católica como tal, haciendo buena la profecía de San Malaquías y hace sonar la campana del Juicio Final de algún modo, o bien este santo no fue ninguna clase de profeta. Por más que ello desilusione a quienes no pueden vivir sin esa clase de misterios históricos que, a juzgar por el éxito de programas como los que tanta audiencia dan al llamado “Canal Historia”, deben ser bastantes millones.
Así las cosas creo que algo de Historia sobre San Malaquías de Armagh y sus supuestas profecías podría venir bastante bien en estos momentos.
Tomemos pues, para empezar, el caso de un erudito trabajo, con la ya venerable fecha de 1915, donde el padre jesuita Herbert Thurston señalaba en esa obra, “The War and the prophets”, que San Malaquías de Armagh jamás había escrito profecía alguna.
Sus supuestas adivinaciones sobre los Papas de Roma y el momento en el que llegaría el último de ellos y el Apocalipsis, según el padre Thurston, habrían sido inventadas -acaso de manera interesada- hacia el año 1595 por alguien llamado Arnoldo de Wyon, que publicó en esa fecha, por primera vez, esas supuestas profecías de San Malaquías que el padre Thurston daba por enteramente apócrifas y, así las cosas, carentes de valor más allá de ser una simple curiosidad histórica sobre lo que se urdía en Roma en esos años finales del siglo XVI.
Por tanto habría que deducir a partir de aquí que la elección -este jueves 8 de mayo de 2025- de un nuevo Papa tras la muerte del supuesto último Papa, es que evidentemente las profecías de San Malaquías son sencillamente un invento interesado de aquella Europa que se debate denodadamente en cruentas guerras de religión entre los católicos fieles y los protestantes cismáticos y donde (a causa de esto) se ha convocado un monumental y largo concilio -el de Trento- destinado a reorganizar a la maltrecha Iglesia católica y fortalecerla para combatir la rampante herejía protestante.
A ese respecto otro erudito trabajo sobre San Malaquías y sus supuestas profecías, afinaba todavía más que el del padre Thurston sobre estas cuestiones. Se titulaba “La profecía de San Malaquías sobre la sucesión de los Papas” y fue escrito por Julio César Orduz, un profesor de la Universidad colombiana del Rosario en 1939. Señalaba este breve -pero denso- trabajo que en el cónclave para la elección de un nuevo Papa tras la muerte de Urbano VII, habrá extraordinarias tensiones políticas y donde las disputas entre Felipe II y el cismático Enrique III de Francia pudieron tener mucho que ver con la oportuna aparición de esas profecías atribuidas a San Malaquías sobre la sucesión de Papas hasta el fin de los tiempos. Por lo demás, a diferencia del padre Thurston, Julio César Orduz exoneraba ahí tanto a Arnoldo de Wyon como a Alfonso Chacón (receptor del libro de las supuestas profecías) de haber fraguado un fraude, pecando esos dos clérigos involucrados en el asunto más de ingenuidad que de perversa malicia política.
Obviamente, si de aquí a unos meses no pasa nada alarmantemente sobrenatural -aunque en estos tiempos que vivimos todo parece ya posible- habrá que deducir que, en efecto, el don de la profecía existe pero San Malaquías de Armagh jamás disfrutó de él, que sus supuestas profecías tan solo eran un arma de guerra inventada a finales del siglo XVI para la encarnizada lucha entre protestantes y católicos en el marco de las Guerras de Religión y el Concilio de Trento y, finalmente, que el Apocalipsis y el Juicio Final llegarán algún día -tal y como sostiene la doctrina oficial de la Iglesia católica- pero que, al menos por ahora, carecemos de una fecha exacta, de algún dato orientativo -como una lista de Papas de Roma- que nos diga cuándo podría ocurrir eso.
Así, de momento, quedaría inaugurado este nuevo Papado que demostraría definitivamente la falsedad de esas supuestas profecías de San Malaquías de Armagh.
Asunto sobre el que ahora mismo pesa uno de esos atronadores silencios que un maestro de historiadores como Jacques Le Goff nos recordaba, hace años, son a veces más reveladores acerca de una época que cualquier documento escrito.
En el caso de la nuestra, que algún día será Historia, parece que queda claro que las primeras décadas de este tercer milenio no tuvieron nada de singular, ni van a ser el escenario del fin de los tiempos anunciado, durante siglos, como parte esencial de la doctrina de esa Iglesia católica que acaba de elegir con toda tranquilidad -y bastante rapidez- a un nuevo Papa sin que haya ocurrido nada demasiado extraordinario.
No al menos más allá de que especialistas en los asuntos vaticanos como Eric Frattini hayan abordado esta elección con absoluta normalidad y de la expectación algo nerviosa de buena parte del mundo cristiano -y son muchos millones de personas- vuelta hacia Roma, generando horas y más horas de Televisión, portadas de periódicos y revistas y el consabido, tranquilizador y prosaico ruido mediático habitual en nuestra, de momento, bastante convencional época.