Por Carlos Rilova Jericó
Ya en otros correos de la Historia se ha hablado de ese curioso género cinematográfico que son las películas “Western” o, en su versión castellana, “del Oeste”. Sobre todo se trató en ellos de la diferencia entre el llamado Western “clásico”, que iba desde los principios de la industria con el famoso Tom Mix, hasta la década de los sesenta del siglo XX en la que el género cambió y pasó a ser descrito como revisionista o crepuscular.
Hollywood, en efecto, hizo su habitual magia desde, más o menos, 1909 a 1969 para vender el “Salvaje Oeste” como una epopeya bastante maniquea, superficial (desde el punto de vista histórico) y casi exclusivamente americana convertida, además, en un referente mundial. Con curiosos ejemplos de ello. Así, se dice que dos dictadores de sesgo tan opuesto como Franco y Stalin, eran unos auténticos fans de esas “películas del Oeste” que solían proyectar en sus respectivos palacios, en las salas de Cine acondicionadas de las que disfrutaban ambos.
Fuera como fuese esa afición dictatorial -a Izquierda y Derecha- por la narrativa del Western llamado “clásico”, lo cierto es que Hollywood persuadió a millones de otros espectadores de que la Historia reflejada en esas películas “del Oeste” era un relato “all american”, surgido de las praderas arrebatadas a los “salvajes” por esos americanos genuinos, sin relación aparente con la vieja Europa. Algo cuando menos incierto desde el punto de vista de la Historia…
Dejaré para otro día, si acaso, la nueva polémica hispana que, abundando en eso, reclama -no sin razón desde luego- que los europeos -españoles en este caso y también franceses, todo hay que decirlo- llevaban ya tiempo merodeando por gran parte de ese “Salvaje Oeste” siglos antes de que naciese Samuel Colt y su icónico revólver. Así como los característicos personajes que lo portaban al cinto para asombro de los europeos que, como comentaba algún periódico español con ocasión de la muerte de Lincoln, habían convertido esas cartucheras y sus correspondientes revólveres en una “prenda de vestuario” más.
Por lo tanto hoy me centraré, otra vez, sólo en el Western crepuscular. Ese subgénero de ese genero de películas “del Oeste” que cambió radicalmente la manera de narrar esos hechos hacia finales de los años sesenta y comienzos de los setenta del siglo XX.
Ejemplos de él hay muchos y, como decía, ya han pasado algunos de ellos por las páginas de otros correos de la Historia. La Trilogía del dólar de Sergio Leone es un buen ejemplo de esto. Con ella Leone -un italiano, un europeo en fin- creó escuela al apropiarse del relato hollywoodiense y ponerlo al día para un público que exigía más verdad y menos falso brillo en lo que veía por pagar una entrada de Cine. Así pronto fue imitado hasta por los más conspicuos representantes del Western clásico. Como ocurrió con John Wayne y el “El gran Jack”. Una película de 1971 en la que el “efecto Leone” se dejaba sentir y de la que se habló en el correo de la Historia del 14 de noviembre de 2022.
En 1969, dos años antes del estreno de “El gran Jack”, sin embargo, otro de los protagonistas habituales de los Western “clásicos”, Richard Widmark, ya se había adelantado a ese golpe de timón en “La ciudad sin ley”. Un hecho revelador, pues Widmark había coprotagonizado algunos años antes, junto con John Wayne, “El Álamo”. Un Western clásico -nada crepuscular- a más no poder.
En “La ciudad sin ley”, en cambio, nos encontramos con la que, quizás, sea la primera asimilación del Eurowestern de la escuela de Leone aplicado en suelo estadounidense. La película nos narra los últimos días de Frank Patch, un maduro sheriff del que la Junta Municipal de Cottonwood Springs, la pequeña ciudad donde impone la Ley, quiere deshacerse.
Patch, el personaje interpretado por Richard Widmark, se ha convertido para esa Junta en algo anacrónico, en parte de un “Viejo Oeste” que, como ocurre a menudo en los Western crepusculares (ese era el caso también de “El gran Jack”), va siendo arrollado por las innovaciones técnicas -y de otro tipo- que llegan a Estados Unidos desde Europa o, cuando menos, desde el europeizado Este de ese país.
Así, en esta película dirigida por Robert Totten y Don Siegel, se muestran, sutilmente, escenas propias del Western clásico mezcladas con elementos que resaltan el anacronismo en el que ese mundo se esta convirtiendo. Por ejemplo en una de ellas vemos al sheriff durmiendo en la celda de su oficina junto a uno de los primeros ventiladores eléctricos. Posteriormente, durante un tiroteo que precipita los acontecimientos, vemos un establo habitual en los Western clásicos iluminado por una bombilla eléctrica que cae fulminada con los primeros disparos.
Hay también escenas en las que una cámara subjetiva capta las evoluciones de uno de los primeros automóviles marchando por la calle principal de la ciudad y la reacción de los caballos que aún son el medio de transporte mayoritario. Ese vehículo pertenece, además, en un gran alarde simbólico, al jefe de la Junta Municipal que quiere deshacerse del viejo sheriff.
Una entidad, y las personas que la habitan, con la que Robert Totten y Don Siegel y sus guionistas también quisieron marcar la frontera que separa al mítico “Viejo Oeste” de esa nueva América del año 1900. Así el edificio en el que se aloja esa Junta Municipal, sólido, en piedra de sillería, es más propio del Este de Estados Unidos -que imitaba el Historicismo y Eclecticismo propio de la Europa de la época- que del resto de las casas de la ciudad más acordes con la imagen habitual de un típico pueblo “del Oeste”.
Los hombres de negocios que forman la Junta son igualmente réplicas exactas de los que gobiernan en el europeizado Este de Estados Unidos y al otro lado del Atlántico. Incluso alguno de los principales lideres de la reacción contra el viejo sheriff, señala esa diferencia indicando que Frank Patch es una reliquia del pasado, vestido con las raídas ropas que asociamos con esas películas “del Oeste” y que contrastan fuertemente con los elegantes ternos, cuellos almidonados y corbatas -todo a la última moda europea- que visten los graves caballeros de esa Junta Municipal. Donde se deja claro que la ciudad se creó para atraer esa Ley y Orden que el sheriff ha hecho valer contundentemente pero que, una vez conseguido ese objetivo, él está de más. Pues con esa actitud expeditiva, ya superflua, propia del “Viejo Oeste”, se asusta a posible inversores del civilizado Este.
Así conectaba “La ciudad sin ley” con los nuevos tiempos, con el nuevo público que busca veracidad, realismo… en la gran pantalla. Al fin y al cabo algo lógico, pues la época en la que se rueda y estrena la película es la de la América de la lucha por los derechos civiles, la del verano del Amor, la del no a la guerra de Vietnam y la de la Contracultura.
Cambio de rumbo que Robert Totten y Don Siegel, saben percibir muy bien, pues en “La ciudad sin ley” también se ven guiños constantes a la cuestión racial que dos años antes había puesto sobre el tapete “En el calor de la noche”. Una película que, ambientada en esa nueva América de los derechos civiles, parece haber inspirado a Totten y Siegel. Incluso en pequeños y grandes detalles, pues en “La ciudad sin ley” los hechos transcurren igualmente en un ambiente caluroso, sofocante, propio del verano sureño, y el tema de la discriminación racial también se hace presente en la película.
Por ejemplo en personajes como la amante del viejo sheriff -dueña del prostíbulo local- Claire Quintana. O en el sheriff del condado Lou Trinidad, que es utilizado por la Junta Municipal para tratar de hacer entrar en razón al intratable Frank Patch, que se descubre ahí como benefactor de Trinidad para que consiguiera, pese a ser mexicano de origen, ese puesto de sheriff del condado.
Así, con estos recursos tan llamativos, Totten y Siegel enterraban, poco a poco, el Western clásico y abrían la puerta a otro más acorde con la Historia real de aquel “Salvaje Oeste”. Para ilustración de la posteridad en la que hoy vivimos y contemplamos esas lecciones de Historia, pasada y presente, en viejo, pero no caduco, celuloide de Hollywood…