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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de una novela ¿histórica? “Las cuatro plumas” de A. W. Mason

 

Por Carlos Rilova Jericó

Desde hace ya muchas décadas se suele dejar caer por los llamados “Medios de Comunicación” la queja de que Televisión, Cine… -no hablemos ya de los videojuegos o la IA- están alejando a grandes masas humanas del saludable ejercicio de leer.

Mi experiencia personal es aquí algo menos tremendista. Soy de una generación criada ante la Televisión y debo decir que el artefacto maldecido -o maldito- más que quitarme la costumbre de leer -tan necesaria para los historiadores- la alimentó. Recuerdo, por ejemplo, haber leído, impresionado, cuando apenas era un imberbe, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley sólo por dos razones. La primera por la serie de Televisión que se estrenó en España en 1980 y porque mis padres tenían una colección de obras completas -la mayoría mucho menos conocidas- de Huxley.

Eso me ha ocurrido muchas veces. Y, en ocasiones, de la manera más desacompasada. Así, por ejemplo, vi en Televisión primero la versión para el Cine de “Los rateros” de William Faulkner antes de leer la novela entera -en apenas una semana- gracias a un ejemplar expurgado por la biblioteca municipal de Hondarribia durante un viaje, precisamente, a Estados Unidos.

Con “Los tres mosqueteros” y toda su saga me pasó algo parecido. Primero vinieron el cómic, los dibujos animados, las distintas versiones para Televisión y Cine -cada vez más fantasiosas por agotamiento de Hollywood al parecer- y, sin embargo, eso no me impidió leerme “Los tres mosqueteros”, “Veinte años después” y “El vizconde de Bragelonne”.

En resumen: ni la Televisión, ni otros medios como el cómic, me han privado nunca de leer ningún libro. Más bien al contrario las viñetas o las pantallas me han llevado a los cientos de páginas escritas sobre las que se basaron esas películas, series de Televisión o, por su antiguo -y castizo- nombre, tebeos.

El último de esos viajes que he hecho -de momento- de un soporte a otro, ha sido con “Las cuatro plumas” de A. W. Mason. Una novela llevada al Cine muchas veces  en distintas versiones que he conocido antes de atreverme a abordar el libro (heredado de mi padre por cierto) no hace mucho tiempo.

Lo que me llamó la atención desde el principio con la versión, literaria, original, de “Las cuatro plumas”, es la gran diferencia que hay entre ella y sus adaptaciones al Cine desde hace ya más de cien años.

Las cuatro plumas”, como novela, fue escrita en el año 1902. En ese aspecto se le podría considerar -con algún esfuerzo- una novela histórica. Entre otras cosas porque para esas fechas el Imperio Británico estaba envuelto en nuevas aventuras bélicas diferentes a las de la campaña de Egipto y Sudán, que son el telón de fondo de esa obra que la inevitable Wikipedia -tan artificialmente inteligente ella- define en su versión española como “novela de aventuras y romance”. Una definición que la versión inglesa, menos entusiasta, reduce a “novela de aventuras” (“adventure novel”).

Siento discrepar de la sabia máquina alimentada por anónimos contribuyentes humanos (entre otros el que estas líneas escribe) tanto en un idioma como en otro. La conclusión a la que yo he llegado tras leerme “Las cuatro plumas” es que es una novela en la que hay muy pocas aventuras y menos romance. Y que, como decía, sólo con un gran esfuerzo podría calificarse de histórica.

Empecemos por ese punto. En 1902 Gran Bretaña sale de su enésimo conflicto bélico por extender su tan jaleado imperio mundial. En esta ocasión -tras ayudar a aplastar la rebelión bóxer en una China que agoniza- está aplicando el mismo trato a los llamados “boers” o “bóeres”. Los colonos holandeses que reclamaban sobre la actual Sudáfrica -y territorios aledaños- una propiedad arrebatada a los habitantes primigenios entrando así en conflicto con los británicos.

En ese aspecto se puede considerar a “Las cuatro plumas” como novela más o menos histórica por sus constantes referencias a la Guerra de Crimea (que va de 1853 a 1856) y porque su telón de fondo principal es la guerra contra el Mahdi en Egipto y Sudán que tiene lugar de 1881 a 1899.

Así, pese a lo cercana que está la última batalla de esa guerra contra el Mahdi al año de publicación de “Las cuatro plumas”, Mason hablaba a sus lectores de acontecimientos que se remontaban a varias décadas atrás y habían perdido su carácter de actualidad ante hechos mucho más recientes como la rebelión bóxer o la guerra contra los “bóeres” en Sudáfrica.

Pero, en conjunto, “Las cuatro plumas” se aleja bastante de lo que suele ser la habitual novela histórica anglosajona. Ésta, como ya se ha señalado en muchos correos de la Historia anteriores, se caracteriza por tratar de glorificar el pasado británico. A veces internándose en el terreno de la leyenda. Por no decir de la invención más descarada.

Eso brilla por su ausencia en “Las cuatro plumas”. De hecho es una novela que algunos críticos definirían como “psicológica”.

En efecto, hay una diferencia abismal entre lo que se ve en las versiones cinematográficas más conocidas de la novela y lo que se lee en sus varios centenares de páginas.

Dejando aparte las hoy ignotas adaptaciones de 1911, 1921 y 1929, películas como “Las cuatro plumas”, de 1939, 1978 y 2002, o “Tempestad sobre el Nilo” de 1955, nos ofrecen una versión muy modificada de lo que ocupa cientos de páginas -a veces bastante áridas- de esa novela titulada, también, “Las cuatro plumas”.

En esas películas vemos grandes y épicas batallas contra las fuerzas del Mahdi libradas entre 1881 y 1899. El rescate, igualmente épico (y patriótico), de los prisioneros británicos capturados por los insurrectos y encerrados en la prisión de Omdurmán, donde tanto la novela como -sobre todo- las películas, se toman algunas libertades históricas pues en ella hubo, en la realidad histórica, algo más que prisioneros militares británicos al contrario de lo que se da a entender tanto en el libro como en esas producciones cinematográficas.

Donde ya se disocian novela y películas es en el tono aventurero y bélico. Quien espere leer en “Las cuatro plumas” sobre grandes batallas, grandes frescos de salacots y uniformes caqui aplastando a las coloridas tropas del Mahdi, como en las pantallas de Cine o Televisión, saldrá defraudado de la novela. En ella todo empieza, sí, porque Harry Feversham renuncia a las armas y el uniforme justo cuando se requiere a su regimiento para ir a combatir a África, tal y como se ve también en las películas que hacen de ello el eje de la acción, pero en la novela se van páginas y más páginas en escenas donde los personajes dan vueltas y más vueltas, de manera obsesiva, sobre la cuestión de la cobardía, de si ese insulto a Harry Feversham era merecido o no. Y todo en escenarios muy alejados de la épica del Cine. Así por ejemplo Ethne, la prometida de Harry Feversham, a diferencia de lo que se ve en las películas, ha tenido que retirarse a una modesta existencia campestre cuando su manirroto padre ha conseguido arruinar su hacienda despilfarrándola en ejercer una exagerada cortesía de caballero campesino.

Ese escenario casi mísero, en lugar de salones de baile y bellas mansiones de la campiña inglesa, es el que en la novela sirve de teatro a reflexiones sesudas sobre qué es -aparte del valor y la Cobardía- el Amor, el matrimonio, la renuncia a los sentimientos más profundos… Cuestiones éstas que poca cabida tienen en las películas basadas en la novela, donde todo es mucho mas claro, con un padre de la novia airado y desafiante, y un final mucho más feliz.

Harry Feversham y sus compañeros de armas juegan un papel similar en la novela. En escenarios muy poco románticos, muy poco aventureros y, en fin, muy poco épicos, reflexionan sobre la Guerra y el valor no desde campos de batalla sino en ciudades arrasadas por los fanáticos del Mahdi, desolados desiertos y, también, en aburridas oficinas de administración militar en plazas ocupadas por la alianza de egipcios y británicos donde se lucha más bien a golpe de plumilla, tintero y formulario que bajo las órdenes de un Lord Kitchener lanzando bravatas y a bayoneta calada con ondear de banderas y tableteo de ametralladoras Vickers.

La lección más curiosa que se puede sacar de la lectura de “Las cuatro plumas” es cómo una novela tan psicológica, tan obsesiva, incluso tan retorcida, pudo acabar siendo aprovechada tantas veces para ser llevada al Cine y consagrar en la pantalla esa brillante -aun siendo brutal- imagen del Imperio Británico que los anglosajones han conseguido, una vez más, vender como producto cultural a todo el planeta. Húngaros y antiguos colonizados incluidos.

Una lección sobre la que deberíamos reflexionar. Especialmente en un país como España, que ha tenido una Historia similar (y paralela) a la británica y que no la ha sabido narrar e incluso ha aceptado y sigue aceptando el papel de vil villano. Incapaz de hacer nada heroico. Ni siquiera nada que sirva para escribir novelas tan peculiares, e inspiradoras, como “Las cuatro plumas”…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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