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Carlos Rilova

El correo de la historia

La guerra de Blas de Lezo

Por Carlos Rilova Jericó

El almirante, y general, guipuzcoano Blas de Lezo ha sido una figura casi habitual en el correo de la Historia. No es, desde luego, la primera vez que aparece en estas páginas y seguramente no será la última.

La razón por la que hoy se le invoca de nuevo en el correo de la Historia, proviene de una investigación que en estos momentos estoy realizando sobre las circunstancias que rodearon a la guerra en la cual su fama póstuma se forjó. Se trata de un conflicto que ha recibido muchos nombres: Guerra del Asiento, Guerra de la Oreja de Jenkins, Guerra de Sucesión austríaca… pero, aun así, ha quedado curiosamente eclipsado, para muchos, por esa fama póstuma del almirante guipuzcoano que ha opacado el resto de acontecimientos que se dieron antes y después de los hechos ante Cartagena de Indias en el año 1741, donde la flota del almirante Vernon sufrió uno de los mayores fiascos de la Historia marítima y bélica británica.

Así parece que antes y después de esas semanas en las que Cartagena de Indias es asediada por Vernon, nada habría ocurrido y después de esos acontecimientos, y la muerte de Blas de Lezo a causa de las heridas recibidas en ese último combate, tampoco habría ocurrido nada más.

Quizás ese estado de cosas es admisible para quienes, después de años y años de olvido de la figura de Blas de Lezo -una vez que la eminencia gris del Franquismo, José María Pemán, lo reviviese- ahora parecen querer que toda la Historia de España se resuma en el episodio de Cartagena de Indias. Sin embargo para el historiador (y para los archiveros) eso no es admisible. Aunque tampoco debería serlo para quienes se acercan hasta la Historia de su propio país y parece que no se atreven -o no quieren- ir más allá de Cartagena de Indias en el año 1741.

Porque, en realidad, esa actitud, más que exaltar, ponderar… la figura de Blas de Lezo, a la larga lo empequeñece. Convirtiéndolo en una especie de fenómeno de feria en lugar de situarlo en las coordenadas históricas donde tanto destacó como estratega militar de aquel siglo que llamaron “Ilustrado” o “de las Luces”.

En efecto, cuando el historiador se sumerge en un archivo como el General de Simancas a la búsqueda de más información sobre aquella guerra, no tarda en descubrir un verdadero océano de papel donde la figura del almirante adquiere, como no podía ser menos, otro relieve.

Una parte de ese océano de papel sobre la Guerra del Asiento -la guerra de Blas de Lezo- reside en la sección de la Secretaría de Estado de ese Archivo General de Simancas donde se conserva la correspondencia de Benjamin Keene, el plenipotenciario británico destacado en la España de Felipe V diez años antes de que los acontecimientos de Cartagena de Indias se precipitasen. Y esa documentación es justo la que da más relieve a ese almirante guipuzcoano hoy célebre, otra vez…

Aunque sólo fuera por eso, Benjamin Keene debería haber sido más estudiado y conocido en España. Y eso pese a que la Real Academia de la Historia ya le dedicó una entrada en su Diccionario biográfico firmada por la historiadora Ana Crespo Solana.

Esa entrada nos dice que Keene, nacido en 1697 en King´s Lynn (una población a medio camino entre Manchester y Londres), era hijo de un comerciante, Charles Keene, que haría también algo de carrera política como alcalde de esa localidad entre 1714 y 1715. Pero según nos cuenta la profesora Crespo la carrera política y diplomática de su hijo Benjamin fue más bien fruto de su abuelo materno, Edmund Rolfe, agente de sir Robert Walpole que se convertiría en protector de ese joven Benjamin Keene graduado en Leyes para el año 1718, antes de pasar por la Universidad de Leyden.

Walpole describirá a Keene como un “tipo agradable, gordo, perezoso y de conocimientos universales”. Una descripción no tan exacta si cotejamos esas ingeniosidades del ministro británico con lo que revela la correspondencia del propio Benjamin Keene, conservada en el Archivo General de Simancas desde el año 1731 en adelante.

Visto el volumen que alcanzan legajos de ese archivo como el de Estado 6881 o Estado 6882 -por sólo citar un par de ellos- es difícil creer que Keene fuera un hombre perezoso. La cantidad de cartas conservadas en esos legajos, y que él remite en años como 1731, 1732… a los ministros españoles, es abrumadora.

Keene no descansa, no deja pasar prácticamente un momento para exponer ante esos funcionarios las numerosas quejas de sus compatriotas asentados en España, o sus posesiones americanas, para dedicarse -en principio- al comercio.

Y es en esa fluida correspondencia donde se revela una Gran Bretaña que puede parecer insólita si reducimos la Guerra del Asiento a Blas de Lezo y lo ocurrido ante Cartagena de Indias.

Keene, que escribe en un pulido francés (como era obligado para un diplomático de la época), se muestra por lo general obsequioso con las autoridades españolas. El tono, las palabras, son las de alguien que teme que vuelva a estallar una nueva guerra entre España y Gran Bretaña y trata de resolver con conciliación los contenciosos que surgen a cada paso sobre la mesa de su despacho.

Es algo lógico, hasta cierto punto, pues Keene, entre otros menesteres, había negociado en España el fin de la anterior guerra entre España y Gran Bretaña que culmina con el Tratado de Sevilla de 1729. Un pasaje diplomático que, como nos dice la profesora Crespo Solana, se prolonga, en realidad, hasta el año 1732.

A esas negociaciones apela en su correspondencia Keene, que está actuando en ellas como ministro plenipotenciario británico.

Algunas de esas cartas son verdaderamente antológicas. Ese sería el caso de la queja de Keene archivada en el legajo del Archivo de Simancas como Estado 6881 y fechada en 10 de mayo de 1731. Es decir, diez años antes de que Vernon se decidiera a atacar Cartagena de Indias para encontrarse allí con la cerrada defensa que, pese a sus desavenencias, habían organizado el navarro Sebastián de Eslava y el guipuzcoano Blas de Lezo.

La humilde queja de Benjamin Keene en esa carta de 10 de mayo de 1731 nos evoca, sin embargo, ecos del casus belli que diez años después -Gran Bretaña se tomó la cosa con calma- se exhibiría para provocar la Guerra del Asiento, la guerra de Blas de Lezo.

Según decía Keene en esa carta de protesta, el conde de Roydeville -al servicio de España- había capturado, a la altura de Estepona, un falucho procedente de Gibraltar considerando que se trataba de un contrabandista pese a que llevaba una patente de comercio en orden firmada por un general que Keene apellida como “Sabine”.

En realidad, como se ve por otra correspondencia de Keene en ese mismo legajo, fechada en 21 de mayo, Roydeville había detenido más embarcaciones de patente británica en esas aguas bajo el mismo motivo de sospechar que se trataba de contrabandistas que procedían de Gibraltar.

Las protestas serán enérgicas, pero Keene en ningún momento se atreverá a ir más lejos, mostrando así a una Gran Bretaña que, tal vez, sueña con vengar esos que considera agravios pero que no se atreve, claramente, a declarar una nueva guerra contra España. Como la de la Oreja…

Algo que se confirma, claramente también, en otra correspondencia de Keene conservada en el legajo Estado 6882 del AGS. Ésta será remitida con fecha de 19 de julio de 1731 al marqués de la Paz, que negocia con Benjamin Keene en esos momentos el Tratado de Sevilla. Keene decía ahí que se le había remitido una queja del capitán Robert Jenkins, del navío Rebecca, corroborada por su contramaestre y su oficial de cubierta denunciando el trato “bárbaro” que les había dado un guardacostas español procedente de La Habana…

Keene, otra vez con mucha prudencia diplomática, decía al marqués de la Paz que tal vez esa relación de hechos incluía nombres supuestos, pero que, en esencia, no podía dudarse del relato de Jenkins y sus oficiales y, como consecuencia de ello, por orden de su amo, el rey de Gran Bretaña, se veía obligado a hacer las más vivas instancias para que se diera una reparación conveniente a los daños sufridos por Jenkins que, en efecto, decía haber sido abordado, alijado de todo lo valioso que había en el Rebecca y de parte, al menos, de su propia oreja…

La “reparación conveniente” que Keene solicitaba por esos hechos, como ya sabemos, tardó nada menos que diez años en ser exigida. Y eso, además, sólo sirvió para que Gran Bretaña se viera envuelta en una guerra desastrosa (para ella) que acabó, por agotamiento, en 1748 y de la que se podría hablar mucho más. Como podrán descubrir mañana los lectores de la sección “Historias de Gipuzkoa” de “El Diario Vasco”…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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