
La Segunda Guerra Mundial ha sido calificada, en ocasiones, de la última gran epopeya casi romántica.
La cruda realidad, como bien sabemos los historiadores y merced a ello cada vez más público, fue uno de los puntos álgidos del horror que es capaz de desencadenar el ingenio humano y su talento, y apetito, para la violencia. Habida cuenta de esto tampoco debería extrañar que eso es justo lo que se busca en películas como las dedicadas a la Segunda Guerra Mundial. Es, en efecto, eso lo que los productores, los directores y los guionistas ofrecen al público que los va a enriquecer yendo a ver su película: acción violenta, brutal, observar la batalla desde lejos, identificarse con los que salen de ella sanos y salvos, admirar las acciones cargadas de valor y coraje en medio de un paisaje en el que llueven balas y bombas…
No suele haber en ese subgénero cinematográfico ulteriores reflexiones sobre lo que se ha visto. Pero en esto, como en todo, no faltan las honrosas excepciones de rigor. Por sólo citar algunas estaría “La batalla de Anzio”, donde el personaje de Robert Mitchum, tras casi dos horas de acción bélica, constata que si hay guerras es porque, sencillamente, al Hombre le gusta matar.
Otra excepción sería la alemana “El puente”, donde se reflexiona sobre la caída de los dioses nazis a través de la mirada de varios adolescentes alemanes enrolados como carne de cañón final en un III Reich que ya ha agotado todas sus reservas de hombres en edad militar. En esta película la violencia épica se ha reducido al mínimo. Se trata así de una cinta mucho más reflexiva sobre aquel sacrificio inútil, despiadado, que fue mantener hasta el último aliento la dictadura nazi. Aun así hay en “El puente” algo de esa épica que asociamos a combates desesperados como aquel.
Eso mismo, sin embargo, se ha evitado en otra película alemana mucho mas posterior: “El hundimiento”, que refleja esa misma caída del régimen nazi, reduciéndolo todo a contemplar, como en un zoológico, a las fieras acorraladas. Especialmente al jefe de la manada: Adolf Hitler, sitiado en un búnker desde el que se asiste a la llegada de los ejércitos aliados que han ido destruyendo, palmo a palmo, ese III Reich y sus demenciales delirios de grandeza.
Otra excepción a la norma de un Cine bélico sobre la Segunda Guerra Mundial que no sea una recreación de asaltos y batallas, es “La solución final”. En ella no hay un sólo disparo, no cae un sólo obús o una bomba “revientamanzanas” lanzada desde un Avro Lancaster. Todo se reduce a la reunión de jerarcas militares y civiles del régimen nazi que discuten cómo llevar a cabo esa famosa “Solución final”. Es decir: el exterminio físico de miles y miles de personas en toda Europa -principalmente judíos- incluyendo largas discusiones de términos legales para que la monstruosidad se realizase de acuerdo a la Ley vigente en ese momento
Aparte de títulos así, el Cine bélico, del subgénero “Segunda Guerra Mundial”, es el que inspiró a un adolescente Steven Spielberg admirador de las crónicas periodísticas de Cornelius Ryan que, a su vez, inspirará películas clásicas del género como “Un puente lejano” sobre la batalla por los puentes en Holanda en 1944, buscando acelerar el fin del III Reich y de la guerra en Europa.
Y ahí surge, sin embargo, una curiosa película de Cine bélico que al mismo tiempo es antibélica. Se trata de una de las que, sin duda, también debió inspirar a un joven Steven Spielberg para “1941”, su fallida comedia sobre el tema…
Esa peculiar película, bélica y antibélica al mismo tiempo, es “Los violentos de Kelly”. Así se conoció en España, con esa poco afortunada -pero quizás necesaria- traducción del original “Kelly´s Heroes”, “Los héroes de Kelly”, que reflejaba mucho mejor la intención de esta pequeña gran historia cinematográfica.
“Los violentos de Kelly” se produjo en un momento especial: 1970. En esos momentos el Pacifismo llegaba a su punto más alto en el mundo llamado occidental. Son los años en los que el Hippismo y la reacción estudiantil en Estados Unidos contra la Guerra de Vietnam estaban llegando a su momento más alto. Así pues, evidentemente, si Hollywood quería seguir haciendo películas sobre la Segunda Guerra Mundial, había que cambiar un tanto la clave con la que tocar esa ya vieja música. Por exigencias no del guion sino de la taquilla…
En definitiva, como señalan los historiadores especialistas en Historia del Cine, “Los violentos de Kelly” habla mas de la época en la que se hizo que de la época que se suponía estaba reflejando en la pantalla.
La película, pues, era producto de un momento histórico de Pacifismo. Y también de distensión. Así “Los violentos de Kelly” fue una más de las muchas películas sobre la Segunda Guerra Mundial que se aprovechó de las facilidades para este tipo de producciones que ofrecía el régimen comunista de Tito en Yugoslavia. En efecto, el Ejército yugoslavo proporcionó, una vez más, uniformes, armas, vehículos de época y, por supuesto, figurantes para que “Los violentos de Kelly” reconstruyera, minuciosamente, la Francia del año 1944 en la que se supone se desarrolla la irreverente acción de esta película bélica y antibélica al mismo tiempo.
Es así como se convirtió en realidad una cinta en la que hay mucha acción bélica pero los que la llevan a cabo no son precisamente héroes en la línea del Cine sobre la Segunda Guerra Mundial de los años 40 o 50, de tono, en general, propagandístico y, en efecto, heroico. Por el contrario “Los violentos de Kelly” está poblada por unos soldados norteamericanos que, principalmente, luchan en esa misma guerra no por patriotismo, ni por heroísmo, sino porque no les queda más remedio y a su pesar. Y porque el enemigo que tienen ante ellos es aún peor que aquellos que les dirigen al frente. Personajes estos que, por otra parte, no salen mucho mejor retratados en esa película.
Así ocurre con el capitán Maitland, un “enchufado” en misiones de protocolo por su tío, el general Colt, personaje histriónico -su batín de andar por casa lleva charreteras- que cree que la sucia guerra mecanizada en la que está metido es una especie de ejercicio de manual militar de West Point y la Guerra de Troya pero con ametralladoras y tanques.
Ante ellos se erige, como una amenazante sombra, Kelly, interpretado por Clint Eastwood. Es éste antihéroe un oficial degradado como víctima propiciatoria para salvar a un alto mando que ha diseñado una operación suicida de la que culpan a Kelly. Le sigue Gran Joe, el sargento del pelotón (interpretado por Telly Savalas) sobre el que cae todo el peso de las operaciones que el capitán Maitland ni quiere ni sabe llevar a cabo. Finalmente tenemos a Oddball. Un sargento tanquista que hace honor a ese apodo (bicho raro) y ha convertido su pelotón de blindados en una especie de circo ambulante que procura evitar meterse en combates de primera línea pues, como dice en uno de los cáusticos diálogos de la película -cuando Kelly y Gran Joe le incitan a atacar un tanque “Tigre” alemán- los héroes no son más que un bocadillo de carne picada…
Pero a pesar de diálogos tan antibelicistas, tan antiheroicos, “Los violentos de Kelly” abunda en escenas de combate totalmente bélicas como la masacre que Oddball y sus tanques desencadenan sobre un nudo de comunicaciones ferroviario aún en manos de los nazis. O cuando el pelotón de Kelly y Gran Joe tiene que salir de un campo minado bajo fuego alemán.
La gran diferencia con las películas “heroicas” del Hollywood de los 40 y 50, es que todos ese coraje militar deriva de que todos esos soldados, cansados de una larga guerra, quieren hacerse, en un crimen perfecto, con 16 millones de dólares custodiados en un banco bajo control de un pelotón de tanques de las SS.
Así culmina “Los héroes de Kelly” en un final tan redondo y perfecto como el resto de la película. Con un Clint Eastwood autoparodiando su, para entonces, famosa “Trilogía del dólar” mientras él, Gran Joe y Oddball negocian con el último SS vivo los últimos detalles del asalto al banco… para beneficio de todos. Un final antiheroico pero también antinazi en el que la parafernalia SS superviviente cae en las chifladas manos de Oddball, quedando así convenientemente ridiculizada. Guiño que Clint Eastwood remacha atravesando con su ya famosa mirada de pistolero al ultimo SS cuando éste, tras el amigable reparto del oro, pretende saludarle al estilo fascista olvidando que, después de todo, ha desertado del régimen nazi.
Sin duda toda una metáfora visual de hasta dónde llegaba el antibelicismo de una película bélica como “Los violentos de Kelly”, nacida para un público que quería que le contasen aquella famosa guerra otra vez. Pero de otra manera que nada tenía que ver con la de dos décadas antes de aquel año 1970.