Alberto Moyano
Telemadrid mantuvo entre las 12.47 horas del martes y el mediodía de ayer alrededor de 5.000 telespectadores que le dieron una cuota de pantalla del 0,4%. Una lectura precipitada de los datos hablaría de cifras bastantes modestas, pero bastará mencionar que durante todo ese tiempo la pantalla permaneció completamente en negro para poner en cuarentena este tipo de valoraciones.
Dejando al margen el hecho de la medición de audiencias es una disciplina emparentada por línea directa con el horóscopo, los datos de TN Sofres abren un debate del que no deberían sentirse ajenos los directivos de las cadenas. Es más: esto es un ataque frontal al recurrente argumento autojustificativo para casos de flagrante telebasura: “El público no es tonto. Damos al telespectador lo que éste demanda”.
En este caso, el apagón, provocado por el desencuentro entre sindicatos y dirección de empresa, puso en evidencia que en estos tiempos de canales digitales, anales, por cable, de pago, prepago y a la carta, hay 5.000 madrileños que consideraron el luto catódico como la opción más entretenida y formativa, que es para lo que finalmente están las cadenas públicas.
La otra opción posible pasaría por asumir que, a la espera de que se consolide la televisión interactiva, asistimos al alumbramiento de un nuevo tipo humano: el telespectador ultrapasivo, un ser de sofá, con las constantes vitales bajo mínimos, que contempla, no ya el zapping frenético, sino la mera posibilidad de pulsar un boton del mando a distancia como una prueba de esfuerzo descomunal.