Alberto Moyano

Según el Ministerio de Salud ucraniano, desde 1990 a 2003, murieron cada día dos ‘liquidadores’ de Chernobil. La lista sigue engordando a día de hoy. Iker Jiménez explicó el viernes por la noche en Cuatro que la catástrofe fue obra del ángel exterminador que, tal y como se anuncia detalladamente en el Libro Apocalipsis, actuó a los sones de la quinta trompeta.

El reportaje prueba por enésima vez que es imposible poner en contacto determinadas sustancias sin provocar una reacción extremadamente tóxica. Iker Jiménez, en concreto, puede servir para informar de la aparición del rostro de la virgen en las paredes de un McDonald’s, pero resulta incompatible con cualquier asunto medianamente serio.

La distancia temporal y, sobre todo, espacial que separa España de Chernobil posibilitan la emisión de productos como el comentado. ¿Encargaría Cuatro al oráculo de ‘Cuarto Milenio’ un trabajo sobre otros asuntos más nuestros, por ejemplo, el asesinato de Miguel Ángel Blanco, de forma que nos enteráramos de que Nosferatu ya lo había contado todo hace siglos o de que escuchando al revés de un disco de Mili Vanili, se oye la profecía que anunciaba el crimen en la voz de, qué se yo, quizás ‘Txapote’?

Lo mejor, no obstante, vino al final del engendro. En la línea de ‘Los Serrano’, cuyo último capítulo desvelaba que toda la serie sólo había sido un sueño del protagonista, el gran Iker confesaba en los últimos minutos del programa que ni él ni nadie de su equipo habían pisado, no ya la zona de exclusión que rodea la central nuclear, sino ni siquiera suelo ucraniano.

Alegó miedo a la radiación para justificar lo que probablemente sólo fue ajuste presupuestario, para asombro del espectador, que llevaba más de dos horas escuchando al hombre perorar sobre las enormes dificultades que habían rodeado la elaboración del trabajo. Un espectador al que pronto ya no asombraría ni el inminente anuncio de que  ‘Chanquete’ nunca murió, sino que lleva años viviendo en Graceland, con Elvis, por supuesto.