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Alberto Moyano

El jukebox

“Todo lo que no soporto tiene un nombre”

«Todo lo que no soporto tiene un nombre.
No soporto a los viejos. Sus babas. Sus quejas. Su inutilidad.
Peor aún cuando intentan ser útiles. Su dependencia.
Sus ruidos. Numerosos y repetitivos. Sus exacerbadas batallitas.
La centralidad de sus relatos. Su desprecio hacia las generaciones sucesivas.
Pero tampoco soporto a las generaciones sucesivas.
No soporto a los viejos cuando berrean y reclaman sus asientos en el autobús.
No soporto a los jóvenes. Su arrogancia. Su ostentación de fuerza y de juventud.
La prosopopeya de la heroica invencibilidad de los jóvenes resulta patética.
No soporto a los jóvenes impertinentes que no ceden sus asientos a los viejos en el autobús.
No soporto a los gamberros. Sus risas inopinadas, agitadas e inútiles.
Su desprecio hacia e l prójimo diferente. Todavía s o n más insoportables los jóvenes buenos, responsables y generosos. Un dechado de voluntariado y oración. Tanta educación y tanta muerte. En su corazón y en sus cabezas.
No soporto a los niños caprichosos y ombliguistas, ni a sus obsesivos padres, únicamente ombliguistas respecto a sus niños. No soporto a los niños que gritan y que lloran. Y los que son silenciosos me inquietan: en consecuencia, no los soporto. No soporto a los trabajadores ni tampoco a los parados ni la meliflua e indolente ostentación de su desgracia divina. Que, por otra parte, no es divina. Sólo es falta de interés. Pero ¿cómo iba a poder soportar a toda esa gente dada a la lucha, la reivindicación, las elecciones fáciles y el sudor desparramado bajo la axila? Imposible soportarlos. No soporto a los mánagers. Y ni siquiera es necesario explicar el porqué. No soporto a los pequeñoburgueses, encerrados en el caparazón de su mundo de mierda. Al volante de sus vidas, va el miedo. El miedo a todo lo que no cabe en su pequeño caparazón. Y, por eso mismo, esnobs, sin conocer siquiera el significado de esa palabra.
No soporto a los novios, porque molestan. No soporto a las novias, porque intervienen. No soporto a los de miras amplias, tolerantes y desprejuiciados. Siempre correctos. Siempre perfectos. Siempre intachables. Todo está permitido, excepto el asesinato. Los criticas y ellos te agradecen la crítica. Los desprecias y ellos te lo agradecen de buena gana. En resumen, te ponen en un compromiso. Porque boicotean la maldad. Por tanto, son insoportables. Te preguntan: «¿Cómo estás?» y de verdad quieren saberlo. Un disgusto. Pero, por debajo de ese interés desinteresado, en algún lugar, incuban puñaladas. Pero tampoco soporto a los que nunca te ponen en un compromiso. Siempre obedientes, siempre tranquilizadores. Fieles y lameculos.
No soporto a los jugadores de billar, los apodos, a los indecisos, a los no fumadores, el smog y el aire puro, a los comerciales, la pizza al taglio, las formalidades, los cornetes de chocolate, las hogueras, a los agentes de bolsa, el papel pintado de flores, el comercio justo y solidario, el desorden, a los ecologistas, el sentido cívico, a los gatos, a los ratones, las bebidas sin alcohol, las llamadas inesperadas en el interfono, las llamadas telefónicas largas, a los que dicen que un vaso de vino al día es saludable, a los que fingen que se han olvidado de tu nombre, a los que dicen para defenderse que son unos profesionales, a los compañeros de colegio a quienes te encuentras a los treinta años y te llaman por tu apellido, a los ancianos que nunca desaprovechan la oportunidad de recordarte que ellos estuvieron en la Resistencia, a los hijos sin recursos que no tienen nada que hacer y deciden abrir una galería de arte, a los excomunistas que pierden la cabeza por la música brasileña, a los atontados que dicen «intrigante», los modernos que dicen «guay» y derivados, a los cursis que dicen bonito, mono, estupendo, a los ecuménicos que a todo el mundo llaman «cariño», a ciertas bellezas que dicen «te adoro», a los afortunados que tocan de oído, a los falsos distraídos que no te escuchan cuando hablas, a los superiores que juzgan, a las feministas, a los que viven en ciudades dormitorio, los edulcorantes, a los estilistas, a los directores de cine, los autorradios, a los bailarines, a los políticos, las botas de esquí, a los adolescentes, a los subsecretarios, los poemas, a los cantantes de rock de edad provecta que llevan tejanos ceñidos, a los escritores presuntuosos y circunspectos, a los parientes, las flores, a los rubios, las reverencias, las estanterías, a los intelectuales, a los artistas callejeros, las medusas, a los magos, a los vips, a los violadores, a los pedófilos, a todos los artistas de circo, a los trabajadores culturales, a los asistentes sociales, las diversiones, a los amantes de los animales, las corbatas, las risas fingidas, a los provincianos, los hidroalas, a todos los coleccionistas (un poco por encima de los demás, a los de relojes), todos los hobbys, a los médicos, a los pacientes, el jazz, la publicidad, a los constructores, a las mamás, a los espectadores de baloncesto, a todos los actores y todas las actrices, el videoarte, los parques de atracciones, a los experimentadores de toda condición, las sopas, la pintura contemporánea, a los ancianos artesanos en sus talleres, a los guitarristas aficionados, las estatuas en las plazas, el besamanos, los centros de estética, a los filósofos con buen aspecto, las piscinas con demasiado cloro, las algas, a los ladrones, a las anoréxicas, las vacaciones, las cartas de amor, a los curas y los monaguillos, los supositorios, la música étnica, a los falsos revolucionarios, las coquinas, los pandas, el acné, a los percusionistas, las duchas con cortinas, los antojos, los callos, los bibelots, los lunares, a los vegetarianos, a los paisajistas, los cosméticos, a los cantantes de ópera, a los parisinos, los jerséis de cuello alto, la música en los restaurantes, las fiestas, los mítines, las casas con vistas, los anglicismos, los neologismos, a los hijos de papá, a los hijos de artistas que siguen los pasos de sus padres, a los hijos de los ricos, a los hijos de los demás, los museos, a los alcaldes de los ayuntamientos, a todos los asesores, a los manifestantes, la poesía, a los charcuteros, a los joyeros, los antirrobos, las cadenitas de oro amarillo, a los líderes, a los gregarios, a las prostitutas, a las personas demasiado bajas o demasiado altas, los funerales, los pelos, los móviles, la burocracia, las instalaciones, los automóviles de cualquier cilindrada, los llaveros, a los cantautores, a los japoneses, a los dirigentes, a los racistas y a los tolerantes, a los ciegos, la formica, el cobre, el latón, el bambú, a los cocineros de televisión, la multitud, las cremas bronceadoras, los lobbys, los argots, las manchas, a las queridas, las cornucopias, a los tartamudos, a los jóvenes viejos y los viejos jóvenes, a los esnobs, a la izquierda exquisita, la cirugía estética, las circunvalaciones, la plantas, los mocasines, a los sectarios, a los presentadores de televisión, a los nobles, a los hijos que no se emancipan nunca, a las azafatas, a los cómicos, a los jugadores de golf, la ciencia ficción, a los veterinarios, a las modelos, a los refugiados políticos, a los cerriles, las playas blanquísimas, las religiones improvisadas y a sus seguidores, las baldosas ordinarias, a los cabezotas, a los críticos profesionales, las parejas en las que él es joven y ella madura y viceversa, a los maduros, a todas las personas que llevan sombrero, a todas las personas que llevan gafas de sol, las lámparas de rayos UVA, los incendios, las pulseras, a los enchufados, a los militares, a los tenistas calaveras, a los sectarios y los forofos, los perfumes de estanco, las bodas, los chistes, la primera comunión, los masones, la misa, a la gente que silba, a los que se ponen a cantar sin ton ni son, los eructos, a los heroinómanos, a los del Lions Club, a los cocainómanos, a los del Rotary Club, el turismo sexual, el turismo, a los que detestan el turismo y dicen que ellos son «viajeros», a los que hablan «por experiencia», a los que no tienen experiencia pero de todas maneras quieren hablar, a los que saben estar en el mundo, a las maestras de primaria, a los enfermos de reuniones, a los enfermos en general, a los enfermeros que llevan zuecos, porque ¿por qué demonios tienen que llevar zuecos?
No soporto a los tímidos, los logorreicos, los falsos misteriosos, los torpes, los blandengues, los caprichosos, los complacientes, los locos, los genios, los héroes, los seguros de sí mismos, los callados, los valientes, los meditabundos, los presuntuosos, los maleducados, los concienzudos, los imprevisibles, los comprensivos, los atentos, los humildes, los expertos, los apasionados, los ampulosos, los eternamente sorprendidos, los equitativos, los indecisos, los herméticos, los chistosos, los cínicos, los miedosos, los achaparrados, los camorristas, los soberbios, los flemáticos, los fanfarrones, los afectados, los enérgicos, los trágicos, los desganados, los inseguros, los dubitativos, los desencantados, los maravillados, los ganadores, los avaros, los humildes, los dejados, los empalagosos, los quejicas, los lloricas, los caprichosos, los mimados, los ruidosos, los zalameros, los toscos, y a toda esa gente que se relaciona con relativa facilidad.
No soporto la nostalgia, la normalidad, la maldad, la imperiosidad, la bulimia, la amabilidad, la melancolía, la congoja, la inteligencia y la estupidez, la altanería, la resignación, la vergüenza, la arrogancia, la simpatía, la doblez, el pasotismo, el abuso de poder, la ineptitud, la deportividad, el buen corazón, la religiosidad, la ostentación, la curiosidad y la indiferencia, la puesta en escena, la realidad, la culpa, el minimalismo, la sobriedad y el exceso, la indefinición, la falsedad, la responsabilidad, la despreocupación, la excitación, la sabiduría, la determinación, la autocomplacencia, l a irresponsabilidad, l a corrección, l a aridez, la seriedad y la frivolidad, la pomposidad, la necesidad, la miseria humana, la compasión, la tenebrosidad, la previsión, la inconsciencia, la capciosidad, la rapidez, la oscuridad, la negligencia, la lentitud, la medianía, la velocidad, lo ineluctable, el exhibicionismo, el entusiasmo, la dejadez, el virtuosismo, el diletantismo, la profesionalidad, la determinación, el automovilismo, la autonomía, la dependencia, la elegancia y la felicidad.
No soporto nada ni a nadie.
Ni siquiera a mí mismo. Sobre todo a mí mismo.
Sólo soporto una cosa.
El matiz».

*Fragmento de la novela ‘Todos tienen razon’, de  Paolo Sorrentino. Ed. Anagrama. 2011.

 

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