Si he entendido bien, la operación policial de ayer supone de facto la desaparición del último obstáculo que impedía que los presos aceptaran la legalidad vigente, asumieran sus responsabilidades individuales, descartaran una más que improbable amnistía y se sacudieran el yugo de ETA, que les obligaba a actuar como colectivo. Que todo esto ya sucediera hace diez días no tiene por qué socavar el discurso de Interior, que ya demostró ayer con un comunicado extermporáneo la relativa importancia de las secuencias temporales lógicas. Item más: hoy mismo se puede leer que una de las personas detenidas fue el escollo final que impidió que los presos pideran perdón en su comunicado, lo que obliga a preguntarse qué ha ocurrido en estos diez días para que ahora sea posible la operación policial que hace once no lo era. Item más: el hecho de que hasta el día de ayer anduvieran paseándose por la calle personas a las que les fueron incautados “planos con los zulos de ETA y documentación para la preparación de atentados” -fin de la cita ETA- en las mismas fechas en las que el todavía encarcelado Otegi proclamaba que la organización terrorista “sobra y estorba” da visos de credibilidad a la en principio extravagante teoría de Jesús Egiguren, en torno a que el ex líder de Batasuna ya hubiera sido excarcelado de mantener posturas favorables a la violencia. En todo este asunto, siempre ha resultado demasiado complicado para una mente sencilla entender quién trabaja para quién y, en este sentido, las cosas empeoran día a día.
Yerran también quienes despachan a policías, jueces y ministros con la simplista etiqueta de “enemigos de la paz”. Estamos más bien ante “amigos de la victoria”, un tanto impacientes quizás ante las dificultades por hacerla visible. Como en la rijosa anécdota del torero que salía disparado del hotel para contar a sus amigos que se había acostado con la estrella de Hollywood, el Gobierno ha ganado, pero sin documento gráfico que lo acredite. Mientras algunos sectores políticos y sociales permanecen instalados en el convencimiento de que Rajoy sigue una extraña hoja de ruta diseñada por Zapatero, los excarcelados por la derogación de la doctrina Parot ofrecen ruedas de prensa gospel en un lenguaje tan encriptado que finalmente quedan mediáticamente reducidas a debates televisivos en torno a la vigencia de las teorías faciales de Lombroso. En este escenario, el Gobierno no encuentra a quien endosarle el relato de su victoria lo mismo que ETA no tiene a quién entregarle sus armas.
El Gobierno no anhela un regreso a la desesperada de ETA -no está en condiciones-, ni dejarla fuera de combate -ya lo está-, sino la foto dek KO. Más aún cuando se vislumbra en el horizonte inmediato la imagen de policías españoles y franceses pateando el monte en busca de arsenales, croquis del ‘Artapalo’ de turno en mano. La lucha antiterrorista ya sólo es pura escenificación. Y a coste cero, cabría añadir, ya que cualquier redada contra una ETA hiperamortizada repercutirá en la opinión pública española en formas que oscilan entre la ovación y la indiferencia. En cuanto a la vasca, las tradicionales movilizaciones sabatinas de enero sólo evidencian la falta de músculo el resto del año. Dicho de otra forma: o las “discretas gestiones” de Urkullu dan resultados o los que aún permanecen en prisión apurarán hasta las heces el cáliz de sus condenas porque alguien tiene que pagar todo esto. El final de la guerra no suele decretarlo el que la pierde, sino el que la gana, independientemente de quién la empezara. Puede que el “nuevo escenario” no sólo fuera esto, pero resulta indiscutible que también era esto y cualquier análisis con vocación medioplacista debería partir de ahí.