1) El acto de Durango como el antiproceso de Burgos. Si todos los organismos vivos nacen, crecen y mueren, ETA no iba a ser la excepción. Hace 43 años, en un consejo de guerra, sus militantes encarnaron ante un tribunal militar a un movimiento en expansión. El pasado sábado en Durango y ante un grupo de periodistas, ofreció la estampa de la decrepitud. Los procesados en aquel juicio se sacrificaron en un gesto que rozó la inmolación; ‘Kubati’ y compañía salen ahora a la palestra en busca de los restos de sus vidas a través de una especie de redención que no atinan a expresar en un lenguaje inteligible porque no encuentran las palabras. Lo que hace cuatro décadas era vital ahora se ha convertido en agónico.
2) La victoria es la derrota y viceversa. Si en 1970 ETA convirtió una derrota en una victoria, en 2014 el Gobierno está empeñado en convertir su victoria en una derrota. Persuadido de que nada le proporcionará réditos comparables a los que ha conseguido y conseguirá a través de la práctica del arte de la paciente espera, el Ejecutivo de Rajoy sólo teme que la AVT caiga sobre su cabeza, cosa que tarde o temprano terminará por suceder porque en algunas ocasiones nada resulta suficiente. Véase la conversión del desliz tuitero en un nuevo caso Faisán.
3) La memoria histórica, ese lastre. Resulta cuanto menos osado validar la estrategia adoptada hace treinta años como la más acertada cuando ahora se reclama lo que mismo que se ha despreciado a golpe de bombazo durante todo ese tiempo, de Argel a Lizarra, pasando por la tregua con T-4. Si la izquierda abertzale denuncia ahora a los “enemigos de la paz” que no aceptar lo que siempre desdeñó, debería acometer simultáneamente una revisión crítica del pasado, no en torno a peticiones de perdón y arrepentimientos públicos, sino a una cierta modestia en la formulación de tácticas y estrategias.
4) O no habrá nada o lo capitalizará Urkullu. Pese al empeño con el que habitualmente se emplean PSE y PP vasco en demostrarle al PNV que ellos son el interlocutor obligado en lo que respecta al Gobierno central al frente del cual unos y otros se turnan, la realidad demuestra lo contrario: el ‘puenteo’ de los Ejecutivos de Madrid a sus sucursales políticas vascas constituye ya prácticamente una modalidad de herri kirolak. Ahora mismo, lo que Rajoy vaya a hacer o incluso no hacer es algo que se cuece mano a mano con Urkullu a través de las famosas “discretas gestiones”. Renunciando al papel didáctico-explicativo ante una opinión pública española en la que se supone que debería contar con un cierto crédito, el escaldado PP vasco se asigna un papel que oscila entre lo contemplativo y lo irrelevante.
5) Parte de bajas en una refriega a consejazo limpio. La izquierda abertzale, que como ha quedado dicho no se ha distinguido ni por la fineza de sus análisis políticos, ni por sus conocimientos en materia de táctica y estrategia, persiste inútilmente en indicarle al Gobierno central cuáles son los pasos que debería dar. Al margen del arrebato de soberbia que siempre entraña decirle a alguien que es lo que le conviene hacer, en este caso los objetivos son contrapuestos y mutuamente excluyentes. Unos buscan “un proceso de paz ordenado”; los otros, “una paz con vencedores y vencidos”, y nada de todo esto tiene que ver con la ética ni nada parecido, sino que se reduce a una mera cuestión de relación de fuerzas. De hecho, el Gobierno también formula sus propias directrices a la izquierda abertzale, pero no las recomienda, sino que las impone. Sencillamente, porque puede dado que el tiempo corre de su parte.