La agitada semana de la que salimos nos deja un abigarrado lienzo que a continuación paso a ponerme por escrito en un intento de dotarlo de orden.
Por un lado, tenemos a PSE y PP del País Vasco, que en el lapso de unos meses han pasado de gobernar la comunidad autónoma a quedar reducidos a la condición de figurantes al fondo de la escena. Dado su nulo peso específico en Madrid, una mirada aviesa concluiría que a la vez que los escoltas, sus miembros perdieron el halo de heroísmo que les dotó de infalible perspectiva política y convirtió en inelucible referencia moral para el resto de España. Ahora, bastante tienen con esquivar las acusaciones de traicionar a los muertos. Sea como sea, ambos dan toda la impresión de que tras convertirse irrelevantes para sus respectivas direcciones políticas nacionales, han emprendido la apuesta política que les situará en la misma tesitura electoral en el País Vasco.
Por otro lado, está la izquierda abertzale, cuya necesidad de alternar los mensajes externos con los mensajes en clave interna amenaza con desconcertar a todos. Sus permanentes esfuerzos en el juego de equilibrios que mantiene en pro de la cohesión resultan comprensibles, no así el empeño en divorciar el fondo de las formas. Hace mal en restar importancia a la ruptura de lo pactado con el PNV en la manifestación del sábado porque proyecta la imagen de un socio, incluso en “situaciones excepcionales”, poco o nada fiable. Lo que los unos encuentran anecdótico, para los otros puede ser categoría. Cabe preguntarse qué de positivo añadieron los gritos a la multitudinaria manifestación y, ya de paso, recordar a quienes denuncian su utilización para desviar la atención del éxito de la convocatoria que ahí tienen otra razón más para habérselos ahorrado.
Finalmente, en la centralidad del cuadro y acaparando un nada sorprendente protagonismo encontramos al PNV. Una vez más, los jeltzales logran posicionarse como la responsable encarnación de los intereses del país, justo entre los dos extremos que marcan la España asilvestrada y una ETA militar que no termina de civilizarse, ni de asumir que ya no está en condiciones de hacer nada por nadie, excepto desarmarse y disolverse. Es muy posible que a cambio no consiga absolutamente nada, pero es del todo seguro que dejará de “sobrar y estorbar”, por citar a Arnaldo Otegi. Volviendo al PNV, lo que hizo fue acudir al rescate de izquierda abertzale y, de paso, dejar a ésta en deuda. Se dirá que los de Sabin Etxea actuaron movidos por el cálculo político y, en efecto, sin duda fue así. Pero no otra cosa es lo que se les pide a todos los demás, en lugar de andar propinándose continuos tiros en el pie, así en Bildu como en el Gobierno y la judicatura.