Escena 1: subido sobre cuatro paquetes de folios, el director del periódico que elevó la rocambolesca hipótesis sobre el 11-M que el Gobierno de Aznar apenas se había atrevido a esbozar en estado embrionario a la categoría de conspiración a múltiples bandas, acusa de su destitución al heredero de aquel ejecutivo. Así, el gran prestidigitador se despide con un penúltimo truco al convertir las consecuencias de una gestión económica nefasta en un caso de libertad de expresión. La redacción estalla en aplausos.
Escena 2: el director del periódico cuyo enviado especial a una guerra -Julio Anguita Parrado- le pidió expresamente que, en caso de fallecimiento bajo el fuego, se abstuviera de acudir a su funeral dadas las condiciones laborales en las que le había obligado a trabajar, tiene un sentido recuerdo para el reportero que actualmente permanece secuestrado en Siria. Solemne ovación de todos los presentes.
Escena 3: con esa sonrisa que sólo te pinta en la boca el saberte perceptor de una indemnización cifrada en varios millones de euros, el director destituido explica a todos los presentes que lleva años jugando a la ruleta rusa con pistola propia pero sobre cabeza ajena. Los supervivientes de varios ERE’s y otras tantas rebajas salariales aplauden hasta despellejarse las manos.
Desenlace: su relevo natural al frente del rotativo toma la palabra para ensayar la gran pirueta consistente en persuadir a la audiencia de que la destitución supuestamente provocada por el presidente del Gobierno no es más que una prueba de la independencia del periódico, obviando la máxima de que el principio de “cambiarlo todo para que todo siga igual” carece de sentido si no se conjuga en primera persona. Es decir: cuando es a ti al que te lo cambian todo, jamás es para que todo siga igual.