Que un libro de recetas esté entre los tres más vendidos del pais es toda una hazaña y una manera muy clara de decir que “en casa” no se aprendía gran cosa.
El regalo que hacían las madres a sus hijas (madres a hijos hubiera sido la manera más clara de empezar a odiar a la suegra) cuando se casaban, Las 1080 recetas de cocina supusieron una pequeña revolución y no porque fueran recetas nuevas ni fórmulas mágicas sino porque era el mejor compendio y resumen de recetas de platos tradicionales con algunos trucos de la abuela.
A mi me tocó al ir a la Uni, el piso tenía un muy buen cocinero y uno que quería medrar en la cocina (yo mismo) así que alguien pensó que ese libro sería un buen entretenimiento para cuando no fuera a clase. El tiempo se ha encargado de poner las cosas en su sitio, ni lo uno ni lo otro.
Con el tiempo el libro se ha convertido en un clásico, se sigue vendiendo y la hija de Simone sigue al pie del cañón. Y aunque lo cierto es que hay muchos libros de recetas que lo han superado (para mi boda tocó el de las recetas vascas de Rafael García Santos – y no es porque sea joven, sino porque me casé muy tarde) todos los autores jóvenes reconocen el libro de Ortega como una inspiración.
Lo cierto es que ayudó y permitió que salseáramos y que, sobre todo, nos pusiéramos manos a la obra y otra cosa muy importante, dejaba un pequeño margen a la intuición, imaginación e improvisación. Y eso es lo mejor de la cocina.
Que su recuerdo se eternice.