Así que M. andaba con ganas de un vino tinto. Y yo tenía una botella recién comprada de la que no sabía nada más allá de que me había costado en torno a los 12 euros, tenía un nombre interesante y una etiqueta curiosa. Lo que no intuía era la bomba que se avecinaba. La Casilla, recuerdos de grandes (y otros desastrosos) conciertos en Bilbao.
Abierta la botella se hace la cena con tranquilidad, que pase una hora por lo menos y se sirven las primeras copas. Entonces empiezas a oler cosas originales y sorpendentes, lo pruebas y empiezan a aparecer los primeros tonos de mantequilla y las primeras flores, luego hay hierbas y especias. Potente hasta el final.
Te acabas enterando de que es una bodega joven (del 2005) de Cuenca, con viñedos familiares de hace 30 y más años con suelos muy diversos (desde arcillosos hasta calcáreos), con un cuidado riguroso de la vid (sin química) y con la uva bobal como gran protagonista. Lo digo con la boca pequeña, pero creo que en menos tiempo se ha hecho más por la bobal en estas zonas interiores que en las provincias de la costa, le han sacado más potencia y, sobre todo, regularidad.
Un vino para tomar en una tarde de invierno, con tranquilidad y para enamorar.