Por Carlos Rilova Jericó
La opinión de Jane Austen sobre la Historia que, como ya les he dicho alguna vez en este correo de la Historia, era creer que la mayor parte de ella era ficción, parece estar bien extendida.
Muchas veces me he encontrado, incluso entre compañeros de otras ciencias que no son la nuestra -es decir, la Historia-, la idea de que quienes reconstruimos el pasado lo hacemos no a base de método científico, sino de leyendas y rumores. Incluso algunos creen que basta con la intuición personal para hacer esta tarea tan delicada.
Pues no, nada más alejado de la realidad. Y esa curiosa circunstancia es la que me ha llevado a elegir este tema como eje de este nuevo correo de la Historia, amortizando así, al menos en una ínfima parte, las investigaciones que estoy finalizando en estos momentos.
En efecto, ando manejando últimamente documentación sobre un personaje histórico famoso y muy controvertido. Al menos en mi ciudad, San Sebastián.
Me refiero a no otro que el duque de Wellington, Arthur Wellesley, general en jefe de los ejércitos aliados que de 1808 a 1813 combaten en la Península, después, en 1814, en Francia y, finalmente, en las llanuras de Bélgica en un lugar llamado Waterloo, batalla que en pocos meses se hará famosa gracias a cumplir su bicentenario. Razón más que suficiente para que, en efecto, hablemos hoy aquí de Lord Arthur y de su fama recogida en diversos documentos históricos.
A nivel mundial, Lord Wellington pasa por ser el destructor de Napoleón, el vencedor de esa batalla de memoria formidable llamada “Waterloo”.
Todos los documentos dicen eso. Y después de ellos los libros de Historia y así sucesivamente.
¿Hay alguien que tenga una mala opinión sobre él, incluso fuera de Francia?. La respuesta es que sí. Algunos contemporáneos suyos que no eran Napoleón, ni sus también famosos mariscales, tenían una mala, incluso pésima, opinión de él.
Se trataba de los gobernantes de San Sebastián, supervivientes a la quema y destrucción de su ciudad a partir del 31 de agosto de 1813, cuando la última gran operación militar para expulsar a los franceses de España culmina con la toma -inevitable, imprescindible- de San Sebastián y su posterior destrucción a manos de las columnas aliadas, de soldados británicos y portugueses, que la toman al asalto con atroces bajas de varios miles de muertos, provocando a su vez, y fuera del control de sus oficiales, un desastre aún mayor, que el año pasado -como ya sabrán quienes leen este correo de la Historia- ha dado lugar a penosas diatribas en las que la Política ha tratado de enmendar la plana a la Ciencia haciendo pasar de contrabando -una y otra vez- opiniones políticas como si fueran Historia.
Dicho contrabando es fácil de reconocer: lo primero que pretende es que ideas y preocupaciones de hoy día sean las ideas y preocupaciones de gentes de hace doscientos años, a las que, para empezar, apenas se conoce de nada.
La solución a ese embrollo -cuando hay voluntad de resolverlo- es también bastante sencilla. Consiste en dar a alguien titulado en una facultad de Historia la documentación relativa a dichos sucesos para que escriba un informe sobre los mismos tras analizar el contenido de esos documentos.
Hecho esto en el caso, por ejemplo, de la buena o mala prensa de un famoso general como Wellington, conocido en el mundo entero, se descubren cosas curiosas.
Por ejemplo que los representantes municipales de San Sebastián consideraban a dicho general como hombre de fama inmortal, un verdadero héroe, libertador de España. Todo eso está dicho en una carta fechada en Zubieta -punto de reunión de los vecinos de la devastada ciudad- en 8 de septiembre de 1813 y conservado en un legajo de correspondencia dirigida al excelentísimo duque de Ciudad Rodrigo, conservado en el archivo municipal de San Sebastián con la signatura E 5 III 2117, 14.
Esa opinión irá cambiando de manera drástica en los meses siguientes, entre octubre y noviembre de 1813 y enero y febrero de 1814.
Las respuestas que mylord da en persona o por medio de su secretario militar, Josef O´Lawlor, a las peticiones de ayuda de la ciudad para que se les compense por los daños causados, no ayudan mucho a que mejore la opinión de esa comunidad sobre él.
De ahí vendrá un progresivo deterioro. Wellington señalará en respuesta a esa carta de 8 de septiembre que lamentaba lo ocurrido, que no era culpa suya y que, de hecho, la destrucción de la ciudad era todo un inconveniente para su ejército al privarle de alojamientos.
La carta de 18 de septiembre de 1813 en la que Wellington volvía a responder a nuevas demandas de la ciudad, abría una agria brecha entre ambos personajes históricos -la ciudad y el general- cuando éste, por mano una vez más de O´Lawlor, insistía en que los franceses habían quemado la ciudad, en cinco o seis puntos, antes de que sus tropas entrasen…
Afirmación que era saludada por una nota al margen de la misma, hecha por la ciudad o cualquiera de sus representantes, tanto daba, señalando que había que estar borracho (sic) o falto de cabal juicio para decir tales cosas…
Desde ese punto la mala prensa de Wellington en San Sebastián no hará sino crecer a pesar de que en los documentos oficiales, en los que no se ponían notas al margen como esas, se mantuviesen las formas.
En efecto, en ellos se echa la culpa a O´Lawlor, se achaca la frialdad de Wellington ante la desgracia de la ciudad a conveniencias políticas, pero se le sigue elogiando, confiando en que apoyará la reconstrucción de la ciudad y hará que lleguen a ella socorros de España, de sus colonias y hasta de Inglaterra, como ocurrió en el caso de Moscú.
Sin embargo, el mal ya estaba hecho y no podía ir sino a peor. La ciudad acabó por ser reconstruida pero sus habitantes alimentaron un rencor considerable contra el famoso general. En 1828, cuando reciben a Fernando VII y a su mujer para celebrar la reconstrucción, los documentos oficiales de la ciudad señalarán que el culpable de su destrucción por el fuego, como una nueva Troya según esos papeles, era el vencedor de Waterloo…
No es que la futura capital guipuzcoana no se hubiese alegrado de la victoria aliada en ese famoso campo belga. Otros documentos municipales demuestran que la ciudad celebró por todo lo alto la destrucción del Tirano de Europa, de Napoleón, de aquel al que esos documentos oficiales de la ciudad no dudaban en llamar “Monstruo”, pero el desencuentro de 1813 seguía pesando y mucho. Y acabó por reflejarse en los documentos históricos, permitiendo así, como vemos, reconstruir perfectamente esa secuencia de hechos históricos que nos ofrece hoy una perspectiva poco conocida de la mala fama de un personaje tan famoso como Lord Wellington, pero no por ello menos cierta ni menos digna de ser conocida por todos aquellos que quieran decir -por ejemplo en la cena de Navidad del año 2014- que ellos saben de Historia.
Una materia que, como ven -o eso espero- nada tiene que ver con una reconstrucción a base de leyendas y rumores, sino con documentos muy elocuentes. De hecho, a veces, descaradamente elocuentes…