Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana ha sido difícil sustraerse a elegir nuevo tema para el correo de la Historia. Parecía inevitable que este girase en torno a la cuestión de cómo los talibanes han ido tomando, desde este jueves pasado, el control de Afganistán. Y a pasos agigantados. En efecto: entre el momento en el que he escrito esto y su publicación este mismo lunes, la capital afgana, Kabul, ya ha caído en sus manos ayer mismo y la bandera estadounidense ha sido arriada. Con todo lo que eso implica a nivel estratégico
Y aquí llega la gran pregunta: ¿desde la Historia habría algo que decir al respecto? Pues la verdad es que sí. Es más, hay bastante que decir, desde la Historia, sobre el tema. Tanto que, aunque yo personalmente hubiera preferido publicar hoy, de nuevo, algo de refrescante Historia marítima, he tenido que inclinarme por esta otra opción -bastante a pesar de mis deseos- por no ignorar un tema tan actual, pero con Historia.
Afganistán, ya lo he mencionado en anteriores ocasiones tratando de este tema, es algo más que un pedregal rocoso, que es la imagen general que tenemos por aquí, por Occidente, de aquel país.
Es una pieza clave para el control estratégico de una zona del globo muy delicada. ¿Cómo se puede saber esto sin ser parte de ningún servicio secreto hoy en activo? La respuesta a esa pregunta es muy sencilla: habiendo estudiado Historia y atando algunos cabos, a partir de las lecciones recibidas, en momentos como estos.
Esos cabos se remontan, cuando menos, al Imperio Británico, pero como bien sabía uno de sus más conspicuos representantes ideológicos -Rudyard Kipling- la cosa podía ir hasta eminentes ejemplos clásicos. De esos muy al gusto de la época victoriana.
Recapitulemos. Tras las guerras napoleónicas Gran Bretaña parece en unas excelentes condiciones para hacerse con un imperio de escala global. El agotamiento de España -tras sufrir prácticamente todo el peso de esas guerras durante cinco años- le facilita mucho la tarea. También la domesticación de Francia -por así decir- por esa misma causa: las guerras napoleónicas. Esas tres potencias, como se ve a partir de mediados del siglo XIX, seguirán repartiéndose el mundo en la medida de lo posible, pero ya bajo la tutela y el ojo vigilante de una Gran Bretaña que se convierte en el árbitro internacional entre, más o menos, 1820 y 1918. Cuando la Primera Guerra Mundial la desfonda del mismo modo que el imperio español de Ultramar -no así el africano- se desfonda en 1815 y años sucesivos.
En esa posición Gran Bretaña comienza a extender un amplio imperio que le permite resarcirse de la pérdida de las 13 colonias americanas, donde se incuba aquel otro -Estados Unidos- que va a sustituir al Imperio Británico a partir de 1917. Así, desde el fin de las guerras napoleónicas, los esfuerzos de Londres se concentrarán en conseguir vastas áreas de expansión colonial en África y, sobre todo, en Asia.
Es entonces cuando Afganistán, un país pobre, basado en una divisiva organización tribal, relativamente estéril…, se convierte en una clave capital del que los estrategas británicos de época victoriana llaman “El Gran Juego”.
La India, desde que el aventurero Robert Clive la conquista a mediados del siglo XVIII, es, para ese imperio británico en formación, la joya de la corona. Un vasto territorio de antigua civilización, pero tan dividido como el propio Afganistán, que provee a Gran Bretaña de inmensas riquezas que aumentan aún más su poder. En efecto: desde el siglo XVIII el que aún llamamos “lujo asiático” (seda, especias…) proporciona a quien lo controle ganancias de hasta un 400% en los fletes de retorno. Evidentemente un botín que no se podía dejar escapar así como así…
Pero eso, naturalmente, produce un desequilibrio en la balanza de poder mundial y europeo que otras potencias no pueden consentir, aunque muchas deben admitir. Por descontado España y Francia son dos de ellas. En 1858, cuando esa cuestión se pone sobre el tapete, esos dos países están procurando dejar sentir su influencia en Asia-Pacífico. España manteniendo la estratégica posición de las Filipinas y ampliando su área de control con la toma -ambicionada desde finales del siglo XVIII- de la llamada Conchinchina. Hoy Vietnam. Algo que hará en compañía de Francia. Materialmente España nada sacará de la toma de Saigón, que queda en manos francesas hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos pasa a hacerse cargo del asunto. Como bien sabemos gracias al subgénero de películas de la Guerra “del Vietnam”…
Sin embargo, que ese país quede bajo una potencia aliada y benevolente con España como la Francia del Segundo Imperio, no es, desde luego, un mal negocio para que España siga manteniendo las Filipinas que, obviamente, son una base infinitamente mejor que la concesiones de Shangái y Hong Kong: lo único que los británicos han podido arrancar al cada vez más decadente y aislado imperio chino desde 1815.
En medio de ese esquema geoestratégico es donde entra el interés por Afganistán. Mucho menos valioso que toda esa zona de Asia-Pacífico -que siguen disputándose, a su manera y escala, Francia, España y Gran Bretaña- pero sin embargo clave para que la India no sea flanqueada por ninguna otra potencia. Una que en esos momentos sólo puede ser la Rusia zarista, que también trata de forjarse un imperio avanzando hacia el Este de Moscú.
Es así como el Paso Khyber, que da el control sobre Afganistán más aún que el dominio sobre Kabul, se convierte en una pieza fundamental de todo el esquema estratégico mundial. Quien lo tenga se hará con el control de Afganistán y con él flanqueará a la India y comprometerá el control británico sobre una de sus mayores fuentes de ingresos…
La Literatura de Kipling, por si no estaba claro, lo explicó pormenorizadamente a propios y extraños: “Kim” y, sobre todo, esa pequeña gran parodia del Imperio Británico que es el relato corto “El hombre que pudo reinar”, lo aclaraban perfectamente. Los “topógrafos” rusos merodeando por las cercanías de la India, espías afganos -precisamente- al leal servicio de Su Graciosa Majestad, el Paso Khyber bajo control británico y dos aventureros, antiguos sargentos británicos -Daniel Dravot y Peachy Carnehan- tratando de forjarse, a imitación de Alejandro Magno, su propio imperio más allá de esos dominios británicos en Afganistán. La historia es bien conocida, incluso sin haber leído esas obras, gracias al Cine que las ha inmortalizado en sendas películas. Altamente recomendables en estos momentos…
Ese envite descrito en obras como esas, terminó con la expulsión de Rusia de la zona, que sólo volvió allí en los estertores del régimen soviético, para ser desalojada por unos Estados Unidos que tenían muy claro aquello del “Gran Juego” británico. Tanto que alimentaron a la misma bestia que ahora se está haciendo con el control de Afganistán y a la que se le tuvo que arrebatar allá por el año 2001, cuando el Islamismo radical (que tan bien representan los talibanes) se convirtió en nuestro gran enemigo.
Así han estado las cosas hasta que este año 2021 una nueva administración norteamericana que ha tenido embobada a una gran parte de la opinión pública culta y progresista de Occidente -diciendo amén a prácticamente todo lo que ha dicho, por absurdo o delirante que fuera- ha decidido salir de espantada de Afganistán con el resultado que ahora estamos viendo. Lo cual nos lleva a un buen momento, sin duda, para repasar un poco la Historia de los últimos 150 años y sacar conclusiones acerca del catastrófico vuelco político que -eso ya no puede ocultarse- ha sufrido Estados Unidos.
Más que nada porque, ya que la ONU, en 80 años, no ha sido capaz de cumplir el mandato de cambiar estas oscuras reglas de esos “grandes juegos” (empezando por mejorar la suerte del propio Afganistán), es un problema que nos afecta de lleno en esta, todavía, prospera, rica y estable Europa. Esa que ha conseguido todas esas bendiciones tras siglos de derramar sangre en guerras y revoluciones que ahora no deberían ser sólo polvorientas y baldías páginas de “Historia”. Sino un conocimiento útil y, como se suele decir ahora, “proactivo”.
Es decir, un conocimiento práctico aplicado a no dejarse matar de hambre, a no ser sojuzgados, cubiertos con “burkhas” (o sucedáneos del mismo), a no renunciar a los Derechos Humanos…, que es el punto al que conducen abandonos como el de la Administración Biden en Afganistán. Aquí y ahora mismo. Más allá de toda ingenua simpatía política por “el viejo Joe” y yendo al terreno de los crudos hechos reales y sólidos, que son los que finalmente nos van a afectar cuando se barre del escenario el, muchas veces, vacío marketing político. Ese que jamás ocultará por mucho tiempo lo que es sólo un completo y catastrófico fiasco sin paliativos…