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Carlos Rilova

El correo de la historia

La muerte de Pancho Villa y el ser o no ser un personaje histórico (20 de julio de 1923)

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy hace cuatro días se cumplían exactamente cien años de la muerte del general Francisco Villa. Más conocido como Pancho Villa. Parece pues ésta una buena ocasión -o más que buena inevitable- para hablar, otra vez, de aquel hombre y sus circunstancias. Es decir: las de la revolución mejicana de 1910, que no es la primera -ni será probablemente la última- vez que pasa por el correo de la Historia.

De las muchas cosas que se podrían discutir sobre esos acontecimientos y, sobre todo, acerca de José Doroteo Arango Arámbula (más conocido como Pancho Villa) una debería ser -aprovechando este centenario de su muerte- saber si se ha convertido, o no, en un personaje histórico recordado y, en tal caso, cómo se le recuerda.

Con ese fin seguí con atención las noticias del día 20 de julio. Pronto descubrí que en España -tal vez a causa de las elecciones de este pasado domingo- el centenario de la muerte de tan eminente revolucionario pasaba casi desapercibido.

Aunque algunos madrugamos bastante con la cuestión -caso de otro artículo mío en Euskonews, cuya “cruz” se podrá leer mañana en este mismo periódico en la sección de “Historias de Gipuzkoa” o lo publicado en XLSemanal el 14 de julio- el vacío ha sido notable.

Por ejemplo en Twitter Pancho Villa no era TT. Es decir, un tema sobre el que se lanzasen miles de tuits en una hora. Si se quería saber en esa red social,  tan frecuentada, sobre la muerte del revolucionario, había que buscar directamente noticias sobre ella.

Esa búsqueda arrojaba resultados diversos. Así se podía ver que institucionalmente el Archivo General de México -con muy buen criterio- había dedicado una exposición bastante notable a Pancho Villa. Medios de mucho peso en la divulgación histórica, como la versión en español de National Geographic, también recordaban la muerte del general revolucionario.

Por lo demás se encontraba el surtido habitual en esa red social sobre temas que pueden despertar polémica ideológica. Es decir, había tuits en los que se exaltaba la figura del general Villa y otros (los menos, a decir verdad) se revolvían contra él calificándolo, incluso, de criminal de lesa humanidad y personaje funesto a olvidar. O cuando menos a denigrar como parte muy oscura de la Historia de México y hasta del Mundo.

Ese sería, pues, el balance mediático de esa efemérides histórica en torno a los cien años de la muerte de Pancho Villa.

¿Sería suficiente para la Historia? Yo, como modesto engranaje de esa ciencia, creo que no, que algo más se puede decir sobre el hombre que moría atravesado a balazos en su Dodge un 20 de julio de 1923.

Francisco Villa, el general Villa, como cualquier personaje histórico que se hubiera visto en sus circunstancias, es alguien lleno de luces y de sombras. Como el mismo México de los últimos cien años, donde cualquier brutalidad que pudiéramos ver en Europa (por partidarios de una causa o de otra) allí se magnificaba hasta límites que, lógicamente, causaban espanto y odio según de qué lado cayese el daño causado.

José Doroteo Arango Arámbula, vivió una vida dura que no le facilitó muchos recursos intelectuales como para andarse con las delicadezas que se usarían en una universidad europea -o en un salón de té- de París, Viena o Madrid allá por 1910. Eso no es, o no debería ser, ningún misterio porque ahí están numerosas biografías sobre él que así lo relatan desde hace tiempo. Nos lo recuerda, además, una bien reciente: “Pancho Villa. El personaje y su mito”, escrita por el historiador español Agustín Sánchez Andrés.

Villa salido de la pobreza, analfabeto que aprenderá a leer tardíamente, vive en un país que -como ya describía también otro correo de la Historia- estaba entregado a los designios de una clase política para la que millones de mexicanos como aquel eran poco más que ganado humano. Unos hechos históricos que, como en ocasiones suele suceder, el Arte (en este caso cinematográfico) ha descrito perfectamente. Por ejemplo en los primeros compases de una de las muchas películas en las que la revolución mexicana es el telón de fondo. Me refiero a “¡Agáchate, maldito!” del consagrado Sergio Leone.

Comprendo, como historiador, a los detractores actuales de Villa, por la brutalidad que ejercerá ese líder revolucionario que pasa de bandolero social (como los definía Hobsbawm) a general de miles y miles de hombres y mujeres tan pobres, tan incultos, que sólo podían alojar en sus cabezas una idea elemental: venganza contra quienes los hacían vivir como bestias en una época en la que ya había adelantos como el telégrafo, el teléfono, los ferrocarriles, los automóviles y los aviones…

En efecto, las fuerzas revolucionarias mandadas por Villa, y él mismo, aplicaban, sin mucho miramiento, el principio ya descrito por Dickens en una de sus novelas sobre otra revolución que derramó no poca sangre (la francesa de 1789). Me refiero, claro está, a “Historia de dos ciudades”. En ella la sed de sangre revolucionaria era explicada por un mecanismo muy lógico: la brutalidad del Antiguo Régimen contra una mayoría de la población, había acabado por engendrar una brutalidad aún mayor como venganza por esas ofensas recibidas durante años, durante siglos, que levantan en armas a una multitud un 14 de julio de 1789.

Así se explica (que no justifica) la violencia extrema de las tropas revolucionarias, y del propio Villa, que denuncian algunos en este centenario de la muerte del general.

Esas circunstancias, como diría Ortega y Gasset, hicieron a Pancho Villa. Como hicieron la violencia revolucionaria que se desató en México entre 1910 y 1920 aproximadamente. Era la violencia con la que masas desahuciadas respondían a la extrema violencia previa de una parte de la burguesía mexicana que había convertido -a través de su Partido Científico- a aquel país en una especie de sistema feudal con electricidad y ferrocarriles.

A esa explicación de cómo Villa se convierte en un personaje histórico denostado por algunos (¿acaso los herederos, algo vergonzantes, de aquella cleptocracia institucionalizada en torno a Porfirio Díaz?) habría que añadir la otra cara de aquel hombre que se supo sobreponer a esas circunstancias. Primero combatiéndolas arma en mano (ya que no se le dejaba otra salida) y después de cumplida hasta donde fue posible la misión de limpiar México de aquella burguesía voraz y destructiva, aceptando una pacífica vida como gobernador de Chihuahua y finalmente como hacendado. Desde esas posiciones, en lugar de reproducir la tiranía que había combatido, trató de asegurar a su gente todos los medios de los que él careció y que le impidieron hacer algo más que “agarrarse a balazos” a la menor ocasión contra aquella violencia institucional.

Ahí quedaban tras de él, tras su muerte asesinado un 20 de julio de 1923, tierras baldías convertidas en cultivos fértiles en poco tiempo, escuelas para niños y para adultos, bibliotecas, medios de comunicación modernos al alcance de los que hasta entonces no habían sido más que pobres peones, demostrando así que el general Villa era algo más que un asesino despiadado, que era capaz no sólo de destruir (cuando no se le había dejado otra salida a él y a millones de mexicanos) sino de construir un mundo mejor, con la riqueza mejor administrada y repartida en esas escuelas, hospitales, bibliotecas…, al alcance de todos y no sólo de unas pocas familias rapaces…

Así de complejo era Pancho Villa, como cualquier personaje histórico de cierto relieve. Fue fruto de unas circunstancias que no dejaban mucha alternativa, pero cuando la tuvo demostró una altura de miras que, evidentemente, faltaba en esas supuestas “élites” que lo único que habían sabido crear era una riqueza que sólo engendraba miseria para casi el 90% de mexicanos y con ello desataron, inevitablemente, aquella revolución que destruyó a muchos de ellos.

La Historia, como tal, poco más puede decir. Tan sólo describir (que no juzgar o justificar) a ese personaje histórico que, en efecto, fue el general Villa. Si alguien, después de todo, aún tiene ganas de juzgarlo a cien años de su muerte, que tenga al menos presente todo lo dicho hasta aquí. Para que ese juicio, también al menos, sea justo…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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