Por Carlos Rilova Jericó
Buscando un nuevo tema para este nuevo correo de la Historia me di, más o menos de bruces, otra vez, con lo que parece ser el gran, único, tema de la Historia de España. Es decir: aparte del almirante Blas de Lezo, la Leyenda Negra.
En esta ocasión el asunto estaba relacionado con la efeméride de hoy, 4 de noviembre, porque tal día como este, pero del año 1576, fue cuando los tercios del rey de España, amotinados cerca de la ciudad belga de Amberes, desencadenaron un saqueo en esa localidad que tuvo un largo eco y repercusión esperable dadas las consecuencias del mismo.
Me ha sorprendido que, salvo excepciones ya algo añosas, la vida de España, y parte del extranjero, no haya girado en los días previos a este 4 de noviembre, alrededor de ese acontecimiento, tan estrechamente relacionado con la Leyenda Negra, como sí ha girado, de nuevo, el 12 de octubre en el que ambos bandos contendientes -los negrolegendarios y los leyendarrosistas- se han lanzado a la palestra para demostrar cuánto saben de Historia (que generalmente es exactamente casi nada) y cómo hay, en el caso de los primeros, que destrozar España a martillazos como esa odiosa potencia fascista que, para ellos, siempre ha sido desde, por lo menos, los tiempos del asedio a Numancia. O, desde la otra banda, amarla como ese país maravilloso en el que nuestros ancestros se dedicaban a fundar universidades, civilizar indios paganos y, con paternal cuidado, mandarlos a estudiar, bien vestidos y lavados, a alguna de las cien mil (más o menos) universidades fundadas por España en América, mientras los despiadados anglosajones exterminaban a mansalva en sus colonias del Norte indios, búfalos y, seguramente, hasta a los perritos de las praderas de Ohio…
Ácidas ironías aparte sobre el lamentable estado cultural de España con respecto a su propia Historia, lo cierto es que asombra, sí, que hechos como el del saqueo o saco de Amberes no hayan salido a dar aliento a esos pseudohistoriadores que padece hoy España. Tanto a los que se dedican a sentenciar su Historia como una ristra purulenta de desastres inconmensurables -desde siempre y sin remedio posible- como a los que -para rematar el problema- tan sólo hablan de una América idílica bastante imaginaria y también bastante infantiloide. Porque ciertamente el asunto del saqueo de Amberes del 4 de noviembre de 1576 es parte fundamental de esa Leyenda Negra tan controvertida.
Pero, vayamos a los hechos constatados y admitidos, que, en general, son que, en 1575, la España de Felipe II tenía que declarar la bancarrota de su deuda pública.
Estas noticias, aunque viajaban más lentamente que hoy día, finalmente alcanzaron lo que hoy es Bélgica. Es decir, las provincias de los Países Bajos de mayoría católica y lengua también mayoritariamente latina -francesa en este caso- que permanecían fieles a la casa de Habsburgo representada por Felipe II. Al recibir dicha noticia, las tropas leales a esos Habsburgo, o Austrias, que llevaban años sin cobrar sus pagas atrasadas, decidirán recurrir a un motín para resarcirse. Práctica tan habitual como nefasta. Tal y como reconocía uno de los altos oficiales a su mando. El catalán Luis de Requesens, que veía esas revueltas militares como un castigo de Dios por tirar por tierra cualquier plan militar siquiera medianamente concebido.
Eso es justo lo que ocurrió en Amberes. Las tropas estacionadas allí bajo mando de Sancho Dávila, quedaron cercadas en la ciudadela de esa ciudad debido a que los rebeldes de las provincias del Norte encontraron campo abonado por los desmanes de los tercios al servicio del rey de España.
Así, en ese otoño de 1576, se pudo azuzar a la población de Amberes contra Felipe II y sus tropas y ponerla sobre las armas que, por supuesto, se repartieron generosamente.
Así, el 4 de noviembre de 1576 la situación no podía ser peor para los intereses de ese rey en aquellos Países Bajos. No sólo no se había sofocado la rebelión de las provincias del Norte, sino que las leales habían sido exasperadas por la reacción de los soldados a su servicio que, airados por las miserias que sufrían, se cobraban los atrasos en las pagas avasallando a esas poblaciones en principio pacíficas y amigas.
Así Amberes se había levantado en armas y rodeado en su ciudadela a los pocos soldados aún no amotinados que le quedaban a España en tan estratégica plaza.
Por suerte para Felipe II y, en general los intereses de la poderosa casa Austria, los amotinados señores soldados -pues así se dirigían a ellos, dicen, sus oficiales- recordaron su honor de hombres de armas -algo fundamental en aquella época y en ese oficio- y viendo a sus compañeros rodeados en la ciudadela de Amberes, acudieron en su ayuda sin esperar a las pagas…
Claro que, a fin de no refutar una leyenda negra con una boba leyenda rosa sobre la Historia de España, como las que infestan hoy Internet, es preciso tener en cuenta que tan -en apariencia- noble y prístino gesto, tenía su lado práctico. Amberes era una ciudad opulenta y aquellos señores soldados bien podían imaginar que, en medio del combate contra civiles rebeldes que, además, apoyaban a notorios traidores al rey que les había contratado, el saqueo estaba garantizado y sería fructífero.
Y así fue. Sumados los amotinados a los acorralados en la ciudadela, eran una fuerza formidable de varios miles de soldados veteranos. Los civiles armados y el aún inexperto Ejército de los rebeldes holandeses no tenían muchas posibilidades de resistirse a lo que se llamó la “Furia española”, pese a que en aquellos tercios sólo un pequeño porcentaje eran españoles, predominando en cambio los italianos, alemanes…
Así las cosas autores de la más dispar ideología y formación coinciden en señalar que Amberes sufrió a manos de aquellos señores soldados una verdadera masacre. Si bien aquí es preciso otro matiz. Esta vez contra las leyendas negras: la máquina de propaganda de los rebeldes holandeses magnificó enormemente lo ocurrido con el fin de dorar su causa y envilecer los justos derechos que el rey español pudiera tener a esas tierras de los Países Bajos.
Los hechos posteriores parecen dar la razón (sin necesidad de leyendas rosas) a esa afirmación discutible como todo en Historia. Amberes tuvo que ser retomada por las fuerzas de la corona española años después tras un asedio notable que dura de julio de 1584 a agosto de 1585, pero tras la toma de la ciudad -y la prohibición férrea de saquear dada por el comandante en jefe del asalto, Alejandro Farnesio- esa ciudad se mostró como una de las más fieles plazas a la corona española en una guerra, contra los rebeldes holandeses y sus aliados, que iba a durar hasta 1648, marcando la divisoria religiosa, política, territorial… justo allí. Echando las bases para crear, siglos después, dos países tan distintos como hoy lo son Bélgica y Holanda…
Hasta ahí, pues, llegaba en 4 de noviembre de 1576 la Leyenda Negra española y, hoy, hasta ahí y no más debería llegar la nociva Leyenda Rosa. Incapaz de asimilar que las cosas en las guerras de religión del siglo XVI (o en la conquista de América) jamás deberían verse con una mirada pueril, indocumentada, que lo único que hace, en realidad, es denigrar aún más a esa España que tanto se dice amar y dar así la razón -sobrevenida y siglos después- a los que fabricaron la ya tan manida Leyenda Negra antiespañola.