Por Carlos Rilova Jericó
Mientras escribo este nuevo correo de la Historia, se han cumplido los 210 años de una de las fugas más famosas y que más consecuencias tuvo para muchos en un breve plazo que traspasó ese momento histórico como un rayo. Súbito y arrasando, en apenas un instante, con una vasta superficie.
La prisión de la que se escapa el fugado es toda una isla: Elba, en el Mediterráneo. El preso es el rey de esa isla: el ex-emperador de los franceses Napoleón Bonaparte. Encerrado en esa jaula de oro por los vencedores de las que llamamos “guerras napoleónicas” tras derrotarlo en la primavera del año 1814, cuando acordaron convertirlo en soberano de esa isla en la que es tanto rey como un prisionero apenas disimulado…
Hoy, cuando se cumplen 210 años de aquella fuga, me parece, pues, un buen momento para recordar, en un nuevo correo de la Historia, cómo se ha recordado esa huida tan famosa que se saldó con varias decenas de miles de muertos sobre el campo de batalla de Waterloo.
Que sobre Napoleón y sus hechos (como la fuga de Elba) se ha escrito mucho, supongo no es ningún secreto. Se habla de 200.000 títulos distintos (o más) producidos desde que el emperador muere en otra isla, Santa Elena, en marzo de 1821, hasta la fecha actual. No recuerdo yo hoy esto por primera ni, seguramente, por última vez. Además de eso la figura de Napoleón ha causado, desde entonces, tal fascinación colectiva que ha llevado a plasmar su vida y su época en muchos otros soportes aparte de libros de Historia. Así las novelas han abundado desde Alejandro Dumas padre en adelante. También los cómics y, por supuesto, las series de Televisión y las películas.
Hablaré hoy de éstas sobre todo y de cómo tratan -o no- ese hecho histórico que ahora cumple 210 años.
La primera de ellas es “N, Napoleón y yo”. Una coproducción de mucho acento europeo entre Italia, Francia y España, dirigida por Paolo Virzi y que tuvo una errática y breve vida en la cartelera española, estrenada bastante después de ser producida en 2006, con escaso tiempo en las salas pese a contar en su reparto con figuras de mucho prestigio -como Omero Antonutti- y otras que funcionan como un verdadero imán para atraer público a las salas de Cine. Como es el caso de Mónica Bellucci.
“N, Napoleón y yo” es una curiosa mezcla de comedia (a la italiana) y tragedia clásica ambientada en la isla de Elba, donde un Napoleón amargado, sarcástico y finalmente cruel y sanguinario, reflexiona sobre el destino que le ha llevado allí, sobre su propia grandeza y se ve enfrentado a un joven maestro antibonapartista que, sin embargo, acaba fascinado por el personaje hasta que descubre, otra vez, la verdadera cara del mismo cuando su antiguo maestro -interpretado por Omero Antonutti- finalmente se la muestra y a costa de su propia vida.
“N, Napoleón y yo” acaba tras esto con la famosa escapada del emperador en la noche del 26 al 27 de febrero de 1815. Una que cambia por entero la vida del joven maestro elbano, convertido en involuntario cronista y biógrafo de Napoleón y más involuntario admirador de alguien a quien volverá a aborrecer (tanto por la muerte de su maestro, como por birlarle a su amada durante la traicionera fuga de Elba) y que le arrastra a un destino tan romántico como cómico al fin y al cabo, al tratar de poner punto y final a los acontecimientos viajando, en vano, hasta la isla de Santa Elena en 1821.
Así interpreta “N, Napoleón y yo” esos hechos que ahora cumplen 210 años en la que probablemente sea la única película enteramente dedicada a ellos.
El resto de las muchas otras que se han dedicado a Napoleón, o a su época, suelen pasar brevemente sobre el episodio. Así ocurre por ejemplo en el “Napoleón” de Sacha Guitry o en el “Waterloo” de Bondarchuk que se centra, en sus primeros compases, en la huida del emperador para pasar rápidamente al momento en el que ya está casi a medio camino de París, mientras se le van uniendo las tropas que se han enviado a detenerlo.
Otro tanto ocurre en las dos películas que sir Ridley Scott ha dedicado al tema. Así en “Los duelistas” apenas se menciona el hecho, salvo cuando los agentes bonapartistas tratan de convencer al antiguo teniente de húsares D´Hubert -ya convertido en general a esas alturas- para que se una a la causa tras la confirmación de la fuga del emperador. En la más reciente, y más polémica, “Napoleón”, el “memento” que sir Ridley Scott dedica a la fuga de Elba dura más bien poco. Aunque lo aborda de modo original: mostrando cómo un iracundo Napoleón decide huir de esa isla porque su ex-mujer Josefina flirtea con el zar Alejandro I. Hecho verídico pero que, como han señalado los ubicuos críticos de esta película, no va a ser el único motivo por el cual el emperador se fuga de Elba.
Lo que sí ha dado lugar a más metraje -y más especulaciones- ha sido el segundo exilio napoleónico. Es decir, el que lo lleva a la isla de Santa Elena tras su derrota en Waterloo.
Hay sobre esto dos películas al menos que plantean unas curiosas hipótesis acerca de que, aparte de la de Elba, pudo haber una segunda fuga de Napoleón. Esta vez con éxito. Al menos relativo.
Una de esas películas es “Mi Napoleón”, estrenada en el año 2001 con tan poco eco como “N, Napoleón y yo”. Se trata de una coproducción británica, italiana y alemana dirigía por Alan Taylor donde se adapta al Cine una novela ucrónica del año 1992 firmada por Simon Leys y titulada “La muerte del emperador”. En clave fundamentalmente de comedia se refleja en esta película cómo Napoleón consigue llevar a buen término uno de sus planes -estos totalmente históricos- para fugarse de Santa Elena con la intención de volver a repetir los sucesos posteriores a Elba. El resultado de ese plan será entre cómico y trágico, pues el sosias que debe sustituir a Napoleón en Santa Elena asume su papel de tal modo que se niega a reconocer que sea un falso Napoleón, dejando al verdadero -ya de retorno en Europa- envuelto en un faux pas que se agiganta por el hecho de que su contacto en París ha muerto imposibilitando así que en Francia se dé credibilidad a ese segundo regreso de Napoleón.
Bonaparte queda así en un limbo en el que, poco a poco, va adaptándose a esa realidad inconmovible en la que el antiguo emperador se orienta a hacer prosperar el negocio de frutería de su fallecido contacto, reemplazarlo en el lecho conyugal de su viuda y convertirse en un apacible -pero anodino- burgués al que finalmente se le muestra que en 1821 -el año en el que se desarrolla la acción- quienes se creen Napoleón acaban encerrados en asilos para lunáticos, donde la especie ya abunda. Como descubre horrorizado ese verdadero Napoleón que ha logrado fugarse, una vez más, de la isla en la que se le tiene prisionero.
La otra película en la que se fantasea sobre la posibilidad de que Napoleón consiguiera fugarse de Santa Elena -como lo había hecho de Elba hace ahora 210 años- es “Monsieur N”, que fue estrenada en el mercado español en el año 2003 como “La última batalla”.
En un tono mucho más serio que “Mi Napoleón”, esta coproducción franco-británica dirigida por Antoine de Caunes, se adentra en una densa trama que va desde el año 1815 hasta el de 1840, reconstruyendo una posible fuga de Santa Elena que habría acabado en otro relativo éxito al llevar al emperador desde la insalubre Longwood hasta un exilio apacible en los Estados Unidos en compañía de, nada menos, que Betsy Balcombe. La hija de su primer anfitrión en Santa Elena, enamorada desde su adolescencia del emperador y convertida en esposa suya en ese apacible exilio norteamericano, quedando así confirmado que los restos que descansan bajo la cúpula de los Inválidos son los de un sosias que se habría sacrificado para que el emperador no languideciera hasta la muerte en Santa Elena.
Hoy por hoy, a 210 años de la fuga del emperador de la isla de Elba, parece ser que esto es todo lo que se ha imaginado al respecto y divulgado en ese medio tan cautivador que es el Cine, en el que el emperador que se fuga -con éxito- de la isla de Elba, entre el 26 y el 27 de febrero de 1815, sigue reviviendo. Y hasta permitiéndose, a veces, el lujo de cambiar la Historia. Aunque sólo sea para emitir, desde la penumbra de esas ficciones, esa risa del último que ríe que, según dicen, es quien ríe mejor…