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Carlos Rilova

El correo de la historia

La Armada “Invencible”. Historia, Arte y Leyenda Negra

Por Carlos Rilova Jericó

Desde el pasado 12 de julio esa caja de resonancia que son las redes sociales, nos han ofrecido, desde el mundo anglosajón, un curioso espectáculo. Y más que curioso, asombroso para el historiador. Al menos para el que esto escribe.

Ese asombro viene de que cuentas dedicadas a la Historia por ejemplo en Twitter -ahora conocida como “X”- no han dejado pasar la oportunidad de recordar y exaltar la famosa derrota de la Armada “Invencible”, protagonista de una de las batallas acaso más largas de la Historia, pues duraría, con diferentes episodios, desde ese 12 de julio hasta el 23 de septiembre.

Una vez más en el mundo británico, anglosajón en general, se celebran esas fechas como las de un hito que cambió radicalmente la Historia del Mundo. Lo que llama aquí la atención es que el error histórico de considerar esa batalla naval de 1588 como algo tan sustancial, se haga no en perfiles sin respaldo intelectual, sino en cuentas dedicadas en esa red social a hablar de Historia. Cosa que en otras ocasiones hacen con un notable nivel científico al que no se le puede reprochar nada.

Así lo que se saca en conclusión de aquí es que en Inglaterra, en Gran Bretaña, conviven en el campo de la Historia académica tanto trabajos de élite, de los que incluso aprendemos historiadores de otros países, y análisis que no han sido revisados desde el siglo XIX por lo menos, cuando a la Historia le faltaba mucho para dejar de ser ese panfleto escrito por cuentistas -como decía una de las heroínas de Jane Austen- o por los consabidos vencedores, como dice la manida frase.

En un correo de la Historia anterior hablaba este mismo año del caso, ejemplar en el mal sentido de esa palabra, de Charles Kingsley y su novela histórica -por así llamarla- “¡Rumbo a Poniente!”. Publicada en 1855, parece que ha creado escuela -recuerdo aquí que Kingsley fue profesor de Historia en Cambridge- y así los, por lo general, magníficos historiadores británicos, no parecen haber sentido la necesidad de llevar la contraria, en lo esencial, a ese relato verdaderamente canónico que estableció como una verdad absoluta que la batalla naval del verano de 1588 contra la Armada española, fue un hito que cambió la Historia del Mundo.

Algo que sólo es posible utilizando –o aceptando- una fea artimaña, un vicio de origen en el que nunca deben caer los historiadores. Ni españoles, ni británicos ni de ninguna otra nacionalidad. Esa artimaña, ese vicio de origen, radica en sacar y aislar de su contexto a un acontecimiento histórico concreto. Es decir, congelando a dicho acontecimiento en el Tiempo, a conveniencia de quien ha salido beneficiado por él. Eso es lo que hizo Francis Fukuyama en 1991, cuando el sistema soviético colapsó y quedó dueño del campo de batalla de la Guerra Fría Estados Unidos. Para Fukuyama llegaba así lo que él llamó el fin de la Historia. Por supuesto, como muy bien lo indicó el historiador Josep Fontana en un libro que enmendaba la plana al conspicuo Fukuyama, eso era falso pues el fin de la Historia humana no llegará hasta que la propia Humanidad se extinga y no haya ya más hechos protagonizados por humanos. En tanto eso no ocurra, a la caída del Muro de Berlín (a la vista de todos está hoy mismo) han seguido otros acontecimientos históricos que han cambiado el panorama de 1991.

Lo mismo se puede decir de la sobredimensionada batalla naval del verano de 1588. Un historiador español, Luis Gorrochategui, ya lo ha recordado hace años escribiendo un libro que incluso ha impactado en el centro mismo de Inglaterra. En él Gorrochategui advertía que el fin de la Historia desde luego no había llegado en 1588. Pues en 1589 los ingleses trataron de explotar su victoria de 1588 encontrándose con lo que ese autor califica, con acierto, de uno de los mayores desastres navales de la Historia inglesa. Siendo derrotada, de continuo, su Armada que intenta, sin éxito alguno, atacar las costas españolas y portuguesas al mando de otro personaje inglés tan sobredimensionado también como sir Francis Drake.

Y es que esos hechos, los de 1588 y los subsiguientes de 1589, como diría Fontana, no podían ser el fin de la Historia porque la Historia continuó, porque había tanto ingleses como españoles dispuestos a continuar un hecho histórico que se conoce ahora como “Guerra anglo-española”. Ésta duró nada menos que hasta el año 1604 y acabó en lo que un historiador británico, sir John Elliott, describió, con acierto, como “Pax Hispanica”. Es decir: una paz que los ingleses tuvieron que aceptar en las condiciones dictadas por España, dado que desde 1588 en adelante lo único que obtuvieron fue una derrota tras otra contra las fuerzas de los españoles derrotados a su vez entre el 12 de julio y el 23 de septiembre de 1588.

¿Por qué esto ha sido obviado, obliterado? Al parecer hay que constatar, como se ha comentado en otros correos de la Historia, que los descendientes de los vencedores de aquella batalla de 1588, sufren una especie de trauma colectivo, un terror irracional alimentado durante generaciones por autores como Charles Kingsley que historiadores ingleses actuales como Elliott -o Geoffrey Parker- no habrían conseguido conjurar. Parece por tanto que nos toca a los historiadores españoles actuales contribuir, una vez más, a tratar de desarmar esas tinieblas intelectuales, algo enfermizas, que dominan, todavía, a un gran porcentaje de ingleses y, de rechazo, a muchos más anglosajones.

El primer paso en esa dirección sería admitir por parte de ese público que, después de todo, la Armada española realmente sí fue “Invencible” y que finalmente Inglaterra acabó aquella guerra tomada por los españoles. No en 1588 pero sí en 1604.

¿Ocurrió entonces alguna catástrofe como la que los ingleses han creído, durante siglos, haber evitado gracias a su victoria de 1588? En absoluto, los españoles de 1604 se comportaron con bastante benevolencia con una Inglaterra que no era capaz de hacerles frente militarmente pese a haber aguantado, con gran valor y tenacidad, es cierto, años de enfrentamientos entre 1589 y 1604 en los que la suerte de las armas les fue muy desfavorable pese a lo ocurrido a la Armada española entre el 12 de julio y el 23 de septiembre de 1588.

Así aunque es cierto que la corte de Jacobo I está dominada por el embajador español -el conde de Gondomar- hasta el punto de ejecutar en 1618, por órdenes suyas, a sir Walter Raleigh por invadir territorio español en busca de Eldorado, por lo demás Inglaterra no fue sojuzgada, ni pasada por las armas, ni quemada viva en las hogueras de la Inquisición, ni sus habitantes esclavizados y condenados a vivir en un atraso medieval por los siglos de los siglos. Como temía incluso en 1968 -nada menos- Keith Roberts en su ucronía “Pavana”. Basada en la idea de qué habría pasado si la batalla de 1588 hubiera sido una derrota inglesa. Unos temores bastante irracionales que asombrosamente incluso han calado en algunos españoles. Como se pudo ver en un episodio de la exitosa serie “El Ministerio del Tiempo”.

Ese fue, finalmente, el resultado de lo ocurrido en 1588. España ganó la guerra y hasta 1621 al menos mantuvo a Inglaterra bajo su égida sin que eso alterase el rumbo de la Historia tal y como hoy la conocemos. A los ingleses de hoy día les bastaría para saber esto con acudir a su magnífico Museo Naval en Greenwich y allí contemplar un cuadro de un artista español de la época -Juan Pantoja de la Cruz- donde se ve cómo los plenipotenciarios del rey de España (tanto castellanos, como italianos, como flamencos) negocian en Londres la paz con los ingleses en 1604.

Un buen punto de partida ese, tanto para ingleses como para españoles, para entender que la Historia, la real, continuó desde ese momento y que en los años que siguieron a 1588, 1589, 1604 1621… ingleses y españoles fueron muchas veces enemigos pero en otras ocasiones se mantuvieron neutrales y en otras fueron aliados. Así ocurrió desde 1688 hasta 1700 cuando el enemigo común era Luis XIV. O entre 1793 y 1795 cuando la revolución francesa cambió las alianzas otra vez. O entre 1808 y 1814 cuando Napoleón altero de nuevo esas alianzas. O desde 1835 hasta hoy mismo, cuando Gran Bretaña –incluso tras contribuir a desmembrar la América española– consideró que la España liberal debía triunfar en su guerra contra los carlistas para así disponer en Europa de un aliado no demasiado poderoso pero estable y evitar de ese modo que Gran Bretaña quedase aislada frente a potencias de corte antiliberal como Austria, Rusia… Hasta ahí, pues, y no más lejos en la Historia del Mundo, llegó aquella batalla naval de 1588.

No tengo duda de que los actuales británicos son lo bastante inteligentes y cultos en general como para que, al fin, se den cuenta de que nuestra Historia común fue algo más rica que aquella victoria de 1588 que, equivocadamente, algunos han querido congelar en el tiempo contra todo buen uso de la Historia, alentando por otra parte una fobia antihispana bastante irracional durante varios siglos…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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