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Carlos Rilova

El correo de la historia

La España de Jane Austen: el “diario” del teniente Matías de Lamadrid

Por Carlos Rilova Jericó                                                                                 

Si la semana pasada el correo de la Historia hablaba de la novela favorita de Napoleón, este lunes parece haber otra cita ineludible con esa cuestión, pero en este caso para tratar de una escritora que no parece que estuviese en la lista de lecturas predilectas del emperador de los franceses, en tanto que ciudadana británica… Y eso pese a ser todo un icono de esa época. La escritora en cuestión, supongo que ya se ha adivinado, es Jane Austen, que justo esta semana pasada ha sido recordada, hasta la saciedad, a causa del 250 aniversario de su nacimiento.

Resultado esto de que el Cine anglosajón ha hecho de esa discreta muchacha inglesa toda una celebridad mundial. Incluso para quienes nunca se han acercado demasiado a alguna de sus novelas publicadas, que no llegaron, como recordaban algunos en ese bicentenario, ni siquiera a la decena.

Así esa Literatura -nada sencilla, a decir verdad, aunque fuera muy popular en su época- se ha convertido hoy en un referente masivo. Por esa vía millones de espectadores (especialmente del género femenino) se fascinan año tras año con el mundo de Jane Austen recreado en las pantallas, en distintas versiones de “Orgullo y prejuicio”, “Emma”, “Sentido y  sensibilidad”… que, parece ser, son las favoritas para hacer de la Literatura de la señorita Austen esas imágenes cautivadoras.

Una vez más el resultado ha sido que todo el Mundo (o una gran parte de él) piense que esa Europa romántica quedaba reducida a Inglaterra (o como mucho a Gran Bretaña) y que el resto de este sufrido planeta estaba todavía por civilizar asimilando esos finos ambientes de la burguesía rural inglesa, que bebía té en delicadas tazas de porcelana china, se sentaba en bonitas sillas de estilo Regencia tapizadas con ricas telas y, sobre todo, se lucía con hermosos vestidos y trajes en fiestas igualmente fascinantes.

Todo ello mientras las jóvenes casaderas (algunas en apurada situación económica) buscaban en esas ocasiones sociales, tan bien organizadas, un buen partido calculando sobre las rentas anuales percibidas por el apuesto -a ser posible- caballero que les solucionase el problema.

Hasta ahí la imagen es perfecta, pero, como dice la famosa canción, si la vida suele dar sorpresas, la Historia, como parte de esa vida, las suele dar aún más.

Ese es el caso que nos ofrece un “diario” escrito por un oficial español en el año 1813, justo cuando Miss Austen publicaba su novela tal vez más famosa y más característica: “Orgullo y prejuicio”.

Ese diario de Guerra es, por supuesto, mucho menos conocido que esa obra y, ni que decir tiene, nunca ha sido considerado (al menos hasta hoy) como producto a ser convertido en otra de esas películas que encandilan a tantos millones haciendo uso indiscriminado de lo escrito por Jane Austen.

Y eso a pesar de que muchas cosas que cuenta el autor de ese “diario”, el joven teniente Matías de Lamadrid, recuerdan, de inmediato, a lo que se desprende de las novelas de Miss Austen.

Así es.

Matías de Lamadrid es un muchacho de la buena burguesía rural española, de Palencia en concreto, que, como muchos otros, entrado en edad militar, pasa a integrarse en las filas de alguno de los ejércitos españoles que están combatiendo en esas guerras napoleónicas de las que las delicadas novelas de Jane Austen parece que nunca quisieron saber nada. Pese a que los ecos de ellas necesariamente tuvieron que llegar hasta la paz de la campiña inglesa desde la que escribía la encantadora Jane. 

Para el teniente De Lamadrid la opción más razonable era pasar a engrosar las filas del Cuarto Ejército español, formado refundiendo el Séptimo que había combatido -a partir de 1811- en toda la zona que iba desde la frontera de Galicia (territorio liberado ya en 1809) hasta la frontera navarra con Aragón.

Gracias a la mitificación que se ha hecho del mundo anglosajón (producto en gran parte de la explotación de la Literatura de Jane Austen) se supondrá que, en realidad, el teniente Matías de Lamadrid era un sujeto más bien mugriento, atrabiliario, de navaja en faja, y dado a degollar en viles emboscadas guerrilleras a rubicundos húsares franceses que, de haber caído en las altamente cultas y civilizadas manos británicas como prisioneros bajo palabra deportados a Inglaterra, habrían hecho las delicias de señoritas como Jane Austen (o las que le inspiraron), contándoles -a la hora del té- cómo habían cargado heroicamente contra las salvajes hordas españolas con su sable modelo Año XI en ristre. Y luciendo apropiadamente sus lustradas botas hessianas, sus ajustados pantalones de montar, su dolmán, pelliza y chacó decorado con el número de su regimiento y demás insignias imperiales realzando el porte, entre elegante y arrogante, de nuestro hipotético húsar.

En realidad para la Historia, y no para ciertas fantasías históricas trasnochadas, aquel joven palentino, el teniente Matías de Lamadrid, era lo más opuesto que se pueda imaginar al zafio tópico que todavía circula por ahí en torno a los combatientes españoles de las guerras napoleónicas.

Así es, Matías de Lamadrid habla en su “diario” de lo que ya sabemos desde hace años los historiadores. O al menos los que pasamos el tiempo necesario en los archivos: que había Ejércitos españoles perfectamente regulares, idénticos a los franceses o británicos de la época.

De ese modo Matías de Lamadrid cuenta ya desde las primeras páginas de ese “diario” cosas que, sin problema alguno, podrían haber encajado en cualquier novela de Jane Austen.

Por ejemplo cuando se incorpora a su regimiento en zonas de España ya liberadas por la acción del extinto Séptimo Ejército -en su caso en ciudades asturianas como Gijón y Oviedo- y allí la burguesía local (idéntica por lo que sabemos a los personajes que pululan por las novelas de Miss Austen) apoyan y proveen a esas tropas -que van a luchar por sus intereses- de todo lo necesario para aquellas guerras que llamamos “napoleónicas”. Matías de Lamadrid nos dice ahí que todos reciben un elegante uniforme con su chacó y sus polainas más un pantalón y frac azul con cuello y bocamangas en rojo. Aparte de eso se les arma, como es lógico, con mosquete y bayoneta -y su correaje correspondiente- así como una mochila llena de material de repuesto y para el cuidado del equipo. Es decir: cepillos y objetos similares acompañados de ropa de cuartel como gorros y pantalones y chaquetas más ligeras que las usadas para las marchas y para presentar combate en línea.

Todo estaba tan bien organizado en esas pequeñas ciudades de la Provincia española (no muy distintas al Bath que Jane Austen conoció y donde escribió) que incluso hubo allí, en Oviedo, mientras Matías de Lamadrid esperaba para salir hacia el frente…, bailes de suscripción que evidentemente estarían destinados a recaudar más fondos para esos últimos esfuerzos españoles encaminados a derrotar a la invasión napoleónica.

Y no sería ese el último baile “à la Austen” del que sería testigo el observador Matías de Lamadrid.

Después de marchar hacia el frente, entre las habituales penalidades de un Ejército de las guerras napoleónicas, y entrar bajo el fuego en distintas acciones camino de la frontera guipuzcoana, verá en las plazas liberadas allí, en el verano de 1813, un nuevo baile de esas características. En este caso organizado en la ciudad de Fuenterrabía (la actual Hondarribia) por uno de los generales bajo los cuales combate Matías de Lamadrid. No otro que el guipuzcoano Gabriel de Mendizabal e Iraeta que, para distraer la espera hasta que llega la ofensiva para cruzar, al fin, el Bidasoa hacia la Francia napoleónica, ofrece ese baile en la casa donde ha instalado su residencia.

Entre otros muchos detalles esto era lo que nos contaba Matías de Lamadrid que, evidentemente, como vemos, bien podría haber sido parte de una de esas novelas de Jane Austen que hoy, seguramente a pesar de la autora, se han convertido en ese icono que ha eclipsado, o deformado, una realidad histórica que iba mucho más allá de la suave campiña inglesa y llegaba, como acabamos de ver, hasta los también verdes prados y colinas del Norte de España.

Donde, punto por punto, ocurrían las mismas -o casi las mismas- cosas que reflejaba la Literatura de Miss Austen. E incluso algunas más que le permitieron a ella escribir en relativa paz y tranquilidad, evitándole descubrir que, a veces, los elegantes húsares napoleónicos podían comportarse de un modo no exactamente caballeroso y convenientemente civilizado…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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