Por Carlos Rilova Jericó
Si algo faltaba en nuestra atribulada Europa de comienzos del siglo XXI era un gran apagón eléctrico que ha caído como una bomba termobárica en un ambiente ya muy cargado.
Como era de esperar desde que se volvió a disponer de electricidad en España, las redes sociales se llenaron de toda clase de teorías y opiniones sobre el asunto, donde, por supuesto, no faltó el tremendismo, la conspiración oculta, la escenificación -bastante impostada- de una tranquilidad que apenas podía ocultar el miedo que latía bajo aplausos, bailes callejeros -al parecer improvisados- y todo un pequeño teatro del mundo que ya cansa y agota bastante.
Sobre todo cuando dicho teatro se llena de voces de autoproclamados profetas del desastre que saben -por supuesto de “buena tinta”- lo que la verdad “oficial” esconde y se oculta a todos menos a ellos y a su pequeño grupo de elegidos clarividentes que ya no pueden vivir, como los veteranos de algunas guerras, sin encontrarse en un perpetuo estado de alarma y sensación de enemigo a las puertas. Sea ese enemigo real o imaginario.
Aun así y todo no puede negarse, a siete días del hecho, ya histórico, que pese al impacto psicológico -ha habido muertes, aunque sean escasas- el apagón peninsular se ha conducido con bastante calma y serenidad. Sobre todo si lo comparamos con el que sería su antecedente más cercano en el tiempo y en el espacio cultural compartido. Me refiero, claro está, al gran apagón sufrido por la ciudad de Nueva York y su área metropolitana entre la noche del 13 al 14 de julio de 1977.
Como suele ser habitual en todo lo que sucede en Estados Unidos, la industria del Cine tan bien dominada por ese país, ha conseguido que ese sea un hecho casi mítico para gran parte del mundo.
Así, como era de esperar, no han faltado noticias esta última semana en las que se ha recordado las películas, series… que se han referido a ese “Gran Apagón” o lo han tenido como telón de fondo.
En esa larga lista destacan algunas producciones realmente perturbadoras. Cineastas independientes como Spike Lee, de hecho, han explotado a fondo y en su tinta más negra los sucesos de aquellos días, de aquel verano fatídico en el que el “Gran Apagón” fue tan sólo la gota que colmó un vaso a punto de rebosar. Esa es precisamente la sensación que transmite la película de Lee titulada en España “El verano de Sam”. Estrenada en el año 1999, reconstruye -en el inquietante estilo de ese cineasta- la historia de un asesino en serie que se autodenominó “el hijo de Sam” y que durante el tórrido verano de 1977 matará al menos a ocho personas y herirá a varias más durante aquellos meses estivales en los que Nueva York se sofoca y tiembla al mismo tiempo a causa de esos asesinatos, perpetrados con un revólver “Bulldog” calibre 44 que también dará nombre a David Berkowitz. Ese asesino que causa esas muertes y se escondía firmando las cartas enviadas a la Policía de Nueva York bajo el pseudónimo de “El hijo de Sam”. Una siniestra rúbrica que partía del hecho de que Berkowitz alegó -en la mejor tradición de la Brujería anglosajona- que recibía órdenes de un demonio encarnado en un perro negro propiedad de su vecino al que éste había bautizado como “Sam”. Historia que Berkowitz reconoció era una invención para conseguir una sentencia más leve, si bien Spike Lee no desaprovechó hecho tan truculento para cargar las tintas en su película sobre el Nueva York que sufrió tanto los asesinatos de Berkowitz como el “Gran Apagón”.
Fue en ese ambiente asfixiante, en la noche del 13 al 14 de julio de 1977, cuando una fuerte tormenta eléctrica dejará sin luz a la ciudad, a su área metropolitana y a varias ciudades próximas más.
Lo que siguió a ese apagón nocturno ha distado mucho de lo que hace una semana vimos en España. Se desataron motines y saqueos aprovechando el amparo del manto de oscuridad, hubo asesinatos -a sumar a los de Berkowitz- y otros incidentes trágicos a causa de la ausencia de ese elemento de civilización que ha sido la luz eléctrica y de la que -aun sin Internet ni telecomunicaciones tan sofisticadas como las actuales- se dependía ya en gran medida.
La cosa fue tan grave como para generar interesantes documentos. Ese sería el caso del que elaboró la audiencia ante el subcomité del Congreso de Estados Unidos encargado de las cuestiones relativas a la Energía, que pertenecía, a su vez, al Comité de comercio interestatal y exterior de esa cámara baja estadounidense.
Esa audiencia se convocó pocos días antes de cumplirse el año del apagón neoyorkino, el 10 de julio de 1978, y, tal y como rezaba su largo encabezamiento, estaba destinada a esclarecer los costes del apagón del sistema eléctrico de Nueva York gestionado por la Compañía Edison y las acciones tomadas por dicha compañía -y otras autoridades municipales, estatales y federales- para evitar la repetición de dicho fallo masivo en el suministro de energía eléctrica.
Para fiscalizar tan importante asunto, como nos dice también ese documento, se reunió en ese subcomité a un buen número de representantes electos para esa cámara baja de Estados Unidos. Entre ellos un tal Al Gore, que años después se haría bastante famoso…
La audiencia se abrió a las 9 y media de la mañana (hora de Washington D. C.) del lunes 10 de julio de 1978 en la sala 2123 de la Rayburn House, presidiendo la reunión el honorable John D. Dingel.
Desde ese principio hasta la última página de ese documento -conservado en la Biblioteca del Congreso norteamericano- de unos 200 folios, quedaba claro que el subcomité quería dejar esclarecidos asuntos tales como cuáles fueron las causas del fallo masivo en el sistema eléctrico neoyorkino, concediendo que los “Actos de Dios” eran posibles así como los accidentes, pero añadiendo que el subcomité daba por hecho que la negligencia humana había sido la causa más probable antes que un accidente o la intervención de una fuerza sobrenatural. Igualmente quería saber el subcomité qué medidas había tomado la empresa Edison para evitar, a futuro, nuevos cortes y apagones y asimismo los costes generados por la necesidad de esos cambios.
El discurso inicial de Dingel era duro con la compañía Edison, señalando que se quería saber también cómo era posible que las mejoras introducidas en el año siguiente al apagón, no habían sido implementadas antes si sabía -de antemano- que eran tan apropiadas para evitar un desastre como el provocado por dicho apagón.
Igualmente lo expuesto en el subcomité indicaba que los gastos ascendían a millones de dólares, pero que eran escasa cantidad frente a los billones que se exigirían en numerosas demandas por las consecuencias de lo ocurrido.
De las intervenciones en el subcomité también se deducía que la falta de mantenimiento del equipo, así como la tormenta eléctrica, habían producido finalmente la sobrecarga y el apagón.
Con ese tono concluía ese subcomité, aplazando las sesiones tras oír a Charles A. Zielinski, presidente de la comisión estatal (de Nueva York) dedicada a fiscalizar los servicios públicos, que presentará un detallado informe sobre lo averiguado en el año 1978 acerca del fallo eléctrico y apagón subsiguiente.
Pese a los firmes deseos de ese subcomité -y de los presentes en él- de presionar a la industria eléctrica para evitar un nuevo apagón catastrófico (y los indicios de que se había avanzado mucho en ese sentido en apenas un año), Nueva York volvió a sufrir en el año 2003 otro monumental apagón nocturno -y ese es un detalle importante- que dejó a oscuras no solo a la ciudad, sino a 50 millones de personas en todo el Noreste y parte del Medio Oeste americano al incluirse en el apagón parte de Canadá.
Se dijo que debido a la oleada de solidaridad y exaltación nacionalista generada por el ataque del 11 de septiembre de 2001, las cosas fueron muy distintas a lo ocurrido en 1977. Aunque lo cierto es que no faltaron incidentes en los que la miseria humana afloró al amparo de aquella nueva oscuridad generada por la ausencia de electricidad. Las conclusiones de un nuevo informe que implicaba esta vez a la compañía FirstEnergy apuntaron, curiosamente, a la repetición de los fallos que el subcomité de 1978 había querido subsanar. Es decir: falta de mantenimiento en los equipos, vigilancia cuidadosa del funcionamiento de los mismos y ausencia de inversión, en definitiva, para que todo funcionase según era de esperar en un sistema crucial en el suministro eléctrico a grandes áreas urbanas. Como la de Nueva York.
Así la Historia, aunque no sea esa su misión principal, a veces nos deja interesantes lecciones sobre las que reflexionar. Como ésta de los dos grandes apagones de Nueva York…