Por Carlos Rilova Jericó
Me ha asombrado bastante que en la última semana no haya despertado -en grado sumo- las iras de casi nadie la fotografía de Ander Garaiar, un joven atleta guipuzcoano (y vasco por ende) que tras un triunfo que se ha calificado de “histórico” en el Campeonato de Europa, en la categoría de los 100 metros lisos, se paseó sobre la pista exhibiendo la bandera española.
Críticas a esto las ha habido. Es cierto. Así lo recogía en una entrevista a Garaiar el diario en euskera “Berria”. La respuesta del atleta a esto fue que le gustase o no, él debía ondear esa bandera española, pues de otro modo le habrían multado…
Pero más allá de esto las críticas a ese gesto han sido mínimas, lejos de las cataratas de odio y promesas de venganza habituales en redes sociales.
Así tan sólo he encontrado dos cuentas de Twitter -o X, según se prefiera- en las que se han dado los gritos de rigor contra ese hecho deportivo aliñado con la bandera rojigualda española. Una de ellas, firmada por el avatar Malcolm iXa, preguntaba, en euskera, qué clase de droga les meten a los “euskaldunas” para que un joven oiartzuarra de 18 años (se refiere a Ander Garaiar) celebrase de ese modo su victoria. Concluía ese avatar que, por lo tanto, estábamos en lo peor de nuestra decadencia (entiéndase referido esto a los vascos euskaldunes) y acababa su diatriba recomendando también poner una bandera roja (de peligro, de desprecio) a Ander Garaiar…
Aparte de tan singular contribución 4.0 a la lengua de Axular, sólo he encontrado, como decía, otro comentario negativo sobre el asunto de la bandera portada por ese atleta vasco. Aparecía en otra cuenta de Twitter, @borrokaz, que, en su perfil aparte de ese nombre en euskera, ya dejaba clara su hostilidad contra el que considera enemigo español, pues el dueño de esa cuenta la resume en describirse como luchador a favor de Euskal-Herria, negarse a convivir con los que llama “ocupantes” de esa su patria vasca -y con quienes la hunden- y afirmar que en la cuenta usará ante todo el euskera como lengua de comunicación.
A partir de ahí no es extraño que @borrokaz renegase de la victoria de Ander Garaiar poniendo su foto con la bandera al revés y añadiendo en el comentario la expresión vasca “Pikutara”. Un bello tesoro filológico vasco en el que se muestra la relación -de siglos- entre los que ese usuario califica de “ocupantes” y los “ocupados” vascos. En efecto, hoy “pikutara” en euskera equivale a la expresión española de mandar a alguien a algún lugar en el que abunda la materia fecal o a otro sitio desagradable en general. En realidad la traducción literal de esa palabra, es mandar a alguien a la “pikuta”, que no es ni más ni menos que la palabra castellana “picota” euskerizada.
La picota era, en la Edad Media, y después, un lugar de vergüenza pública donde se exhibía a los condenados tras un juicio para que toda la comunidad supiera del crimen y del castigo que recibía. Con el tiempo, obviamente, tan ignominiosa situación se convirtió, en euskera, en mandar a alguien al peor sitio que se pueda imaginar, perdiendo ese significado histórico y obteniendo a cambio el de ser, hoy, el que @borrokaz le quiso dar. Es decir: el de mandar a alguien a… al cuerno. En este caso a un atleta guipuzcoano celebrando su triunfo ondeando la bandera española.
Me consta aparte otro tuit de esa misma cuenta, con una dinámica similar alegrándose, por todo lo alto, de que el equipo de 400 metros en el que participó Ander Garaiar fuera descalificado después de obtener una nueva victoria en la que esos atletas mostraban nuevamente la bandera española. Una instantánea que @borrokaz invertía de nuevo añadiendo, por supuesto en euskera, un “jodeos” y toda una declaración de odio a lo español en mayúsculas llamando “PUTA” a España y a su selección y calificando a Ander Garaiar de “asimilado”. Es decir, una especie de “indígena” vasco abducido por los que @borrokaz, muy falto de conocimientos históricos, considera ocupantes de su Euskal Herria…
Así pues la polémica sobre el atleta vasco y la bandera española, en contra de lo que yo esperaba, ha sido increíblemente escasa, reducida a hechos muy aislados. Supongo que, así las cosas, algo está cambiando en España. Tanto como para que ni el “affaire” Garaiar ni la exhibición de la bandera española por otras atletas -gallega y catalana en este caso- haya levantado más oleaje político. Es más, en este último caso la página de Héroes de Cavite en otra red social -Facebook- reportaba más de cien mil visualizaciones en poco tiempo de la foto de esas otras dos atletas ondeando la bandera española.
Este balance más bien positivo, no deja de ser curioso para el historiador, porque después de mucho años parece que hoy, en el año 2025, para una gran mayoría de españoles, de las 17 comunidades, esa bandera deja de ser un símbolo de oprobio y división y se convierte en uno de identificación tan poco problemático como la Union Jack británica o la tricolor francesa.
Eso es todo un logro teniendo en cuenta en lo que se ha convertido, desde 1785, esa bandera rojigualda. A partir de ese año en el que el rey Carlos III la convierte en bandera de combate para su magnifica flota de guerra -y para identificar a los barcos españoles en general en el Mar- no tardó en ser símbolo de discordia nacional. Durante todo el siglo XVIII nada hubo. Era tan solo una bandera naval basada en la original idea de convertir en enseña nacional lo que ya identificaba a los soldados españoles en los campos de batalla de medio mundo. Es decir: la escarapela roja prendida en el sombrero y partida (desde el siglo XVIII) por una presilla de color oro. Evolución del paño rojo que se ataba al brazo de los combatientes españoles en siglos anteriores, cuando no existía la uniformidad militar y había que identificarlos de ese modo.
Así la rojigualda -o la rojo y oro- no tuvo una presencia general ni especialmente polémica como símbolo durante el resto del siglo XVIII y las guerras napoleónicas, perdurando como bandera naval y escarapela en los sombreros o chacós utilizados por los combatientes españoles, usada indistintamente por los regimientos afrancesados o por los patriotas leales a las Juntas de Defensa antinapoleónicas y fieles al Gobierno Provisional de Cádiz.
Las guerras civiles del siglo XIX y XX, sin embargo ya convirtieron a la bandera rojigualda en motivo de disensión y discordia. Los que apoyaban el mantenimiento del Antiguo Régimen y por tanto a Carlos María Isidro -hermano de Fernando VII, que dará nombre a ese partido- preferirán usar la vieja bandera española, la blanca con la cruz roja de San Andrés que hoy curiosamente ondean muchos municipios vascos sin mayor problema. Pero al igual que en el caso de las guerras napoleónicas, el símbolo rojo y oro, fue usado por ambos bandos, si bien los carlistas incorporaron a la bandera símbolos religiosos para marcar la diferencia con sus adversarios liberales.
Sólo a partir de la Guerra Civil de 1936-1939 la rojigualda adquirirá el significado de señal de división y hasta de opresión para algunos españoles, al adoptar uno de los dos contendientes la nueva tricolor republicana con tres franjas iguales -roja, amarilla y morada- y sus oponentes llamados “nacionales” o “franquistas”, la rojigualda adoptada desde 1843 como enseña nacional plena.
Así durante los cuarenta años del régimen que sale victorioso de esa guerra civil el himno, la bandera rojigualda… simbolizaron, para muchos, división, oprobio, rencor… El régimen democrático reinstaurado en 1978 no hizo un especial esfuerzo -como en muchos otros aspectos- por depurar ese problema sociológico. Sin embargo, el tiempo, que todo lo cura, la estabilidad material lograda en España, en ascenso desde el fin de una dura posguerra en 1959 hasta hoy día, pese a todas las crisis y dificultades que hemos vivido, parece ser que, al fin, ha creado una nueva sociología española donde la rojigualda, pese a todo, pese a la inflación de los nacionalismos periféricos -otro producto del régimen de la Transición de 1978- se ha ido convirtiendo en lo que hemos visto en estos campeonatos de Atletismo del año 2025.
Es decir: en un símbolo de algo limpio, no manchado por guerras civiles, algo de lo que sentirse orgullosos. Como, por ejemplo, cuando la rojigualda era tan sólo la escarapela roja con presilla de oro que portaban como distintivo en sus sombreros de tres picos los regimientos de la España de la Ilustración, enviados a luchar, en 1779, por la Libertad de las trece colonias americanas que formarían Estados Unidos.
Compuestos muchos de esos regimientos, por cierto, por soldados y oficiales vascos voluntarios (que no “cipayos”) y tan euskaldunes como el más euskaldun que podamos encontrar hoy día en las ya algo menos atribuladas provincias vascas…