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Carlos Rilova

El correo de la historia

Un 11-S al estilo de los “locos” años 20. El coche bomba de Wall Street

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana pasada se ha desatado (sobre todo en redes sociales) una nueva oleada de teorías conspiranoicas al cumplirse un nuevo aniversario del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York aquel, ahora aparentemente tan lejano, 11 de septiembre de 2001.

No está en mi ánimo dar pábulo a esos debates algo exaltados -por no decir delirantes- en alguna ocasiones. Con ese material volátil nunca se sabe lo que puede pasar al pasar los años.

Basta fijarse, por ejemplo, en la teoría de que el gobierno norteamericano sabía del ataque a Pearl Harbor antes de que este tuviese lugar en diciembre de 1941. Eso fue en su día una teoría de la conspiración no ya de la Ultraderecha sino de la Ultraderecha de la Ultraderecha. Como bien lo demostró aquel policía franquista que escribía, en sus ratos libres, curiosos libros bajo el pseudónimo de Mauricio Karl, entre los años 30 y los 70 del siglo pasado. Actualmente es ya casi un tópico banal considerar que Franklin D. Roosevelt sabía bien que el ataque era previsible y factible y no tomó, o supo tomar, las medidas oportunas para generar así, con ese impactante ataque, un ambiente bélico que le favorecía.

Esto aparece hoy ya no como teoría de la conspiración de la caverna derechista, sino como materia al menos a discutir y averiguar en periódicos tan respetables como el “ABC” (me remito a lo publicado el 7 de diciembre de 2012 en la edición digital de ese rotativo) y hasta casi se insinúa en bestsellers de supermercado escritos por autores más bien de Izquierdas (si es que esa palabra aún tiene algún significado en este año de 2024) como Ken Follett.

Así, apartando prudentemente a este nuevo correo de la Historia de tan pantanoso terreno como el de las conspiraciones tras hechos sangrientos, como Pearl Harbor o el 11-S, hoy hablaré, dentro de las mayores sensateces que obligan a un historiador, de otro atentado -tan impresionante como casi olvidado- ocurrido también en pleno corazón del centro financiero de Manhattan y que cumple justo hoy, 16 de septiembre, su 104 aniversario.

Según una página tan fiable como la del famoso FBI, los hechos se desarrollaron de la siguiente manera: el 16 de septiembre de 1920, al comienzo de la hora del almuerzo para los almidonados “brokers” de aquel Wall Street de los “locos” años 20, un hombre que, según esa página del incisivo FBI, no fue descrito por los testigos del hecho, aparcó en la famosa calle un carro de carga movido por un viejo caballo. Nada raro pues en aquel Nueva York que dejaba atrás ese pasado previo a la motorización mientras se iba llenando de impresionantes automóviles salidos de la factoría de los hermanos Dodge, de la Panhard. de los talleres de la Ford…

El evanescente conductor del carro, cargado hasta arriba, lo dejó aparcado en un punto realmente estratégico: entre el Assay Office (la institución gubernamental encargada en Estados Unidos de perseguir la fabricación de metales preciosos falsos) y las oficinas de quien había sido, hasta su muerte en 1913, uno de los amos de ese pedazo de tierra desde el que se dirigía el mundo: el financiero J. P. Morgan. En cuestión de minutos el carro explotó, convirtiéndose en una mortífera lluvia de metralla metálica que causó, de inmediato, más de 30 muertos y cerca de 300 heridos.

El FBI reconoce en su breve pero interesante nota -basada en la obra de Charles H. McCormick y sus propios archivos- que nunca se llegó a saber quién o quiénes habían sido los autores de ese otro atentado contra el corazón financiero mundial. Se habló de grupos anarquistas, autodenominados “Luchadores Anarquistas Americanos”, que habían difundido octavillas llamando a la lucha, una vez más, contra el opresor capitalista enquistado en Wall Street. Pero de esa y otras pistas no se sacó nada, siendo infructuosas las pesquisas de ese recién fundado FBI y de instituciones más veteranas. Como la Policía de Nueva York y el Servicio Secreto…

En cualquier caso es realmente curioso este atentado contra Wall Street del 16 de septiembre de 1920, por la forma en la que evolucionó, que muestra una sociedad en la que nos reconocemos, como en una foto antigua, pero viendo grandes diferencias entre lo que ocurrió el 11 de septiembre de 2001 y el 16 de ese mismo mes del año 1920,

Dice la misma página del FBI que he seguido hasta aquí, que pese a los daños y las muertes, que crecían de hora en hora al sucumbir los heridos más graves en el atentado, al día siguiente Wall Street estaba funcionando a pleno rendimiento. Con sus escaparates remendados, sus “brokers” menos malheridos acudiendo a sus oficinas más o menos vendados…

Por otra parte, si nos fijamos en las fotografías de la Biblioteca del Congreso norteamericano que acompañan a esa página del FBI, los supervivientes de los hechos muestran una extraña calma, fisgoneando, en la mismísima “zona cero”, en torno a los destrozos causado por la bomba, lejos de toda actitud dominada por el pánico, comentando sobriamente lo ocurrido- casi como si estuvieran tomando sus almuerzos en Delmonico´s- con una sangre fría y una calma que también respiran los bomberos y oficiales de la Policía neoyorkina, desplegados en el lugar de los hechos, que aparecen en esas fotografías.

Naturalmente la magnitud de lo ocurrido en 16 de septiembre de 1920, comparado con el derrumbe de dos colosos financieros como las Torres Gemelas el 11-S de 2001, tras unas explosiones monumentales, no guarda proporción y las distintas reacciones ante un caso y otro parecen perfectamente justificables.

Pero, aun así, esas fotos que hoy cumplen 104 años, no dejan de llamarme la atención. Como historiador, pero también como simple espectador.

Al ver esas fotografías no puedo dejar de fijarme, con un cierto sentimiento de desasosiego, en las caras de esos testigos que mantiene una calma que hoy, en esta histerizada sociedad de comienzos del siglo XXI, parece extraña, como de criaturas de otro mundo. No puedo tampoco evitar preguntarme cuántos de esos hombres que estaban ante el objetivo de la cámara aquel 16 de septiembre de 1920, que rondan una edad entre los 20 largos y los 30, habían estado sirviendo entre 1917 y 1918 en el frente occidental de la “Gran Guerra”, donde habrían visto -a diario- masacres mucho más horribles que la de aquel 16 de septiembre de 1920. Volviéndose acaso indiferentes ante lo que, en cambio, en el año 2001 se convirtió en un pandemonio social y mediático donde como en toda guerra -iniciada en ese momento tal y como el presidente Bush Jr. afirmaría- la verdad empezó a ser una nueva víctima.

Por ejemplo cuando se dijo que lo ocurrido en Nueva York aquel 11 de septiembre de 2001 no había tenido precedentes. Algo totalmente incierto cuando nuestros ojos, nuestra memoria, se vuelven a mirar esos documentos de hace 104 años y contemplan, de manera atónita, aquel suceso olvidado, de un 16 de septiembre de 1920, y aquellos rostros, congelados en papel fotográfico, casi imperturbables por aquel ataque -directo, sin contemplaciones- contra el corazón financiero del mundo.

Rostros, sí, de hombres imperturbables ante aquello pero que, sin embargo, nueve años después algunos de ellos, tal vez, no dudaron en lanzarse al vacío desde lo alto de sus oficinas cuando la Bolsa se hundió y las boyantes fortunas, cantadas en obras como “El gran Gatsby”, empezaron a esfumarse -rompiendo esos nervios que en 1920 parecían de acero ante un atentado sangriento- justo a la puerta de lo que tan sólo nueve años atrás eran, aparentemente, sólidos negocios…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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