Por Carlos Rilova Jericó
Este pasado 8 de julio escribía en otro correo de la Historia sobre cómo en las novelas británicas -presuntamente- históricas, dedicadas al tema de las guerras napoleónicas, se daba una visión falsa -más que imaginaria- de lo que habían hecho los españoles en ellas. La novela que tomaba como ejemplo en ese caso, era “Hornblower en España”. Una de las de la serie del capitán Horatio Hornblower que dieron fama y fortuna a su autor: Cecil Scott Forester.
En ella, como decía en ese otro correo de la Historia, abundaba la falsedad histórica basada, además, en una especie de manía, casi irracional, de Forester hacia España. No se trataba de una casualidad, desde luego. En otra de las novelas de Forester ambientadas en la España de las guerras napoleónicas, puede verse eso con más claridad aún. Esa novela es “The Gun”, publicada en 1933, y de la que quiero hablar hoy fundamentalmente.
La primera vez que tuve noticia de esa novela fue contemplando -atónito- cómo la “diplomacia suave” del Franquismo domesticado de 1957 había permitido que esa novela se adaptase a una superproducción norteamericana, con el título de “Orgullo y pasión” y estrellas como Cary Grant, Frank Sinatra y Sofía Loren.
Me picó entonces la curiosidad de ver qué decía en realidad la novela y si era tan pésimo como lo que se veía en pantalla y que sorprendentemente un régimen como aquel, tan pretendidamente promilitar y patriótico, permitió a cambio de, al parecer, un puñado de divisas…
La novela, como es habitual en adaptaciones cinematográficas, se parece escasamente a la película. En el libro de Forester lo que ocurre es que, tras la derrota de Espinosa de los Monteros, un ornamentado cañón de 18 libras es abandonado por las fuerzas regulares españolas en las montañas entre Cantabria y Asturias. A partir de ahí película y libro difieren en casi todo. En la novela el cañón es encontrado, casi al azar, por una partida de guerrilleros dirigida por un imaginario personaje que Forester describe bajo el apodo de “El Bilbanito” queriendo decir, en realidad, “El Bilbainito”.
Desde ahí ese maravilloso cañón irá circulando de mano en mano hasta llegar a personajes que Forester quiere hacer pasar por las únicas fuerzas españolas combatientes en esos años: 1810, 1811…
Así aparecen los hermanos O´Neill, Hugh y Carlos, respectivamente oficiales de Infantería y Artillería española reconvertidos en guerrilleros o algo parecido. Irlandeses al servicio de España tan despreciables para Forester como los mismos españoles, crueles, ignorantes, atrabiliarios… Con ellos es el único momento en el que, a diferencia de la película, se presenta en la novela un oficial naval británico: el capitán Luke Brett, al mando de la fragata Parnassus, que aparece brevemente -y sólo para ser arteramente engañado por los O´Neill- a partir de la página 54 de la edición inglesa de 1971 de “The Gun”, que es la que yo he manejado.
Antes de eso, en las página 46 y 47, Forester ya se ha dejado llevar por una sucesión de medias verdades y falsedades descaradas sobre el verdadero estado de las fuerzas españolas en esos momentos. Así ahí señala que los -por supuesto- siniestros guerrilleros, ya bajo mando de los O´Neill, se encuentran en las llanuras leonesas con el regimiento de línea Princesa que, según Forester, resulta ser una caricatura de las tropas británicas con su nuevo uniforme de paño marrón y los chacós tipo tubo de chimenea de origen inglés. Y no sólo por eso -dice Forester- sino por su lamentable forma de maniobrar, que lleva a su oficial al mando a decirles lo que les espera si deben formar cuadro ante una carga de Caballería de los dragones de Kellermann… Una pasmosa afirmación que muestra la ignorancia -o mala fe- de Forester al escribir tales cosas para dar pábulo al bizarro periplo de su imaginario cañón.
Y es que en la Historia real (una que ya he contado varias veces en correos de la Historia anteriores) más o menos dos años antes de los imaginarios sucesos que describe la novela, tropas mandadas por el general Gabriel de Mendizabal habían formado en Alba de Tormes, el 28 de noviembre de 1809, varios cuadros de Infantería. Desplegados en perfecto orden y que barrieron tres cargas de Caballería de esos mismos dragones -y húsares y cazadores- de las fuerzas de ese mismo general Kellermann.
No es, como digo, la primera vez que habló de esa cuestión aquí, pero hoy, en esta semana en la que se cumple otro aniversario de esa primera batalla de Alba de Tormes, me ha parecido totalmente oportuno recordar, otra vez, que novelas como la de Forester -no digamos ya la película vagamente basada en ella- mienten descaradamente sobre la Historia de las guerras napoleónicas en España.
Como demuestran los hechos de Alba de Tormes de 28 de noviembre de 1809, tras la derrota de Espinosa de los Monteros seguía habiendo fuerzas regulares españolas. Bien organizadas, entrenadas y mandadas. Lo suficiente como para conseguir victorias como la de Tamames o la del Carpio o evitar una debacle tras la retirada del campo de batalla de Alba de Tormes, donde varios cuadros de Infantería española rechazaron por tres veces la carga de esos dragones de Kellermann que, según la imaginación de Cecil Scott Forester, dominaban desde 1808 unas llanuras castellanas y leonesas abandonadas por cualquier clase de fuerzas españolas (así lo dicen las páginas 131 y 132 de mi edición de “The Gun”) y que, además, de haber estado presentes, no habrían sido rival para esos dragones de Kellermann…
Nada más se saca en conclusión de la novela “The Gun”, traducida al español en 1954 por cierto. Salvo que los hechos bien conocidos desde las primeras Historias de las guerras napoleónicas en España, nada tienen que ver con el “Grand Guignol” que Forester orquesta en esa novela, inventando una especie de ópera bufa donde en realidad, para las fechas de las que él habla, tropas españolas -combinadas con las portuguesas y británicas- están poniendo en jaque a mariscales franceses como Soult en batallas como la de La Albuera, que Forester sólo menciona muy de pasada en la página 118 de su libro.
Así únicamente de manera bastante confusa habla él, en la página 131, de la partida del Empecinado y de Longa y del que llama “el Marquesito”, pero nada dice de la Caballería de Julián Sánchez, ya convertida en fuerza regular para la fecha del asedio a Badajoz en enero de 1811, y que dista mucho de la liliputiense Caballería del imaginario César de Urquiola con la que Forester reemplaza a su gusto -una vez más- una fuerza española operativa y real por otra caricaturesca.
Por supuesto brilla en la novela, por su ausencia, el general Mendizabal. Ya para mediados de 1811 al mando del Séptimo Ejército español, tras relevar al oficial naval Díaz Porlier al que Forester se limita a mencionar por su apodo de “el Marquesito”. Algo lógico, pues evidentemente esos detalles tirarían por tierra toda esta absurda astracanada titulada “The Gun” con la que Forester, pese a su éxito editorial, ridiculizó la Historia de España y falseó, lamentablemente, la de su propio país y la de Francia. Aparte de matar, simbólicamente, al general Mendizabal antes de su muerte natural en 1838.
Hoy, en este lunes que precede a un nuevo aniversario de los cuadros de Infantería de Alba de Tormes formados por ese general, parece oportuno, como decía, recordar esto una vez más. Con la esperanza de que, en años por venir, esos hechos sean contados con verdad. Tanto en libros de Historia, como en museos, cómics… O en las novelas llamadas “históricas”. Ya sean inglesas, francesas… o, sobre todo, españolas.