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Carlos Rilova

El correo de la historia

El rey político y la Inmaculada Concepción. (A. D. 1761)

Por Carlos Rilova Jericó

Los largos puentes festivos, como el que celebramos este mismo lunes, tienen, como la mayoría de las cosas que ocurren hoy día, un origen en la Historia. No es desde luego la excepción el de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (por su nombre exacto y completo) de este 8 de diciembre.

Se dice de esa fiesta religiosa (lo que principalmente es, aunque hoy se le den otros usos) que es un dogma español. No falta la verdad en esa afirmación. Fueron, en efecto, los españoles los que insistieron, durante siglos, para que la Iglesia católica adoptase como dogma de fe que la Virgen María había sido concebida sin pecado. Como dice la antigua oración que los confesores suelen imponer como penitencia a sus feligreses.

La Historia de España está jalonada, desde luego, de hitos en los que, de una manera u otra, se exalta el 8 de diciembre para conmemorar esa Inmaculada Concepción que, todavía, llena las calles de España de mujeres llamadas Inmaculada (o más bien“Inma”, por abreviar) o “Concha”, diminutivo del Maria de la Inmaculada Concepción con el que fueron bautizadas.

El más famoso de esos hitos últimamente (gracias a los buenos oficios de escritores como el donostiarra Juan Pérez-Foncea o pintores como Ferrer-Dalmau) es el llamado “Milagro de Empel”. Se trata de hechos ocurridos entre el 2 y el 8 de diciembre de 1585.

En esas fechas seguía adelante la que se llamaría Guerra de los Ochenta Años entre los rebeldes flamencos y la corte española. Ocurrió así que tropas al servicio de esa corte quedaron aisladas en la isla de Bommel por fuerzas navales y terrestres de los rebeldes. La situación era ciertamente desesperada, pero la víspera del día dedicado a celebrar esa Inmaculada Concepción se produjo una baja de temperaturas que heló la superficie de las aguas que habían convertido esa isla en una trampa mortal para los soldados del rey de España.

Con ello la batalla cambió de signo y lo que parecía una derrota segura, se convirtió en una victoria española aplastante. Dada la fecha y la aparición (mientras se cavaba una trinchera) de una imagen pintada de la Inmaculada Concepción, ese día se fue convirtiendo, poco a poco, en una fiesta de sumo respeto para los españoles y, sobre todo, para sus ejércitos. De hecho hoy mismo, 8 de diciembre de 2025, se celebra a la Inmaculada Concepción como patrona de la Infantería española en recuerdo de lo ocurrido en Empel en 1585.

Por supuesto ese no fue el último hito de ese empeño español en hacer de la fiesta de la Inmaculada Concepción un dogma de fe general. Al menos en España. En el año 1620, por ejemplo, las autoridades guipuzcoanas fueron emplazadas a adoptar esa misma solemnidad. Y con la mira puesta en que la idea se extendiera a otros países católicos, como la Francia vecina de esa provincia. Asunto éste del que, por otra parte, daré más detalles esta misma semana en la sección “Historias de Gipuzkoa”…

Naturalmente esa arrolladora campaña en favor de hacer relevante la fiesta de la Inmaculada Concepción, no se detuvo ahí.

Así, por mas que cambiase la dinastía reinante en España, el uso y costumbre de esa fiesta no decayó a pesar de que actualmente ha surgido una curiosa corriente de opinión que sostiene -contra toda evidencia histórica- que España se convirtió en un títere afrancesado a causa del origen versallesco de la dinastía Borbón que entra a reinar en aquellos vastos dominios en 1700.

Es más: el descrédito de esa dinastía en España ha llegado últimamente a poner, blanco sobre negro, que esos reyes gobernaban sin ningún apoyo en instituciones de carácter parlamentario a diferencia de lo que se supone ocurría, por ejemplo, en Gran Bretaña. Otra equivocada opinión que no sé bien en qué errores o intereses políticos actuales se funda

Para muestra de lo contradictorio de esas opiniones equivocadas, resulta interesante -una vez más- darse una vuelta por algún archivo histórico (como solemos hacer algunos historiadores) y leer la Real Cédula que Carlos III de Borbón, rey de España y de sus Indias, envía a sus fieles súbditos informándoles de la decisión que había tomado en aquel su segundo año de reinado.

No otra que, sin perjuicio de seguir considerando patrón de España al que llama Apostol Santiago, nombrar oficialmente a la Inmaculada Concepcion igualmente patrona de ese país desde el que él gobernaba casi medio mundo en aquellos años.

La copia manuscrita de esa Real Cédula que conserva el Archivo General guipuzcoano bajo la signatura JD IM 4/1/51, aunque algo maltratada por el tiempo, nos dice lo siguiente por boca de ese rey, Carlos III, conocido como “El Político” (o “el mejor alcalde de Madrid”) que reinará entre 1759 y 1788: que él siempre había sido devoto de ese dogma, pero que también le había llevado a tomar esa decisión el hecho de que sus “Reynos” (es decir: el conjunto de entidades que formaba lo que llamamos “España”) fueran igualmente devotos de esa idea y le habían pedido, en las Cortes reunidas el 17 de julio de 1760, que se adoptase esa decisión de nombrar a la Virgen María patrona y abogada de España bajo la advocación de su Inmaculada Concepción.

Una petición hecha en aquellas Cortes Generales (antecedente, como vemos, de las que se reunirían en Cádiz en 1812) que el buen rey Carlos no podía negar y, por tanto, adoptaba, de su regia mano -y con la bendición del Papa que él mismo había suplicado- la decisión de que así fuera, dándolo a conocer en este caso a sus muy nobles y leales vasallos guipuzcoanos que archivaron la decisión con todo cuidado hasta hoy mismo. Día en el que se puede consultar una copia digital de tan revelador documento que nos cuenta tantas cosas sobre el reinado de aquel rey apodado “el Político”.

Un hombre realmente curioso, un rey ilustrado (aunque “déspota ilustrado”, expresión aplicable, también, al resto de sus primos europeos) que fue, entre otras muchas cosas, impulsor de las excavaciones arqueológicas de las ciudades romanas de Herculano y Pompeya sepultadas por la famosa erupción del Vesubio que tanta tinta y metraje de celuloide ha hecho correr y que, además, cambiaron radicalmente la moda femenina después de esa revolución francesa que iba a cambiar tantas otras cosas y que Carlos III no llegó a ver por un solo año de diferencia.

Aunque bien podía haberlo intuido porque aquel rey, apodado también “el mejor alcalde de Madrid“, a diferencia de su medio hermano y predecesor, Fernando VI, no dudó en declarar la guerra a Gran Bretaña cuando le pareció oportuno. Al igual que lo habían hecho su padre Felipe V y sobre todo su madre: Isabel de Farnesio.

Así, en ese mismo año 1761, Carlos III se sumaba una vez más a sus parientes franceses para hostigar a los británicos en la guerra en curso. La de los Siete Años que hizo famosa la pluma de James Fenimore Cooper en novelas como “El último mohicano”. Un conflicto del que España no salió muy bien librada y que, por eso mismo, llevó a otro hecho histórico de grandes consecuencias, cuando las provincias británicas de América (excepto Canadá) se volvieron contra Londres en una guerra de independencia que ahora va a cumplir su 250 aniversario.

Una ocasión que Carlos III no desaprovechará para llevar a cabo su designio de debilitar a ese gran y persistente rival que era Gran Bretaña. Aunque fuera ayudando a unos insurgentes que proclamaban tanto ideas ilustradas con las que aquel rey español podía estar de acuerdo, como un credo republicano que, obviamente, no compartía este soberano.

Aun así, sin dudarlo, Carlos III, el mismo rey que en 1761 había pedido la protección para sus reinos de la Virgen Maria bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, enviará toda la ayuda militar y financiera posible a aquellos aliados americanos. Primero bajo cuerda, más tarde de manera abierta y de nuevo asociado a sus primos franceses, para facilitar así el nacimiento de una nación que iba a iniciar un nuevo tiempo histórico.

Así de vasto fue, pues, el legado para la Historia que dejó Carlos III. Uno que iba desde apoyar una de las mayores revoluciones que ha visto el mundo, a reforzar, de acuerdo con sus Cortes Generales, el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María haciéndola patrona de España y de sus vastos dominios y abogada de ejércitos que en 1779 lucharían por la bandera de los nacientes Estados Unidos.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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