Por Carlos Rilova Jericó
Hace apenas unos meses, en el correo de la Historia de la semana del 17 de junio de este 2024, escribía sobre la desaparición del general Gabriel de Mendizabal e Iraeta. O más bien sobre la desaparición de un cuadro en el que le había retratado nada más, y nada menos, que el gran Francisco de Goya y Lucientes…
Una historia sin duda curiosa que me llevó a indagar en conferencias y escritos de la profesora Isabel Coll, de la Universidad de Barcelona. Allí, en esos escritos y conferencias, se corroboraba que ese cuadro había pertenecido a la colección reunida por el magnate de Chicago Charles Deering, que, como buen hispanófilo, erigió además un monumental museo de Arte español en Sitges. Esa institución se disgregó más adelante por disensiones entre Deering y algunos de sus apoyos locales. Así la mayor parte de la colección Deering volvió con su filantrópico dueño a Estados Unidos. Pero cuando él murió, en 1927, en Miami -destino ya favorito de los jubilados estadounidenses- esa colección sufrió nuevas disgregaciones.
En tales vaivenes, en algún momento, parece que se perdió ese cuadro del general Mendizabal pintado por Goya. Los escritos de la profesora Coll apuntaban a que eso debió de ocurrir hacia la misma fecha de 1927, en la que Deering muere y su testamento reparte su fortuna y su colección de Arte.
Hasta hoy no se ha ido más allá de ese punto. Sin embargo, al hilo de la redacción de una nueva, y más completa, biografía del general Mendizabal, he tenido varias conversaciones recientes con el actual conde de Cuadro de Alba de Tormes, Iñigo Montoya, acerca de este asunto sobre el que él ya había llamado mi atención hace tiempo.
Así resurgió la cuestión de la fecha en la que desapareció el cuadro. Según esas conversaciones parece ser que la fecha de 1927 es muy temprana para considerar que el retrato del general Mendizabal por Goya hubiera desaparecido de la vista pública.
En esa razón me señalaba el actual conde de Cuadro de Alba de Tormes que fuentes del Museo de Maricel (derivado de la colección de Charles Deering) indicaban que el cuadro del general Mendizabal, pintado por Goya, había estado entre sus colecciones hasta el año 1965 o, como mínimo, hasta el de 1970. Y ese dato se reforzaba por testimonios recogidos por el propio conde entre su propia familia.
Si todo esto encaja finalmente, con pruebas documentales a la vista, el cuadro del general Mendizabal pintado por Goya, se habría quedado en España después del rompimiento entre Charles Deering y sus apoyos catalanes. Habida cuenta de que eso ocurrió antes de 1927, el cuadro del general Mendizabal habría sobrevivido a la destructiva Guerra Civil española de 1936-1939, a la no menos dura posguerra, a las visitas a España de personajes con mucho poder detrás y afición a la rapiña artística (pienso en Heinrich Himmler, jerarca nazi y jefe de las SS y la Ahnenerbe, no menos voraz que mariscales napoleónicos como Jean-de-Dieu Soult) y a todo lo que vino después. Y así, al parecer, hasta la más sosegada época del Desarrollismo, entre los años sesenta y setenta del siglo XX, en la que España se convirtió en paraíso turístico para la fría Europa del Norte y floreció, al fin, una pujante y estabilizadora clase media con tiempo para preocuparse por cosas como la Cultura, el Arte, la propia Historia del país…
Pero justo en tan boyante momento, un Goya, en el que aparecía representado un destacado -pero olvidado- general español de las guerras napoleónicas, habría desaparecido…
Y, desde entonces, nunca más se supo ni se ha sabido, hasta ahora, del cómo ni del porqué de esa desaparición del general Mendizabal.
Así, hoy, el general Gabriel de Mendizabal e Iraeta debe de estar mirando a algún o alguna coleccionista que tal vez no sepa quién es ese flamante personaje de época que le mira con una franca sonrisa desde esa tela pintada por Goya, como queriendo relatarle que en 1809 tuvo ante él a la flor y nata de la Caballería napoleónica, en Alba de Tormes, y que pese a eso se negó a retirarse del campo de batalla y dio orden a sus tropas de cerrar filas, calar bayonetas y disparar ordenadamente para que esos jinetes magníficos -que tan bien quedan en cuadros como los de Géricault y otros pintores con un lugar propio en el Louvre- rodasen por tierra en plena carga. Hasta tres veces. Antes de que cayera la noche y llegase la Artillería francesa y se tuviese que dar la sabia y razonable orden de batirse en orden y retirada para cubrir al resto del Ejército español que se estaba desbandado y huyendo al otro lado del Tormes, pero sólo para volver a la lucha en el invierno de 1810.
El general Mendizabal, ahora aparentemente mudo, congelado en el tiempo por el pincel de Goya, también podría contar a ese, o esa, coleccionista de Arte que se hizo con ese cuadro -en algún momento entre 1965 y 1970- que, después de aquella batalla de 1809, se volvió a enfrentar -como alto oficial de enlace y mando en el Ejército aliado- a otras míticas unidades napoleónicas -como los Lanceros del Vístula- en la Batalla de La Albuera. Y más adelante como general en jefe del Séptimo Ejército español, en el otoño de 1812, deteniendo el avance de las tropa napoleónicas que perseguían a Lord Wellington desde la plaza fuerte de Burgos que el británico no había conseguido tomar y rendir…
Seguramente, como ya escribía en junio de este año, los actuales dueños del cuadro del general Mendizabal nada sabrán de todo eso y sólo les preocupará tener un Goya en sus paredes, pero modestamente creo, como historiador, que lo apreciarían mucho más si supieran que ese general que les mira con una sonrisa entre socarrona y aliviada -por haber sobrevivido a aquellos tiempos de Gloria y de Terror- tuvo detrás de él tanta carga histórica como Murat, Soult y otros grandes generales de aquella época inmortalizados por otros artistas tan valorados como el propio Goya.